Todos los años, hacia el mes de mayo, se celebra en muchas provincias de España el Geolodía. Esta jornada, coordinada por la Sociedad Geológica de España, pretende acercar la geología y sus profesionales. los geólogos, a todo tipo de públicos. La calidad de los profesionales que colaboran altruístamente es excelente y los destinos muy interesantes. Desde el año 2013 intento no perderme ninguna de esas jornadas. En aquel año eligieron la población de Hiendelaencina y, antes de visitar las instalaciones de su más importante mina de plata, Sana Catalina, estudiamos los terrenos de alrededor.
En una de las paradas, sentados sobre grandes placas de gneis, nos explicaban la formación de esta roca metamórfica. El su origen este gneis glandular fue una roca metamórfica, una pizarra, donde el metamorfismo continuó haciéndose aún más potente. El nombre de "Ojo de sapo", que recibe popularmente, proviene de la particular apariencia de este mineral donde los grandes cristales redondeados de feldespato, junto a la tonalidad azulada de los cuarzos, hizo a los gallegos exclamar: "¡Mirad, parecen Ollos de Sapo!".
Yo conservaba de mis tiempos de juventud una completa y personalísima colección de minerales y fósiles. Mi pequeño tesoro geológico acabó en Torres de la Alameda. Fue una donación al colegio que, supongo, alguien habrá sabido aprovechar. Y es que cada mineral, cada fósil, encerraba dentro una pequeña historia geológica del planeta y otra pequeña historia biológica personal.
Pocos días antes había tenido que explicar a dos de mis alumnos los tipos de rocas y, con afán didáctico, hice una pequeña excursión en pleno puente de mayo y casi lloviendo al viaducto sobre el Cigüela, cerca de Palomares del Campo donde pasaba esos días, para obtener unos buenos ejemplares de yeso cristalizado (speculum para los romanos o espejuelo para los lugareños), así como algunos nódulos de sílex (la prehistoria era el siguiente tema de Ciencias Sociales). En otra excursión anterior a la Sierra Norte de Madrid llené también mi mochila con granitos, pizarras, esquistos, cuarzos... Parecía estar volviendo a la fiebre coleccionista de mi niñez.
Sentado sobre aquellas grandes lanchas de gneis granular, mi pie rozó una piedra brillante. La cogí y observé que en aquel trozo se apreciaban bastante bien algunos "ollos de sapo". La sopesé un instante mientras imaginaba la dura tortura de esta roca: las enormes presiones, la elevada temperaturas... aquella roca había sufrido mucho, tanto que prácticamente se convirtió en una gelatina ardiente y su componentes se reagruparon formando las curiosas formas de ojos que presentan hoy en día. La metí en mi mochila: el "ollo de sapo" también sería un mineral digno de figurar en la colección del cole.