España, como fiel perro policía, se presta a conceder autorización para el repostaje, en tránsito hacia Bolivia, en el aeropuerto de Las Palmas, en las Islas Canarias, previa inspección de la nave, dando lugar a una de las escenas más bochornosas que se recuerdan de la “diplomacia” española. Es propio de una comedieta de Ozores intentar cumplir las órdenes de los “amigos” para revisar un avión con la excusa de tomar un cafelito, como pretende el embajador español, Alberto Carnero, cuando insta al dirigente boliviano a que lo invite a tomar café a bordo.
Y es vergonzoso que, en contra de todas las leyes y acuerdos internacionales, y de la consideración de extraterritorialidad que disfrutan los aeroplanos de los mandatarios de cualquier Estado, se produzcan en las consideradas “democracias” occidentales incidentes de esta naturaleza, que violan la legalidad y faltan el respeto a los representantes de naciones soberanas. Porque no sólo se saltan la ley ni ofenden al presidente de Bolivia, que merece la misma consideración e idéntico tratamiento que el de cualquier país, sino también a los propios ciudadanos de aquellos países que se prestaron tan sumisamente a cumplir las órdenes de EE.UU. en su paranoia por apresar a un espía al que consideran traidor por revelar las escuchas masivas y arbitrarias que realiza el Gobierno yanqui, incluso entre sus aliados.
La diplomacia española, utilizando la baza de su ascendencia sobre las naciones iberoamericanas, protagonizó un sainete al tratar de conseguir una inspección que ninguna ley ampara, procurando satisfacer al “amo” yanqui y quedar bien con el vilipendiado gobernante sudamericano, al que ha tratado como presunto cómplice del “delincuente” Snowden, como mentiroso al no creer en su palabra y como un ignorante indígena al que se puede intimidar con amenazas y acciones de fuerza de todo punto ilegales.
Sin embargo, tanto celo en confirmar la supuesta carga “ilegal” de un vuelo no se tuvo en cuenta por España cuando los aviones de la CIA, que participaban en secuestros y traslados ilegales de presuntos terroristas islámicos, aterrizaban en Mallorca, Ibiza, Málaga, Alicante y Tenerife con documentación falsa, sus tripulantes se alojaban en hoteles de lujo, utilizaban sus tarjetas de crédito en las compras de “suvenirs” y telefoneaban a sus hogares, curiosamente casi todos ubicados en las inmediaciones de la sede de la CIA en Virginia (USA).
Pero por un arrepentido y nada peligroso informático, que denunció las actuaciones contrarias a derecho de la red que espía las comunicaciones personales en Internet, países que se suponen soberanos, democráticos y desarrollados, siguen respondiendo a la voz de su amo: “si, bwana”. Este es el mundo en que vivimos. Una vergüenza.