Auster.
¿En serio Paul? Lo dice su libro, Sunset Park. Así lo rememora Francesc Perón:
La última novela de Paul Auster arranca en la soleada Florida, en medio de la desolación de las viviendas embargadas por la falta de pago de las hipotecas tóxicas. Joyce Carol Oates la define como “una pesimista alegoría contemporánea de la vida americana bajo la espiritualidad de la bancarrota”.
Pero su título es puro Nueva York. La novela toma el nombre de Sunset Park , uno de los barrios de Brooklyn, aunque no es el Brooklyn de clase media de Park Slope –donde reside el autor– ni el Brooklyn redescubierto por los artistas y los turistas europeos más leídos. Es el otro, el más denso, el que conecta por la vía de la miseria con la tribulación de quienes perdieron su hogar.
“Rara es la construcción a la que accede que ha sido dejada en buen estado… Resulta más habitual que haya habido una erupción de violencia e ira” , dice el texto. El que se encuentra con este paisaje de derrota es Miles Heller, protagonista principal, que trabaja limpiando residencias expropiadas para que el banco las vuelva a poner en el mercado. A él le gusta retratar los objetos abandonados en la diáspora de la ruina. Miles es un joven de 28 años de clase media, erudito, que hace algo más de siete huyó de su hogar familiar, en una zona elegante de la Gran Manzana.
“Es la primera vez que escribo una novela que ocurre en el presente. Los embargos suponen algo terrible, es la imagen de la crisis”, sostiene Auster.
Por una amenaza que se cierne sobre él, tras enamorarse de una menor de edad –Pilar Sánchez–, el joven decide volver a su territorio. Se cobija en una casa okupa.
Auster está caído. Vive encerrado en su morada por una neumonía. “Aún tengo fiebre, no estoy seguro de que mejore”, arranca esta conversación, mantenida el lunes 20 entre ataques de tos.
“Ella no quiere dejar Nueva York. Quiere continuar en esta inmensa, inhabitable ciudad tanto como pueda” . Ella es Alice Bergstrom, otra de las okupas. “Es una mujer inteligente”, apostilla su creador. “Nueva York es un lugar difícil, especialmente si no tenés dinero. Si sos rico es muy bonita. Si has de luchar es extremadamente difícil”.
Su libro es un juego de contrastes. Los ricos Estados Unidos y el país de los desheredados. La ciudad del glamour –el padre de Miles es editor; la madre, actriz; el padrino, escritor o alter ego de Auster–, y la otra, la de los que no pueden pagar el alquiler y cada vez se han de alejar más de aquella primera ciudad. “Miles creció en el West Village, en un barrio muy agradable, y ahora está en Sunset Park, ¿has ido alguna vez?”.
Sí.
No es un lugar muy feliz. Es pobre, sencillo, con muchos inmigrantes, donde la gente ha de bregar para salir adelante. No es una de las partes maravillosas de Nueva York. Miles se siente un tanto alienado.
En uno de sus paseos, Auster descubrió una casa de madera, de ventanas y puertas selladas. El enclave ideal para desarrollar su proyecto. “Es el entorno donde resulta posible que alguien ocupe una vivienda. Hay zonas de Nueva York donde sería demasiado visible”.
Nada que ver, considera, con Park Slope, donde vive, en la que es su cuarta residencia dentro del concejo de Brooklyn, adonde llegó hace 31 años. Su nombre se cita casi como sinónimo de Brooklyn, aunque reconoce que “lo elegí porque era más barato, no me podía permitir por más tiempo seguir en Manhattan”. No hace demasiado que hizo mudanza. Él y su esposa, la también escritora Siri Hustvedt, precisaban una casa más grande. Se fueron, como quien dice, a la acera de enfrente.
“Le dije a Siri que, si quería volver a Manhattan, no había ningún problema. Decidió que nos quedábamos”.
Se diría que Paul Auster ha ejercido de ariete. Que abrió las puertas del enclave a la llegada de la gente de la creación y la intelectualidad. De su ramo, recuerda a Norman Mailer, que residió en el vecindario hasta que se lo llevó la parca. “Prácticamente todo el mundo vive en Brooklyn, ja, ja”, bromea. “Se ha convertido en una especie de centro nacional para artistas. Ahora debe haber más artistas aquí que en Manhattan.Es que en Brooklyn pueden encontrar un buen sitio que salga una cuarta parte de lo que resultaría del otro lado”.
Después de un respiro, sigue en su explicación. “A mí me gusta vivir en Brooklyn. Es un buen lugar para trabajar, para educar a tus hijos. En cambio, es mucho menos excitante que Manhattan, cosa que a veces echo de menos. Las librerías, las galerías de arte. De todo hay menos en Brooklyn”.
A lo largo de la conversación admite, sin embargo, que el dinero no es la razón exclusiva a la hora de elegir la residencia. Auster da una de sus claves personales. “Étnica y racialmente Brooklyn está mucho más mezclado. En un restaurante encontrás de todo, negros, indios, de todo. En Manhattan, en un buen local, sólo hay blancos”.