Si aquellos dos tíos no hubieran tenido armas, no me llevan a la cárcel (El Cabrero, 1974)

Publicado el 10 enero 2012 por Elcabrero @JoseELCABRERO

Tras el concierto de Toulouse José pretendía volver inmediatamente a Aznalcóllar, no quería esperar ni los 30 días que yo tenía que dar a la empresa al despedirme: Me falta el aire, quiero ver otra vez el horizonte amplio, quiero que me huelan las manos a jara… y, al día siguiente, se fue solo, en tren, camino de su pueblo y yo presenté a mi jefe el cese voluntario y tuve que alegar motivos…  ¿Trabajando en bolsa para comprarse cabras e irse a Andalucía al monte? ¿Elena, se ha vuelto loca? No estaba capacitado para entenderlo, era un bróker.

Pasaba el tiempo y no tenía noticias de José. Mientras, por las noches, yo hacía foulards, corbatas y pajaritas para la empresa en la que trabajaba mi madre. En francos suizos era una miseria, comparado lo que valía una hora de mi sueldo pero, calculado en pesetas, le sacaba cada noche al pedal de la sigma lo suficiente para comer unos pocos de días en Aznalcóllar.

Más de diez días sin telefonear ni dar señales de vida en su pueblo, ni en ningún otro lugar de los que podía haber frecuentado. Llamé a los hospitales de varias ciudades en la trayectoria del tren… Era realmente angustioso y estaba pensando pedir a su madre que avisara a la policía de su desaparición cuando recibí una carta desde el penal de Figueres.

En la carta tan sólo decía que lo habían detenido en la frontera, que estaba enfermo, tosía mucho y que fuera a verlo cuanto antes y salí al momento con medicinas, víveres y ropa de abrigo. Tras algunas gestiones pude sacarlo de aquel inmundo penal donde convivían con las ratas y me conto“¿Recuerdas que nos dijeron en Toulouse que había esbirros franquistas en la sala? ¡Anda que no los conocen bien!

Nada más llegar el tren a la frontera, dos de paisano lo habían esposado y metido en un coche diciéndole que había una causa pendiente contra él por una pelea en su pueblo. Pero, durante todo el trayecto, lo que le preguntaron insistentemente y de mil maneras, era quién había organizado el recital y con quiénes había tratado en Toulouse. Y él les decía que era un cabrero medio analfabeto, que cantaba y no entendía de nada más que de eso… ¿Que dónde se había alojado? Él no sabía nada de nada y así una y otra vez “…hasta que, ya dándome por imposible, uno de los polis me dijo: “Pero las tabernas de tu pueblo sí que las conoces bien eh” Se rieron como hienas y a mí me entró la del tigre, de impotencia; si aquellos dos tíos no hubieran tenido armas, no me llevan a la cárcel. Salí pa vomitar muchas veces al arcén y,  por aquellos barrancos, no me cogían a mí esos dos por pies. Por un momento pensé en pegar dos brincos y huir aprovechando la noche pero, claro, iban armados.

De nuevo nos hicimos de una piara de cabras y volvimos a nuestra antigua rutina. Feliz con el pastoreo y en su entorno, José aseguraba que no quería saber nada de la vida de artista. Pero llegó la convocatoria para el Concurso Nacional de Córdoba, al que lo había inscrito desde Ginebra por iniciativa de Pablo, el presidente de la Peña Fosforito, y le entró curiosidad por saber cómo era aquello.

El Cabrero, a mediados de los 70, en nuestra casa

Nos habíamos gastado hasta el último céntimo en las cabras, los viajes internacionales y adecentar un mínimo aquella casa y tuvimos que pedir el dinero prestado para el viaje en tren Sevilla-Córdoba, en tercera clase, asientos de madera, hacinados y con un calor infernal. O sea, que lo que entonces contó el crítico cordobés Agustín Gómez sobre un suntuoso mercedes aparcado a la entrada de Córdoba, supuestamente de mi propiedad, es una mentira entre otras, menos inocentes, con que éste y otros “flamencólogos” lo han obsequiado a lo largo de su trayectoria.

La gala de selección se celebró en un recinto abarrotado. Nadie lo conocía y, al salir al escenario, se oyeron comentarios jocosos entre el público, algunas bromas de mal gusto y hasta un “¿dónde te has dejao el caballo? José, como si no fuera con él y, cuando empezó a cantar, se hizo el silencio. La ovación cerrada del público, ya al primer cante, me tranquilizó.

Apenas nos acordábamos ya del Concurso cuando supimos que había sido seleccionado para la final. Se quedó sin premio y, a mi juicio, con toda razón porque concurrían grandes artistas ya con carreras asentadas, como El Lebrijano, Pansequito, Luis de Córdoba, el Chano y José sólo había protagonizado cuatro conciertos en su vida y estaba verde. Volvería a participar en 1977 y en 1980 y en ambos, pese a haber obtenido los premios por soleá y malagueña, sí que lo trataron injustamente según la opinión de aficionados de tanta relevancia como Paco Vallecillo, miembro del jurado en esa ocasión, y algunos presidentes de peñas flamencas, entre otros. [1]


[1]Hablaremos de ello en próximas entradas. Intentamos contar de manera cronológica esta trayectoria de 40 años


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