Las protagonistas absolutas de esta historia son Jimena Bartolomé y María Topete. Jimena es una joven de Rascafría, un pueblecito de la sierra madrileña, donde sus padres, Carmen y Lorenzo, regentaban una pensión. Su abuela, Justa, era la encargada de otra en El Paular. Sus orígenes son humildes, pobres y rurales. Ella es ingenua, pero muy inteligente. Joven, pero muy luchadora. Por su parte, María Topete pertenece a una familia aristocrática, acostumbrada a vivir en el barrio de Salamanca de Madrid y a veranear en San Sebastián, junto a la familia real, la aristocracia y la burguesía. Su extensa familia, formada por siete chicas y tres chicos, es tradicional y, por encima de todo, enormemente religiosa. Ella es inteligente, pero no termina de encontrar su sitio. Ni en la sociedad, donde siempre aspira a más, a mucho más, ni en su propia casa, donde le cuesta encontrar marido pero tampoco quiere ser monja del Sagrado Corazón de Jesús, como muchas de sus hermanas. La introducción de la vida de las dos protagonistas me ha resultado demasiado extensa, ya que entre las dos partes ocupan 166 páginas en las que el ritmo es lento, repetitivo y se echa en falta más acción, más trama. Jimena abandona su pueblo, a sus padres y a sus hermanas cuando se enamora perdidamente de Luis Masa, un joven comunista de familia burguesa dispuesto a todo por sus ideales, con quien se marcha a vivir a Madrid. Son felices, soñadores e idealistas. Pero la Guerra Civil y la posguerra no es una época para soñar, ni siquiera para vivir ni mucho menos para ser feliz. Es una época para sobrevivir. Otro de los aspectos que no me ha gustado es el poco protagonismo que tiene Luis. Aunque al principio es una de las piezas clave de la historia y creemos que vamos a ser testigos de sus avatares a lo largo de todo el libro, no vuelve a aparecer hasta el final. Es un personaje que desde el principio me ha gustado mucho, igual que el de Jimena, por eso he echado tanto de menos conocer su historia a lo largo del libro. Una historia que, me ha dado la sensación, está inflada, crea unas expectativas que luego no se cumplen, un clima, una tensión, unos antecedentes que prometen mucho pero que luego se quedan en nada o en casi nada. Puf, todo se evapora, la historia que tanto prometía se convierte en humo. Por ser la mujer de un comunista, a la joven y embarazada Jimena la meten presa en la cárcel de mujeres de Ventas, donde la funcionaria más temida, la más respetada por el miedo que infunde es María Topete. Quizá lo mejor de esta novela sean los testimonios de las presas, sus historias. Las torturas, las sacas, los fusilamientos junto a la tapia del Cementerio del Este, el hambre, la enfermedad, la suciedad, el miedo, el dolor, la desesperación, la humillación. Son las perdedoras, las derrotadas, aunque en la mayoría de los casos su único delito sea ser mujeres, hijas o hermanas de republicanos. Pero, a pesar de todo, ellas jamás se rinden. Son luchadoras y en medio de todo ese horror en el que están atrapadas encuentran siempre un hueco para la alegría, la esperanza, la solidaridad, el apoyo y la camaradería. El otro aspecto que me ha gustado mucho es la descripción, el retrato que la autora hace del Madrid de posguerra y, por encima de todo, de las dos Españas. La de los perdedores, los derrotados, llena de hambre, cartillas de racionamiento y estraperlo. Y la de los vencedores de la Guerra Civil que, a pesar de haber ganado la guerra, siguen sedientos de la sangre de los rojos. Esta es la España de las beatas y las meapilas de doble moral, en la que la hipocresía y las apariencias son lo más importante. Las dos Españas están muy bien reflejadas y perfiladas en todos los personajes, así como la España intermedia, la más mayoritaria, la del silencio, la que representa Ramón, el hermano de Luis y toda la gente pragmática que, sin renunciar a sus orígenes, intenta amoldarse y sacar tajada de la nueva situación. Mientras que Jimena, Luis, Petra, Trini, Angelita... encarnan a la perfección la España republicana, Doña Elvira, y María Topete simbolizan la España nacional. Son crueles, duras, insensibles y, en el fondo, no son más que mujeres amargadas, que nunca han sabido realmente encontrar su sitio en la alta sociedad que no les acepta del todo, como ellas creen merecer, y, por encima de todo, nunca han sabido lo que es el amor. Están resentidas y podridas y dispuestas a pisotear a quien haga falta para intentar sentirse un poco mejor. A pesar de todos los peros que he explicado, es una novela que me ha dejado muchas escenas grabadas en la memoria y que, creo, no me hubiese transmitido ni llegado tanto si la hubiese leído antes de ser madre.
En definitiva, Si a los tres años no he vuelto me ha parecido una novela que ofrece menos de lo que promete y que, al menos a mí, no me ha aportado tanto como esperaba. Sin duda, ha sido una espera demasiado larga que no ha merecido la pena... Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.