Sinopsis
Samantha Kingston lo tiene todo a su favor: es guapa, es popular y sale con el chico perfecto. El viernes 12 de febrero debería ser un día más en su fácil vida, pero no lo es: es el último día. O más bien los últimos, porque Samantha se despierta una y otra vez en la mañana del viernes 12 de febrero y vuelve a vivir la misma jornada siete veces… hasta que se da cuenta de que en su mano está realizar cambios minúsculos que supondrán diferencias enormes
. Opinión personal Lauren Oliver con su estilo lírico consigue atraparte desde la primera página y que continúes leyendo hasta que lo termines; así como, trasladarte a ese típico instituto estadounidense en la típica ciudad estadounidense y que te parezca uno de los lugares más extraordinarios del planeta. Todo en ese instituto es normal: están los atletas, las reinas de los pasillos, los profesores aburridos, los que están buenos y los pringados. Sam pasó rápidamente de este último grupo a el de las reinas de los pasillos que maltrata a todo el que había sido amigo suyo en la infancia. En su lugar tiene cuatro amigas un poco locas, un novio idiota y un montón de problemas que no había pedido en ningún momento. Sam es un personaje que odias desde el principio, pero que poco a poco comprendes su punto de vista y acabas cogiendo cariño. Sin embargo, el personaje que, para mí, más destaca es Kent. Kent es el amigo de toda la vida de Sam al que de la noche a la mañana ha olvidado completamente, pero él no la olvida e intenta recordarle como era antes de que la popularidad la cambiara totalmente. Kent es el chico soñado de todas las adolescentes racionales: inteligente, dulce, sentible y cariñoso y que, normalmente, pasamos por alto. En esta novela Lauren Oliver trata temas de gran actualidad para los jóvenes, entre los que destaca el bullying. Sam y sus amigas son unas acosadoras, pero no son del todo conscientes de las repercusiones que puede llegar a tener todo lo que hacen en las personas que las rodean. Porque algo tan sencillo, tan inocente como una rosa puede ser la diferencia entre empujar a alguien al precipicio o agarrarle la mano para que no se caiga.