Si yo fuera un hombre - Charlotte Perkins Gilman

Publicado el 05 agosto 2019 por Elpajaroverde
«Comenzó a parecer que habíamos vivido en una especie de delirio, por culpa de no conocer la realidad de nada. Tan pronto como comenzamos a conocer los hechos, nos comportamos de manera diferente».
Así se expresa la narradora de Cuando era una bruja, historia que abre el volumen de relatos de Charlotte Perkins Gilman que hoy os traigo. Así pareciera que pensara también la autora de los nueve cuentos que lo componen.
Charlotte Perkins Gilman (Estados Unidos, 1860-1935) fue escritora prolífica, editora y artista, amén de sufragista y destacada defensora de los derechos civiles de las mujeres. A tenor de este mi primer encuentro con la escritora norteamericana, me queda muy claro que para ella no existía ninguna línea divisoria entre ambas facetas. Ella conocía perfectamente la realidad en la que se movían las mujeres de su época, la escrutaba con ojo crítico y la plasmó en su obra literaria tal vez con la no sé si ingenua (dado que algunos de sus matices no me suenan tan lejanos) intención de que, al darla a conocer, hombres y mujeres comenzaran a comportarse de manera diferente. 
«Mollie era «como es de esperar». Era uno de esos preciosos ejemplares de lo que respetuosamente suele denominarse «una mujer de verdad». Por supuesto, era pequeña -ninguna mujer de verdad debería ser grande-. Extravagante, caprichosa, de humor cambiante, adicta a la ropa bonita que siempre «le sienta bien», con todo lo esotérico de la frase (esto no se refiere a los vestidos en absoluto -ellos no pueden sentarla-, sino a esa gracia tan especial que consiste en ponérselos y pasearlos por ahí, y que tan solo se les concede a unas pocas, por lo visto).
Además, era una amante esposa y una madre devota, poseedora del «don de socializar» y el amor de la «sociedad» que lo acompaña, y todo ello sin olvidarnos del orgullo y cariño que tenía por su hogar que tan bien gestionaba, al igual que la mayoría de las mujeres».
No ahorra la autora epítetos para describir lo que se consideraba el prototipo ideal de mujer, un modelo por el que no sentía especial simpatía, pero en sus textos hay mucho más espacio para las mujeres que se escapan sin ambages de ese esquema encorsetado, como la muchacha de la que se habla en La fuga o la esposa de Abandonado; para las que dudan en liberarse de él, como la joven de Ese extraño tesoro, o aquellas otras a punto de volver a sus moldes como la enamorada de La cabañita; para las que nunca se han supeditado a él, como la misteriosa mujer de Lo inesperado; y para aquellas otras que se adelantan al reciente término acuñado como sororidad, tal y como sucede en Exiliada. Hay también lugar para otear «aquel mundo en el que viven los hombres, creado por ellos y visto a través de sus ojos», tal y como ocurre en el relato del que toma el título este libro y como también dejan patente las conversaciones entre los jóvenes del ya citado Ese extraño tesoro.
La prosa de Gilman rezuma ironía. Tal vez sea esto lo que, unido a algunos puntos comunes en las tramas y ambientaciones de las historias, me haya hecho recordar por momentos alguna narración de Henry James, si bien yo prefiero al inglés sin desmerecer a la estadounidense. Los relatos de esta son muy cortos y sus tramas sencillas y en ocasiones abocadas a esa resolución feliz que su autora soñara para la independencia de las mujeres, lo cual convierte esta lectura en muy ligera en la mejor expresión del término.  
Hay, sin embargo, de entre estos nueve relatos, uno que destaca no solo por su extraordinaria calidad sino también por sus tintes más tenebrosos. Se trata de El papel amarillo, una de las obras más conocidas de Charlotte Perkins Gilman. Su redacción fue inspirada por una experiencia personal de la autora: las crisis depresivas que sufrió tras el nacimiento de su única hija. A Gilman se la trató con reposo y alejamiento de todo actividad intelectual, es decir, de «el trabajo: algo normal en la vida de todo ser humano: algo que proporciona diversión, crecimiento y servicio y, sin lo cual, uno no es más que un pobre y un parásito», tal y como expresa la propia autora en el breve texto en el que explica por qué escribió este relato y que también está incluido en este volumen, y tal y como descubrió la protagonista del relato Si yo fuera un hombre, la cual, al ponerse literalmente en la piel de su esposo, «sintió lo que nunca había sentido en su anterior vida: el poseer dinero, su propio y bien ganado dinero, era suyo para poder entregarlo o quedárselo, no tendría que mendigarlo, ni rogarlo, ni sonsacarlo con halagos; era su dinero...»

Charlotte Perkins Gilman. Cortesía de la Biblioteca Schlesinger del Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard


La protagonista y narradora de El papel amarillo recibe el mismo tratamiento que sufrió su creadora. Desde la cama de la habitación en la que ha sido confinada por su bien contempla angustiada el horrible papel amarillo de la pared. Tal vez sea esa contemplación de la pared y la consecuente apertura que se opera en la mente de las respectivas observadoras lo que me haya hecho recordar el no menos maravilloso relato La marca en la pared de Virginia Woolf. Pero, volviendo a la narración y a la autora que nos ocupa, retornemos también a nuestra pared cubierta con nuestro papel amarillo.
El papel cobra vida, como todo lo que se observa con tesón y detenimiento, y revela su auténtico patrón; un patrón no muy alejado de aquel del que intentan escapar las mujeres que protagonizan el resto de relatos de este libro, pero sí muy alejado el tono de estos de este otro mucho más opresivo.
«Al fin he descubierto algo.
Tras muchas noches observando, viendo sus repentinos cambios, al fin me he dado cuenta.
El patrón sí que se mueve. ¡Y no es de extrañar! ¡La mujer tras él no para de agitarlo!
A veces me da la impresión de que hay muchas mujeres atrapadas detrás y otras solamente veo a una: se arrastra rápidamente tras el tapiz y es su movimiento el que hace que se agite.
Al llegar a los puntos más brillantes se queda muy quieta y en aquellos más oscuros toma los barrotes con sus manos y los agita violentamente.
No cesa en su intento de tratar de atravesar esos barrotes. Nadie podría pasar a través de ese patrón... ¡es realmente asfixiante! Creo que es por eso por lo que tiene tantas cabezas.
Lo atraviesan y entonces el patrón las estrangula, colgándolas de arriba abajo mientras sus ojos se ponen blancos».
Ni que decir tiene que Gilman recobró la salud en cuanto decidió retomar su actividad literaria y que vivió su vida más allá de patrones y barrotes y ocupada en liberar de papel amarillo las paredes que rodeasen a cualquier mujer. Como ella misma dejó escrito en su relato La cabañita, «en vano las redes se extienden ante cualquier ave».

Ficha del libro:Título: Si yo fuera un hombreAutora: Charlotte Perkins GilmanTraductor: Marino Costa GonzálezProloguista: Olaya González DopazoIlustrador: Coles PhillipsEditorial: Uve BooksAño de publicación: 2018Nº de páginas: 160ISBN: 978-84-948073-4-3Si te ha gustado...¿Compartes?         ↓