Si el público escapa a su responsabilidad nos encontramos ante una crisis de la democracia.

Publicado el 09 noviembre 2017 por Hugo Rep @HugoRep

Qué tan mermada deba ser la palestra pública es objeto de debate. Las iniciativas neoliberales de los últimos treinta años se han dirigido a restringirla, dejando la toma de decisiones básicas en el seno de tiranías privadas que en gran medida no rinden cuentas, ligadas estrechamente unas con otras y con unos cuantos países poderosos. La democracia puede sobrevivir así, pero bajo una forma severamente reducida.

Los sectores del ala Reagan-Bush han asumido una posición extrema a este respecto, pero de todos modos el abanico de políticas es bastante estrecho. Hay quienes sostienen que la democracia escasamente existe y se burlan de los expertos que "efectivamente viven de contrastar los puntos más sutiles de las comedias de la cadena de televisión N B C con las que pasa la cadena CBS " durante las campañas electorales. "Mediante un acuerdo tácito, los dos partidos principales conducen la contienda presidencial [como] una obra de kabuki político [en la que] los actores conocen sus papeles y todo el mundo se ciñe al texto", "asumiendo poses" imposibles de ser tomadas en serio.


Si el público escapa a su marginalización y pasividad, nos encontramos ante una "crisis de la democracia" que debe ser derrotada, explican los intelectuales liberales, en parte con medidas tendientes a corregir las instituciones responsables del "adoctrinamiento de la juventud" (colegios, universidades, iglesias y demás), y quizá hasta a través del control de los medios por parte del gobierno, si la autocensura no basta".

Al adoptar estos puntos de vista, los intelectuales contemporáneos beben en buenas fuentes constitucionales. James Madison sostenía que el poder debía ser delegado al "caudal de la nación": el "grupo de hombres más capaces", que entienden que el papel del gobierno consiste en "proteger a la minoría de los opulentos contra la mayoría". Precapitalista en su visión del mundo, Madison confiaba en que el "estadista ilustrado" y el "filósofo benévolo" que habrían de ejercer el poder discernirían el verdadero interés de su país" y protegerían el interés público del "daño" de las mayorías democráticas.


Madison tenía la esperanza de que el daño se evitara bajo el sistema de fragmentación ideado por él. En años posteriores llegó a temer que surgieran graves problemas con el probable aumento de quienes "trabajarán en medio de todas las penurias de la vida, suspirando en secreto por una distribución más equitativa de sus beneficios". Gran parte de la historia moderna refleja estos conflictos sobre quién tomará las decisiones y cómo.

El reconocimiento de que el control de la opinión es el fundamento del gobierno, del más despótico al más libre, se remonta por lo menos hasta David Hume. Pero habría que hacer una precisión: dicho control es mucho más importante en las sociedades más libres, donde la obediencia no se puede mantener a latigazos. Si el público escapa a su responsabilidad nos encontramos ante una crisis de la democracia.

Es apenas natural que las instituciones modernas de control del pensamiento -llamado con franqueza propaganda antes de que la palabra cayera en desuso por sus connotaciones totalitaristas- hayan tenido origen en las sociedades más libres. Gran Bretaña fue pionera con su Ministerio de Información, dedicado a "dirigir el pensamiento de la mayoría del mundo". Wilson apareció poco después con su Comité de Información Pública. Su éxito propagandístico inspiró a los teóricos demócratas progresistas y a la moderna industria de las relaciones públicas.


Sobresalientes miembros del CIP, como Lippmann y Edward Bernays, de modo muy explícito se inspiraban en estos logros de control del pensamiento, que Bernays llamaba "ingeniería del asentimiento (...) la esencia misma del proceso democrático". El término propaganda entró como vocablo a la Enciclopedia Británica en 1922 y a la Enciclopedia de las Ciencias Sociales una década después, con la sanción académica por parte de Harold Lasswell de las nuevas técnicas para el control de la mente del público.

Los métodos de los pioneros resultan particularmente significativos, como escribe Randal Marlin en su historia de la propaganda, debido a su "amplia imitación (...) por parte de la Alemania nazi, Sudáfrica, la Unión Soviética y el Pentágono de Estados Unidos", aunque los éxitos de la industria de las relaciones públicas hacen que todos ellos parezcan diminutos.

Los problemas del control interno adquieren una gravedad particular cuando las autoridades del gobierno ejecutan políticas a las que se opone el grueso de la población. En tales casos, la dirigencia política puede verse tentada a seguir la senda de la administración Reagan, que estableció una Oficina de Diplomacia Pública para fabricar consentimiento sobre sus devastadoras políticas en Centroa-mérica. Un alto funcionario del gobierno describió la Operación Verdad de esta oficina como una "enorme operación psicológica como las que conducen los militares para influenciar a la población de un territorio vedado o enemigo", una honesta caracterización de actitudes muy difundidas hacia la población nacional".