El comportamiento es la mejor arma que poseemos para acercarnos a los demás, y para separarnos también. Tenemos la mala suerte de convivir con un modelo de comportamiento socialmente aceptado que somete a nuestro mundo a una tensión de la que ahora sufrimos parte de sus consecuencias. Hablo de la codicia, de la avaricia, de la usura. Un comportamiento que nuestro modelo de sociedad ha fomentado y mantenido durante quizás demasiado tiempo.
Nuestros antepasados encontraron en la reciprocidad ese instinto en base al cual sobrevivir y perdurar como especie. Los animales que conviven en grandes grupos pacíficos parecen violar unas leyes de la evolución basados en la competitividad y la supervivencia del más fuerte. La estrategia de “si tú rascas mi espalda, yo rasco la tuya” es algo cuya efectividad está más que demostrada. Robert Cialdini habló de un reflejo automático de reciprocidad alojado en nuestro inconsciente, de manera que cuando alguien nos hace un favor nosotros respondemos con otro favor. Una estrategia en la que el primer movimiento es realmente importante ya que determina el signo de su respuesta.
Esta forma de entender las relaciones va más allá del altruismo entre parientes, se trata de la puerta tras la cual se abre un mundo repleto de relaciones cooperativas con otras personas.
El egoísmo es un suicidio genético. Su implantación en nuestra sociedad supone un peligro de supervivencia para el mundo tal y como lo conocemos. Si jugamos a un juego de suma cero, en el que unos ganan y otros pierden, corremos el riesgo de convertirnos en una especie destructiva para nosotros mismos.
Cuando nuestro comportamiento está basado en el egoísmo, anulamos la posibilidad de construir relaciones estables a largo plazo, y eso supone un riesgo en sí mismo. Por ejemplo, las empresas cada vez “mueren” más jóvenes víctimas de una voracidad basada en juegos de suma cero. Luchamos para ganar a los otros, no para crecer juntos. Esta codicia por el beneficio nos deja sin oficio. La alternativa pasa por modificar nuestro comportamiento, individualmente primero y socialmente después. Modelos de comportamiento basados en la reciprocidad, cuyo valor más importante sea el bien común, donde la justicia abogue por la importancia de las relaciones definidas según estas reglas. Todo lo demás queda relegado a un segundo plano por carecer de interés para nosotros como especie.
Comportarnos para seducir, no sólo a nuestras parejas, también a nuestros amigos, a nuestra familia, a nuestros compañeros de trabajo y a todo aquel que se cruce en nuestro camino. Sé que todo esto suena algo utópico, no me cabe duda, pero también sé que si no hablamos de ello nunca veremos otra alternativa al modelo en el que vivimos. Creo que en tiempo de tantos debates y consultas populares, es también tiempo de poner encima de la mesa la importancia de todo esto y revisar que comportamientos son los que van a heredar nuestros hijos, porque esa es nuestra responsabilidad, porque nuestros antepasados lo hicieron antes y ahora nos toca a nosotros.