Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?

Por Rhenriquez

Andrea del Sarto. Retrato de escultor, ~ 1518, Londres, National Gallery.

SI TE QUIERES MATAR,
¿POR QUÉ NO TE QUIERES MATAR?

Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?
¡Ah, aprovecha la ocasión! Que yo, que amo tanto la muerte
y la vida,
si osara matarme además me mataría…
Ah, si osas, ¡osa!
¿De qué te sirve el cuadro sucesivo de las imágenes externas
a que llamamos mundo,
esa cinematografía de las horas que son representadas
por actores de convenciones y poses determinadas,
circo polícromo de nuestro dinamismo sin fin?
¿De qué te sirve tu mundo interior, que desconoces?
Tal vez al matarte lo conozcas, por fin…
Tal vez al acabar comiences…
Y de todas formas, si te cansa ser,
ah, cánsate noblemente,
¡no cantes, como yo, la vida por borrachera,
no saludes, como yo, la muerte en literatura!

¿Que haces falta? ¡Oh fútil sombra llamada gente!
Nadie hace falta; tú no haces falta a nadie…
Sin ti todo marchará sin ti.
Tal vez para otros sea peor tu existir que tu muerte…
Tal vez peses más durando que dejando de durar…

¿El dolor de los otros…? ¿Tienes remordimiento anticipado
de que te lloren?
Tranquilízate: poco te han de llorar…
El impulso vital extingue poco a poco las lágrimas
cuando no son por cosas propias,
cuando son por lo que ocurre a los demás, sobre todo la
muerte
que es una cosa después de la cual nada ocurre a los demás…
Primero es la angustia, la sorpresa de que haya venido
el misterio, y la falta de tu vida hablada…
Después es el horror del ataúd visible y material,
y los hombres de negro que ejercen la profesión de estar allí.
Después es la familia velando, inconsolable y contando
historietas
lamentando la pena de que tú hayas muerto,
y tú, mera causa ocasional de aquel plañir,
tú verdaderamente muerto, mucho más muerto de lo que te
imaginas…,
mucho más muerto aquí de lo que te imaginas
aunque estés mucho más vivo más allá.
Después, la trágica retirada hacia el panteón o el hoyo,
y después el principio del morir de tu recuerdo.
Primero hay en todos un alivio
de la tragedia un tanto pesada de que te hayas muerto…
y la vida de cada día reanuda su día.

Después, lentamente, se te olvida.
Sólo en dos fechas se te recordará, aniversariamente:
al cumplir años tu nacer, al cumplir años tu morir.
Nada más, nada más, absolutamente nada más.
Piensan en ti dos veces cada año.
Suspiran por ti dos veces cada año aquellos que te amaron.
Y alguna que otra vez suspirarán si por casualidad se habla
de ti.

Encárate en frío, y encara en frío lo que somos…
Si te quieres matar, mátate…,
¡no tengas escrúpulos morales, recelos en la inteligencia!
¿Qué escrúpulos o qué recelos tiene el mecanismo de la vida?

¿Qué escrúpulos químicos tiene el impulso que genera
las savias, y la circulación de la sangre, y el amor?

¿Qué memoria de los otros tiene el ritmo alegre de la vida?
Ah, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre,
¿no ves que careces absolutamente de importancia?

Eres importante para ti porque es a ti a quien tú sientes.
Eres todo para ti porque eres para ti el universo,
el propio universo y los otros
satélites de su subjetividad objetiva.

Eres importante para ti porque sólo tú eres importante para ti.
Y si eres así, oh mito, ¿los otros no han de ser así?
¿Tienes, como Hamlet, pavor a lo desconocido?
Mas, ¿qué es lo conocido? ¿Qué es lo que conoces tú
para que llames desconocida a cualquier cosa en especial?

¿Tienes, como Falstaff, el amor adiposo a la vida?
Si la amas tan materialmente, más materialmente ámala aún:
¡tórnate parte carnal de la tierra y las cosas!
Dispérsate, sistema físico-químico
de células nocturnamente conscientes,
en la nocturna consciencia de la inconsciencia de los cuerpos,
en el gran embozo que-no-emboza-nada de las apariencias,
en la hierba y el césped de la proliferación de los seres,
en la niebla atómica de las cosas,
en las paredes voraginantes
del vacío dinámico del mundo…

Fernando Pessoa
(Álvaro de Campos)

Anuncios