Si allá hubiera radio

Publicado el 26 octubre 2021 por Manuelsegura @manuelsegura

La radio era la pequeña corriente con la que todo comenzó, le leí una vez, a modo de sentencia, al ya nonagenario Milan Kundera. Recuerdo que un día mi padre le dijo a mi madre, con retranca y una medio sonrisa en los labios, que cuando se marchase al otro mundo le colocara un aparato de radio en el bolsillo por si allí se podía escuchar algún programa. Mi madre solía recordar esto, a menudo, en los encuentros familiares. Me acuerdo de que el último 20 de octubre que pasamos juntos, fecha en la que mi padre celebraba su cumpleaños, le regalé un moderno transistor con auriculares. No tuvo mucho tiempo de utilizarlo ya que, apenas unos pocos días después, su estado de salud entró en barrena y acabó falleciendo en el hospital durante el puente de la Constitución y la Inmaculada de 2011. Lo que sí pudo escuchar en él fue que ETA dejaba de matar, una noticia que, como tantas personas de bien, esperó durante décadas.

Mi padre adoraba la radio, como tantas gentes de su generación que se sirvieron de ese medio para dejar volar la imaginación y soñar en épocas de su vida en las que casi todo se teñía de blanco y negro. Alguien dijo que entonces la radio era el teatro de sus mentes. Eran los tiempos del parte en Radio Nacional, de las radionovelas en la SER, del Ángelus al mediodía y de los partidos de fútbol dominicales. Aquella radio de voces perfectas y sincronizadas, de anuncios que se quedaron grabados en la memoria de tantos y tantos españoles (Norit, el borreguito o el Colacao, el Okal o el Flan Chino el Mandarín…) y de los imprescindibles discos dedicados (“a Antoñita Martínez, con mucho cariño, sabiendo que le gusta, de quien ella sabe”). 

Mi madre y mi tía eran adictas al ‘Consultorio de Elena Francis’, un espacio vespertino dedicado preferentemente al público femenino que, a través de cartas, demandaba sobre todo consejos sentimentales y que se iniciaba con la envolvente sintonía del ‘Indian Summer’ de Victor Herbert. Su primera emisión fue en 1947; y la última, en 1984. Ahora que está tan en boga la identidad de los ganadores del Premio Planeta de Novela, tres hombres que firmaban con nombre de mujer, habría que recordar el chasco que para muchas supuso en su día conocer la verdadera identidad de Elena Francis. Desde 1966, las respuestas llevaron la firma oculta del periodista y crítico taurino Juan Soto Viñolo, quien confesaría que llegó a inventarse lacrimógenas misivas para elevar los niveles de audiencia.

Mi abuela paterna también sentía adoración por la radio. Cuando por la tarde se iniciaba la radionovela procuraba que a su alrededor todo se paralizara, hasta tal punto de que no admitía conversaciones ni visitas durante ese tiempo. La recuerdo entrado el otoño y en pleno invierno sentada en su mesa camilla, junto a la ventana que daba a la calle, con su brasero de picón, aproximándose el viejo aparato Telefunken al oído para escucharlo mejor y disfrutando con las aventuras y desventuras de ‘Ama Rosa’, ‘Simplemente María’ o ‘Lo que nunca muere’.

Bob Dylan dijo en una ocasión que la radio, junto a los trenes y las campanas, han compuesto la banda sonora de su vida. Estoy de acuerdo con el cantautor y premio Nobel de las letras. Igual que la radio nunca acaba cuando termina un programa, uno confía en que se expandan sus ondas en esas otras dimensiones, aquellas a las que supuestamente uno va cuando deja definitivamente la vida terrenal. Me imagino por allá, dando el indicativo de una emisora de radio que bien pudiera ser la del edén, a Bobby Deglané, Matías Prats, Juana Ginzo, Encarna Sánchez, Joaquín Soler Serrano, Juan Manuel Gozalo… Y tantos otros. Quizá por eso siempre tengo muy presente la petición que mi padre hizo ese día a mi madre. Por cierto, no he vuelto a ver aquel transistor que le regalé por su 86 cumpleaños hace ya una década.

[‘La Verdad’ de Murcia. 26-10-2021]