Si veinte años no son nada, qué son diez minutos

Publicado el 16 abril 2013 por Francescbon @francescbon

Qué equivocado estará quien interprete que yo soy fan de Queen. No es que les tenga una manía especial, reconozco sus méritos pero me cargan demasiado sus errores. Algunos de ellos relacionados con su primera época (como escoraron de cierto glam-rock dramatizado a un vodevil de hard-rock de guitarra al aire) otros relacionados con la segunda (una excesiva búsqueda del impacto comercial por encima de experimentos). Aún así, pertenezco a la extensa tribu planetaria a la que le es imposible pertenecer indiferente cuando oye las primeras notas de Bohemian Rhapsody. Sí: justo ese coro inicial a cappella que dice Is this the real world,is this just fantasy.Si hay que hablar de una canción que es el emblema de un grupo es esa. Puede que los fans enganchados a la banda en su última fase hayan optado por otras elecciones, pero la verdadera quintaesencia está recogida en esos seis o siete minutos. En esa época se consideraba que unos cuatro minutos era el máximo tolerable para las canciones que se publicaban en formato single. Se requería inmediatez, radiabilidad, estructura de corte clásico, y van y presentan una canción que transita por toda clase de tiempos y estilos, desde la balada desgarrada hasta el coro incluyendo el interludio operístico y el arranque de rock casi heavy, ese que siempre que oigo me rememora una escena de una película infecta de hace muchos años llamada Wayne's World. Lejos de culpar a Queen por el heavy-metal, que ya podría, pero me temo que otros muchos hubieran caído en el pecado, escribo estas líneas para disculpar que no controlaran el monstruo que contribuyeron a crear. Queen fueron solamente un experimento con un punto de partida más cercano al glam-rock que se escapó de las manos. Para sus bolsillos, mucho mejor. Para el curso de la historia de la música popular, un inexplicable caso de lo que los pesados del marketing llaman transversalidad. Lo que sí que ha arraigado es el ejemplo de Bohemian Rhapsody como amago de suicidio comercial por su duración y su estructura saltarina entre estilos.Todos los singles que han desafiado a los corsés de la industria y se han alzado triunfadores deben algo a Bohemian Rhapsody. Todos han pasado por la comparación por la simple cuestión de su duración y de sus cambios de ritmo.

Un ejemplo paradigmático sería Paranoid Android de Radiohead. Mucho más aguerrida en su estructura, son otros siete minutos con unos parones y unos arranques mucho más violentos y psicóticos y con la voz de Thom Yorke, técnicamente más comedida que la de Freddie Mercury, pero que, qué coño, quien imagina a los Radiohead con otra voz que no es la suya. Paranoid Android es tan fiel a su título como la de Queen, y Ok Computer es un disco mucho más respetado, sí, ahora que hace dieciséis años de su publicación ningun crítico se atrevería a discutirlo. A night at the Opera, el disco de Queen, gravitaba alrededor de la canción, aunque había otras canciones brillantes como Death on two legs o la algo pastoril '39. Sin embargo, Ok Computer rebosaba de otras canciones, su escucha no tenía un hito tan destacado y un día la favorita era Exit music (for a film), una de las mejores canciones de todos los tiempos y otro lo era Karma Police o No surprises. Puestos a ser brutos, el solo de guitarra en la canción de Radiohead es más esquizoide, menos tarareable y más desquiciado. Claro, han pasado veinte años y el rock'n'roll, o lo que sea, ya ha pegado muchos vuelcos. Entre el disco de Queen y el de Radiohead hay muchos años de evolución de la música. Está, mínimo, mucho punk, la new wave, el tecno y el techno.

Y el último ejemplo es el nuevo paradigma: Pyramids, diez minutos plantados en medio del fenómeno que es channel ORANGE, de Frank Ocean, como apostando por ir más lejos aún. Los años han pasado y Ocean es otro de los encargados de hacer evolucionar la música. Combina historias de emperatrices e historias de prostitutas, despanzurra la versión inicial de la canción para editar un vídeo de carácter cinematográfico, pero sigue ahí para demostrar que los artistas de verdad no son cómplices de los capos del marketing sino sus peores pesadillas. La canción acelera y para y hasta se permite intercalar un solo de guitarra de John Mayer, con cuyo apellido me dan ganas de jugar para los que sepan algo de inglés. Brian May- John Mayer. Mayer es más que May y Frank Ocean sabe perfectamente con quién lo compararán y qué terreno pisa. Nueve meses y el disco aún echa chispas.