Muy llamativo, con formas hexagonales, como si fueran celdillas de un panal y un par de alas translúcidas adornando las cubiertas del libro -amenaza con echar a volar de la estantería-, la Fundación Biodiversidad nos envió un libro de titulo extenso que contrasta con su contenido haiku-publicitario: “Si desaparecieran las abejas, la vida se haría casi imposible”.
El libro nos ha entusiasmado; es una pequeña joya llena de vida, exactamente y como se explica en el prólogo, porque vida es la mejor palabra que define la biodiversidad. Todo cuenta. Cada especie forma un eslabón que une y prolonga la cadena que da forma a nuestro planeta. Sería, por tanto, nuestra labor ayudar a preservar todas las formas de vida y sus hábitats correspondientes, de otro modo, las consecuencias podrían ser desastrosas.
Sobre la falta de respeto de la biodiversidad, es bien conocida la historia del dodo, el gordito y simpático pájaro de la isla Mauricio que fue extinguido en menos de cincuenta años por la mano del hombre. La parte menos conocida es la hipótesis paralela que surgió con su desaparición. De algún modo, los árboles de tambalocoque, hoy casi extintos, coincidieron en su declive con la muerte del último dodo. Algunos científicos aún sostienen que las duras semillas de este árbol necesitaban el tracto digestivo de la torpe ave para facilitar su germinación… sea como fuere, el dodo desapareció y el ecosistema entero fue modificado. La biodiversidad, como resume esta frase del desconocido Aticus Xip en la página 94 (no hace falta llamarse Aristóteles para escribir deas geniales) “es la esperanzadora respuesta ante el terror de creernos SOLOS en el universo”. Efectivamente, esa es la vida: aceptar que no estamos solos.
Si no consigues un ejemplar, puedes leerlo aquí:
Si desaparecieran las abejas, la vida sería casi imposible
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(Agradecimientos a la Fundación Biodiversidad por el excelente libro)