Debo escribir esto ahora, si no lo hago… no sé, no sé qué pasará. Si no lo hago ahora, ya no podré hacerlo más, y necesito que alguien sea testigo… aunque sean unas páginas vacías. Lo puedo oír subiendo las escaleras, los peldaños crujen, ¡no! se rajan, se quiebran… y luego el silencio. ¿Cuánto puede tardar en subir un mísero piso? Sin embargo, todavía está en las escaleras. Y yo, aquí, escribiendo bajo la trémula luz de una linterna. En parte deseo escucharlo tras la puerta de la habitación, en parte me aterroriza. Anhelo llegar a ese momento, en el cual por fin todo lo imaginado se hará realidad y me sacará de esta pesadilla en la que me hundo mientras oigo los crujidos en la escalera. ¡Allí están otra vez! Se acerca, lo sé, lo siento, lo deseo, lo temo. Siento tantas cosas, debo contar tanto… y me queda tan poco tiempo que no sé qué hacer con él. No me alcanza para huir (¿y a dónde iría?), ni me alcanza para pensar ni para… pero me estoy apartando de lo que quiero contar. El silencio de nuevo, esta vez más cerca. Todo comenzó hace dos noches. Al principio no le di importancia. Tal vez era un ratón o la casa quejándose por el calor o el frío. No lo sé, estirándose o lo que sea que hacen las casas cuando suenan a tu alrededor. Noté al aire más pesado, pensé que era por el inicio del verano. Sentí una opresión, una viscosidad, una incomodidad que me rodeaba. Fue tan fugaz que no cavilé en ella. Recuerdo creer que algo acechaba fuera de mi habitación, estaba semidormido y lo descarté. El día trajo otras preocupaciones, más mundanas, más reales. Luego se hizo de noche nuevamente y allí aparecieron los crujidos. Como los escucho ahora, todavía en la maldita escalera, subiendo incesantemente los peldaños una y otra vez.
Aunque sé que hoy llegarán a mi puerta y después… No sé, no lo sé, ¡me volveré loco si eso llega hasta mí! ¡Me volveré loco si no lo hace! Lo puedo sentir avanzando, el aire está viciado a mi alrededor, la luz de la linterna apenas lo atraviesa. No sé cómo sucedió, no sé por qué, pero sé que está pasando y estoy solo. Quiero dejar un registro de lo que pasó, para que los demás lo sepan cuando yo ya no esté… no quiero pensar ello… sé que debo hacerlo. Anoche… ¡Por Dios! ¿Cómo explicar lo de anoche? Y sin embargo esta mañana todavía estaba aquí y aquí me quedé hasta ahora. ¿Por qué, por qué no me fui cuando podía? ¿Pude irme? ¿Realmente pude? Los recuerdos del día son vagos, brumosos, pero los de anoche, ¡ay, los de anoche! Lo percibí allí, al pie de la escalera, agazapado. Me llegó su olor a putrefacción y entonces lo escuché subir, escalón a escalón, con una pereza endemoniada. Cada crujido me rajaba el corazón. Sin quererlo, volví mi vista hacia la puerta (ahora no lo hago) y quedé paralizado. Esperando su llegada, anhelándola, aterrorizado al sentir su presencia del otro lado, inmensa en cada silencio, terrible con cada crujido. Ahora empezaron otra vez, más cerca, mucho más cerca. Ya debería estar por llegar al final. ¡¿Cuánto más va a tardar?! ¿Cuánto más? Ya no siento ningún olor, la boca la tengo pastosa y todo mi cuerpo se comprime con cada crepitar, como si su presencia me estuviera empujando, estrujando, comprimiendo. Y todavía no está aquí, todavía no llegó a mi puerta. Sigue crujiendo en la escalera, remoloneando en cada maldito peldaño. ¡Ay, por qué no llegará de una vez! ¿Por qué…? El silencio de nuevo, pero ahora es distinto, es como si me observaran, mas la puerta está cerrada, no la oí abrirse y además… Está cerrada, lo sé, no debo mirar, no debo. Todavía no terminé de escribir lo de anoche… no debo mirar hasta que… no debo… ¡ese intenso silencio! No debo mir…
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