Leí hace 5 o 6 años la novela de Dennis Lehane en la que Martin Scorsese se ha inspirado para su nueva película. La obra de Lehane ha dado resultados muy satisfactorios en cine (Mystic River, Adiós, pequeña, adiós y, ahora, Shutter Island; y, como proyecto futuro, ahí está The Given Day) y en televisión (escribió los guiones de tres episodios de The Wire). Cualquier cosa que haga Scorsese me interesa, incluso sus anuncios para la tele. En sus últimas obras sigue buscando nuevos giros, nuevos caminos. Mi proyecto de fin de carrera fue sobre este director: no es de extrañar, pues, mi pasión por su trabajo.
Shutter Island, otra vez protagonizada por esa bestia parda de la interpretación que es Leonardo DiCaprio, es un estudio sobre los mecanismos de la locura y los límites entre lo que es real y lo que uno cree que es real. Está rodada al estilo clásico, recuerda a viejas películas en blanco y negro con escenarios tenebrosos y detectives de sombrero y gabardina y demuestra, again, por qué este director es un maestro: basta ver esas escenas en las que compone los planos con un equilibrio perfecto, como si se tratara de cuadros en los que cada persona y cada objeto están estratégicamente colocados para producir placer al espectador y para enseñarnos cómo se debe contar una historia. El reparto es grandioso: Leonardo DiCaprio, Mark Ruffalo, Ben Kingsley, Max Von Sydow, Michelle Williams, Ted Levine, Emily Mortimer, Jackie Earle Haley, Patricia Clarkson, Elias Koteas y John Carroll Lynch.
Desde el inicio, con un barco saliendo de la niebla y esa música inquietante que puntúa la atmósfera de la isla donde se ubica el manicomio del que se ha escapado una paciente, Scorsese nos envuelve en un universo matizado por el trauma y la paranoia. Un personaje llega a decir que basta con que alguien diga que una persona está loca para que el mundo lo crea, y si ésta lo niega sólo estará dando la razón a quienes lo consideran loco. Otro Scorsese magistral.