-Ciudadano Bob Roberts (Tim Robbins, 1992)
¿Qué pasaría si Bob Dylan fuese de derechas? Esta es la pregunta que se formuló este actor-director de trayectoria valiente, irregular, obstinada en hacernos pensar. La película es exactamente esto: un cantautor de talento y carisma excepcionales, con capacidad para arrastrar las masas, de ideología opuesta al de Minnesota. ¿Dónde lo llevarían sus inquietudes políticas? ¿A la Casa Blanca, quizá?
Narrada en forma de falso documental por un periodista interpretado por Giancarlo Esposito, la mala leche de la película forma un proceso lógico con final abierto que constituye una crítica muy dura a los medios de comunicación de masas, a la música popular, al periodismo, a la política. Además, está bien hecha, dirigida con eficacia y sobriedad, y magistralmente interpretada.
-Honor de Caballería (Albert Serra, 2006)
Una de las mejores adaptaciones del Quijote (uno de mis libros preferidos) que conozco: ¿qué pasa en la novela cuando no pasa nada? ¿Cómo se comportan los héroes entre acción y acción, entre episodio y episodio célebre y episodio célebre? ¿Tienen sentido del ridículo? ¿Consciencia de sí mismos?
Uno de los rasgos fundamentales de la novela es el ritmo: la primera parte pasa en tres días. Aquí éste se rompe completamente en favor del lirismo, de la reflexión, del reposo. La filmación es virtuosa, la fotografía excepcional, el sonido directo cuidadísimo. Las interpretaciones corren a cargo de actores amateur, sin guión. Una joya nada fácil de ver. Belleza en estado puro.
-Ghost Dog (Jim Jarmusch, 1999)
Otra de las mejores adaptaciones del Quijote que conozco: ¿Cómo se puede llevar el libro a la Nueva Jersey de los 90? El hidalgo obsesionado por los libros de caballerías es, aquí, un negro enorme (Forest Witaker), asesino a sueldo, que lee incesantemente el Hagakure y se rige por su código. Sancho Panza queda convertido en un vendedor de helados haitiano que no habla una palabra de inglés (Isaak de Bankolé). Los malos son unos mafiosos italianos de opereta que cantan Public Enemy y que se rigen, también, por un código obsoleto y anacrínico. Coherente con la filmografía de Jarmusch, la fotografía es de Robby Müller y la música (toda rap) del RZA y sus Wu-Tang-Clan
-9 songs (Michael Winterbottom, 2004)
La historia de un fracaso. La idea original de la película era adaptar Plataforma, novela imprescindible del genial Michel Houellebecq, que se apuntó a la aventura. La trama original quedó relegada de buen principio para centrarse únicamente en la relación entre los dos protagonistas principales. Éstos hacen sólo dos cosas en todo el metraje: ir a conciertos y follar. Las dos cosas se filman sin el más mínimo tabú, a saco. Cuando todo es tan evidente siempre hay truco: no se trata de lo que hacen, sino de lo que se dicen. O, mejor dicho, de lo que no se dicen.
Filmada con cámara digital a la espalda, la película se sumerge en los conciertos con sonido directo y los filma des del público, subjetivamente, dejando sonar las canciones enteras como interludio entre follada y follada. Y qué selección musical: Von Bondies, Michael Nyman, Franz Ferdinand y the Black Rebel Motorcycle Club abriendo y cerrando la acción, entre otros. El conjunto es perturbador, bello, excitante. Una historia de pasión, de pérdida, de vacío.
-Heat (Michael Mann, 1995)
Otra película sobre relaciones: relaciones de pareja, amores incipientes, pérdida, y, por encima de todo, la relación entre un ladrón de bancos a gran escala y el policía que persigue. Cada fotograma es una obra de arte. El esteticismo extremo de Michael Mann, su elegancia, su virtuosismo, su capacidad para gestionar grandes presupuestos, su sentido del ritmo, hacen olvidar, a menudo, que estamos ante un excepcional director de actores. Y qué actores: Robert de Niro es el ladrón. Al Pacino el policía. Los secundarios están, invariablemente, en estado de gracia. Las tramas se entrecruzan con agilidad: el policía con su vida destrozada, su mujer infiel, su hijastra desubicada (uno de los primeros papeles de Natalie Portman, a los once años), con millones de motivos para tirarlo todo por la borda. El ladrón, sociópata, ordenado, perfeccionista en extremo, pulcro, violento, desesperado, vacío. El matrimonio formado por el jefe de la banda, ludópata, con deudas, y su mujer, que aguanta aparentemente sólo por dinero. La adicción a la adrenalina, estilos de vida opuestos, forman un cuadro complejo, nada maniqueo, estimulante, narrado con ritmo trepidante. Los Angeles aparece como un protagonista más de la historia, filmada desde puntos de vista inusuales, todos ellos inéditos. Una delicia.
