Al poco de nacer mi hijo mayor, una señora con unos cuantos hijos me dijo de modo contundente que si lo cogía cada vez que lloraba me tomaría el pelo. “Déjale que llore”, fueron sus palabras. Educadamente me las ingenié para cogerlo sin ofenderla. Puse a mi bebé al pecho y se calmó al momento. Comía entre sollozos, el pobrecillo. Unos días antes, cuando aun estábamos en el hospital, entró una comadrona para hacernos una visita rutinaria. Miró al niño y después de preguntarme como nos encontrábamos me dijo muy contundente: “Si llora, cógelo”. No sé si fue su determinación o que yo, en mi inconsciencia de madre primeriza quería oir aquellas palabras pero lo cierto es que me quedaron gravadas a fuego. Las de la señora que quería que lo dejara llorar, las he querido olvidar.
Mucho se ha escrito sobre si malcrías a los niños que les haces caso cada vez que lloran. Unos dicen que así no se educan, otros que deberían estar siempre en brazos... Creo que hay que pensar en cada momento si realmente están quejándose o no. Lo que sí que está demostrado es que el llanto es el único modo de comunicarse que tiene un ser humano hasta que no es capaz de articular palabras y luego frases con sentido. Porque cuando empezamos a hablar tenemos que aprender a decir lo que realmente sentimos y eso no se consigue el día después de aprender el abecedario. Cuando empiezan a hablar es otro cantar, pero cuando son bebés, creo, en mi humilde experiencia, que hay que respetar sus quejas.
Una vez se me ocurrió ponerme en la piel de mis hijos cuando lloraban, sobretodo cuando hacía todo lo posible por calmarlos y nada surtía efecto. Me angustié de pensar qué complicado no sería para ellos expresar sus demandas. También quiero pensar que un bebé de meses aun no ha desarrollado la capacidad de perversión que por desgracia todos terminamos conociendo y usando en mayor o menor medida. No creo que la manipulación sea una característica innata en nosotros, sino que la aprendemos con el tiempo.
A parte de todas estas elucubraciones, a las que le doy vueltas sobretodo cuando intento entender a mis hijos, siempre queda la mejor parte. Cuando los coges, los abrazas y, como por arte de magia, el llanto desaparece. Porque a veces un bebé no quiere nada más que el calor del abrazo de su madre. ¿No hay nada más hermoso?