El año y medio que hace ya desde que CC y el PSOE decidieron compartir el mismo techo ha sido un continuo desasosiego y disgusto. Al día siguiente mismo de que los contrayentes se intercambiaran las arras, ya estaba la primera parte contratante haciéndole la vida imposible a la segunda parte: que si una patadita en las canillas en aquel ayuntamiento, que si una puñaladita trapera en un cabildo, ahora unas declaraciones en público poco favorecedoras de sus cualidades, después un yo me lo guiso y yo me lo como y no te digo nada y así, suma y sigue. La segunda parte contratante, mientras tanto, ha respondido con beatífica mansedumbre y ha contado hasta cien millones antes de elevar la voz.
Dos millones de canarios siguen con pasión y capítulo tras capítulo un culebrón que a poco que nos descuidemos va a durar más que “Simplemente María” y “Ama Rosa” juntas. A diario se preguntan de dónde saca tanta paciencia como demuestra la segunda parte y concluyen que si el santo Job gastara picadura y militara en el PSOE ya se le habría rebosado la cachimba hace tiempo y habría decidido que es mucho mejor vivir solo que mal acompañado.
El nuevo capítulo de la saga que protagoniza esta desavenida pareja tiene como argumento principal un impuesto que está dando más guerra que los diezmos y primicias de la Iglesia y del que tengo la sensación que se lleva hablando desde la última glaciación sin que la madeja se desenrede. Disgustada la segunda parte con los criterios de la primera para gastarse las perras del impuesto, se ha levantado de la mesa del salón y ha dado un portazo alto y fuerte.
Yo, ciudadano al que le gusta estar al cabo de la calle y que ha seguido con atención digna de mejor causa las interminables discusiones de la pareja en cuestión, soy incapaz de predecir si esto que suena es devuélveme el rosario de mi madre y quedate con todo lo demás, lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me nombres nunca más. Tengo para mi que es más bien un si te quieres dir dite, que yo no te juleo respondido por un échame si te atreves que yo de aquí no me meneo. Y así, pasando y pasando el tiempo, la relación de nuestra pareja se parece cada día más al cruce de un diálogo de los hermanos Marx con una canción de Pimpinela.