-Goodfellas (uno de los nuestros) (Martin Scorsese, 1990)
Contra el fresco que supone la película anterior se contrapone esta otra filmada exclusivamente des del punto de vista de los criminales: la mafia retratada por dentro, narrada por un exmafioso presuntamente arrepentido que, en realidad, ha sido, simplemente, trincado, y no ya tenido más remedio que tirar adelante como ha podido.
Scorsese dirige un reparto tan brillante o más que el anterior: otra vez de Niro, Ray Liotta, haciendo, quizá, el mejor papel de toda su carrera, Joe Pesci, Lorraine Bracco, Paul Sorvino. Un secreto: el film es un musical escondido. Escenas de ballet interpretadas por un Robert de Niro que sigue con los ojos a sus futuras víctimas a ritmo de Sunshine of your love, de los Cream. Las víctimas encontradas una a una a ritmo de Layla. La persecución paranoica del matrimonio protagonista, drogado hasta las cejas, con Monkey Man, de los Stones, de fondo. El protagonista mirando directamente a cámara, hablándonos a nosotros. El último encuentro de Robert de Niro y Ray Liotta en un bar, con la cámara desplazándose hacia delante mientras abre el plano para, seguidamente, hacer el travelling inverso mientras hace un zoom para dejar a los dos actores clavados en la pantalla mientras el fondo se acerca y se aleja y, por encima de todo, una de las mejores escenas de toda la historia del cine: el plano-secuencia en que el matrimonio entra en el Copacabana por la cocina. Cada vez que la miréis descubriréis detalles nuevos.
-Jackie Brown (Quentin Tarantino, 1997)
No tanto una historia de mafiosos como una (otra) historia de perdedores. El primer guión (y creo que el único) filmado por Tarantino de autoría ajena, adaptando una novela del magistral Elmore Leonard, el rey de las historias de amor desesperadas, crepusculares (en este caso, la pareja protagonista está interpretada por Pam Grier y Robert Forster, dos actores acabados rescatados del olvido para la ocasión). Probablemente la mejor película de su director. A destacar los créditos iniciales (con una tristísima canción de Bobby Womack & Peace, Incident at 57th St.) y el asesinato de Chris Rock (sí: también ha filmado para Tarantino, especialista en sacar interpretaciones serias a actores aparentemente freaks) por parte de Samuel L. Jackson con un plano de cámara que recrea los títulos de crédito iniciales de Touch of Evil, de Orson Welles. Casi nada.
-Amb les mans buides (Las manos vacías) (Marc Recha, 2003)
Un chico de l’Hospitalet, mi pueblo natal, interpretado por un Eduardo Noriega que aprendió a hablar catalán expresamente para la ocasión, se cuela en un tren en dirección a Paris. En Port-Vendres se ha de bajar por patas por miedo que lo trinquen. Allí descubrirá un microcosmos muy particular, narrado a ritmo de los trenes que vienen y van. Película mínima, delicada, sensible, homenaje (curiosamente) al cine de Hitchcock, realizada por uno de los directores de más talento del cine español.
Curiosidad par arquitectos: Port-Vendres es la localidad donde se exilió un Charles Rennie Mackintosh en horas bajísimas, poco antes de su retorno a Inglaterra para morir en la indigencia, alcoholizado y destrozado anímicamente. Allí se dedicó, sobretodo, a pintar una serie de acuarelas excepcional, destinadas infructuosamente a ganar cuatro pelas más para seguirse reventando el hígado. No vendió ni una. Rescatarlas es un hecho estimulante que, precisamente, hará ver la película con otros ojos.
-El sol del membrillo (Víctor Erice, 1992)
Otra historia de un fracaso. Antonio López pintando un membrillero. Tan fácil como esto. Quizá la película que más bien ha narrado el hecho creativo artístico en toda la historia del cine, junto con Arrebato, de Zulueta, y, las dos, a años luz de la bellísima le mistère de Picasso, de Clouzot.
-Children of Men (Hijos de los Hombres) (Alfonso Cuarón, 2006)
Un cambio de paradigma a la altura de Blade Runner. Ciencia-ficción narrada no bajo la influencia del comic o de los cuadros de Edward Hopper, sino sacada directamente de los dicumentales, de la CNN, de las imágenes de campos de refugiados, de las bidonville del tercer mundo. El punto de partida es de una desesperación total y absoluta: ¿qué pasaría si en el mundo dejasen de nacer niños? Clive Owen interpreta al protagonista, un hombre roto, viudo, alcoholizado, que encontrará, en medio de la desesperación más absoluta, motivos para seguir luchando. La dirección de Cuarón roza la perfección absoluta, y sólo se relaja en un final que, por desgracia, parece impuesto por el productor