Te ilusionan...
Un día de esta semana, mientras me encontraba en clase, Carlos (nombre ficticio) no estaba molestando, pero su actitud hizo que se me viniera el alma al suelo.
Carlos es un alumnos que se encuentra repitiendo 2º de la ESO. Ese día, no participó de ninguna de las actividades que estábamos realizando. En realidad, su actitud era mejor que la del curso pasado, pero no era suficiente (precisamente). Mucho me temía que iba a pegarse otro curso con la misma actitud y que íbamos a repetir fracaso.
Se me vino el alma al piso.
Cuando todos abandonaban el aula a las dos de la tarde, me salió del alma llamarlo.
Carlos retrocedió. Hablé con él. Le mostré mi preocupación y le hice ver que no le faltaba inteligencia, a la vez que le mostré mi impotencia para hacerlo reaccionar.
Algo tuvo que haberle llegado, porque a la mañana siguiente, tuvo una buena clase. La mejor en los tres años que hace que lo conozco.
A media mañana, casualmente (como suelen suceder las mejores cosas), vino a hablar conmigo él y su madre por otra cuestión. Aproveché para hacerle ver a su madre que Carlos era inteligente, pero que su lucha con el mundo, le hacía perderse lo mejor. También le hice comprender a Carlos, lo feliz que haría a su madre su cambio de actitud, sobre todo, porque como cualquier madre, anteponía la felicidad de su hijo a la suya propia. Y les hablé a ambos de lo bien que había estado ese día en clase.
No sé si la medicina durará para todo el curso, o si como pretendo, le cambiará su vida, pero desde entonces, Carlos, no solo participa activamente en las clases, sino que a las dos, cuando los demás marchan, él se queda con algunos voluntarios no reclamados a recoger el aula.
El otro día, una profesora con la que solía chocar, me comentó lo bien que estaba en clase y que lo había felicitado por ello.
Mientras realizaba una actividad, los compañeros le aplaudieron. Su cara de orgullo hacía innecesario cualquier comentario.
A las dos, cuando lo vi recogiendo de motu proprio, volví a hablar a las dos de la tarde con él.
Se me erizó la piel al hacerlo.
No siempre acertamos, ni llegamos, pero no debemos dejar de intentarlo. Nadie merece que lo demos por perdido. La sociedad, tampoco.