Si no fallas, no aprendes

Por Juan Carlos Valda @grandespymes

por Mertxe Pasamontes

Es bien sabido que en general, en las culturas latinas y judeocristinas, la equivocación no está bien vista. Parece que cuando alguien comete un error, se interpreta como que ha hecho algo malo, como que ha cometido alguna clase de “pecado” del que tiene que avergonzarse y por lo tanto, tiene que pagar un alto precio por ello. Incluso hay personas que parecen esperar que muestres un gran arrepentimiento por haberte equivocado, en lugar de asumirlo como una parte normal del hecho de hacer cosas nuevas o diferentes. No es la primera vez que comento que en el mundo de los emprendedores, se mitifican lugares como Silicon Valley, por muchas razones obvias, pero también porque allí la equivocación, el fracaso en algunos proyectos demuestra que te has arriesgado y que posiblemente has aprendido algo valioso para tus proyectos futuros. El mismo Eric Schmidt CEO de Google respondía en una reciente entrevista a la pregunta de si Europa podría desarrollar un Silicon Valley y que se necesitaba para ello, con la siguiente respuesta: Tres cosas. Las universidades punteras y las sociedades de inversión ya las tienen, pero a los europeos les cuesta mucho la tercera: permitir el fracaso. Si no fallas, no aprendes.

Dentro del mundo de la psicología positiva y del coaching se ha llegado incluso a cambiar la palabra fracaso por “feedback” para quitarle el sentido peyorativo. La idea que subyace es que cuando algo sale mal, no has fracasado por ello, sólo has obtenido un “feedback” o aprendizaje que te obliga a hacer las cosas de otra manera si quieres que te salgan mejor la siguiente vez. La idea en sí misma me parece buena, pero me tomo con cautela los eufemismos, lo políticamente correcto, pues a veces, el no llamar a las cosas por su nombre puede ayudar, pero también puede hacer que limitemos el impacto que tienen sobre nosotros y por tanto el aprendizaje que podemos extraer de ellas.

Lo primero por tanto, es admitir el error. Pero no de puntillas y disimulando, si no de una manera abierta y clara. Con ello minimizamos también la posibilidad de caer en el coste del error (ese actitud de permanecer en algo en que estamos equivocados por no querer admitir que en otro momento tomamos una mala decisión). Como dijo Tagore: Si cierras la puerta al error, dejarás fuera la verdad. Porque además cuando negamos el error estamos cayendo en la cara oculta del perfeccionismo inútil, en creer que errar nos hace imperfectos cuando lo único que nos hace es humanos. Y además, aunque sea contraintuitivo, aprendemos mejor aquellas cosas en las que previamente nos hemos equivocado y luego rectificado, ya que dejan mayor impacto en nosotros.

Porque lo verdaderamente importante para alcanzar nuestras metas no es tratar de no equivocarnos, sino perseverar. Es cuando haces las cosas una y otra vez, cuando continuas aunque los resultados no sean del todo buenos, cuando insistes ilusionado en tus proyectos, vitales y profesionales,es entonces cuando las cosas llegan. Porque además, una de las virtudes que tiene perseverar es que adquieres práctica (tal vez logres las famosas 10.000 horas de práctica) y con ello, el aprendizaje cada vez está más interiorizado y los errores son “más finos”. Cuando digo más finos me refiero a que en un proceso ya avanzado, no cometemos errores de bulto, sino que la mayoría de las veces son pequeños ajustes que nos ayudan a mejorar aquello que estamos haciendo, nos permiten poder fluir más en cada situación y por tanto estar más conectados con nosotros mismos y a la vez con la tarea.

Tal vez sería útil plantearnos que estamos siempre en beta (como los programas de software, como Google..) y que cada error mejora esa versión beta. Pero además pensar que mientras sigamos vivos podremos seguir mejorándola ya que en eso consiste la vida, en un camino de continuos aprendizajes. Y sería un poco iluso pensar que en esos aprendizajes nunca meteremos la pata. Demos pues la bienvenida al error como ese maestro, que aunque al principio nos parece un poco duro con los años lo recordamos con enorme cariño, ya que gracias a él logramos romper muchos límites y superarnos a nosotros mismos.

Y me despido con la frase de Gandhi: La fuerza no procede de las capacidades físicas. Procede de una voluntad invencible.

¿Te da miedo equivocarte? ¿ No te asusta más acertar siempre?

Autora Mertxe Pasamontes- http://www.mertxepasamontes.com/si-no-fallas-no-aprendes.html

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