Ya he hablado en el blog de Gonzalo Calcedo (Palencia, 1961); lo hice hace tres años, cuando leí su última colección de cuentos, titulada El prisionero de la avenida Lexington (2010). Y ya comenté entonces que me pareció una colección de relatos muy conseguida, y que Calcedo está considerado uno de los maestros del relato breve en España. En 2011 la editorial Tropo editó Siameses en una colección llamada 2º asalto: en ella publicaba (he consultado la página web de la editorial, y creo que desde 2011, imagino que por los imperativos de la supervivencia en tiempos convulsos, esta colección está parada) libros que ya habían sido publicados, pero que a juicio de los editores merecían una nueva oportunidad en el mercado editorial. Siameses está formado por dos libros de relatos: Otras geografías (Premio NH, 1996) y Liturgia de los ahogados (Premio Alfonso Grosso, 1997). En el prólogo de este segundo libro, Juan Bonilla apunta: “A mediados de los 90 en España, publicar un primer libro de cuentos no era del todo complicado, con un poco de suerte, siempre que ese primer libro, convenientemente sancionado por unas cuantas reseñas encomiásticas, avisase la inminente aparición de una novela. Por eso, publicar un segundo libro de cuentos era casi imposible, si entre el primero y el segundo, no se había interpuesto una novela” (pág. 109). Y como Gonzalo Calcedo lo que quería era escribir cuentos, para seguir publicando (su primer libro de cuentos apareció en Tusquets) tuvo que presentarlos a concursos, que, a pesar de la satisfacción de ser reconocido por el jurado y el premio económico, posiblemente no llegaron a tantos lectores como podrían haberlo hecho.
Este libro de Siameses me lo regaló Alberto Olmos hace ya dos años, y desde entonces estaba pendiente en mi cada vez más inabarcable montaña de libros inleídos. Después de dos años de apuntarme con su presencia inquietante desde lo más alto de mis estanterías, he acabado su lectura en dos días. De hecho, me ha gustado bastante, y menos mal que me queda la explicación de Mario Levrero en La novela luminosa sobre todas esas cosas que nos van creando una angustia difusa y a las que podemos enfrentarnos sin mayor esfuerzo pero preferimos, precisamente, sucumbir a la angustia difusa.
Otras geografías está formado por once relatos. La mayoría de ellos (igual que en los de Liturgia de los ahogados) están ubicados en una ciudad imaginaria llamada Medana (aunque la wikipedia apunta que es un pueblo de Eslovenia, esto no parece más que una coincidencia), cercana a la región playera y turística de Las Pacíficas. Los cuentos de El prisionero de la avenida Lexington estaban situados en Nueva York y sus alrededores; y esa ubicación (más imaginativa que real) era un homenaje a los maestros de Calcedo: “Hemingway, Cheever, Ford y Wolff, entre otros, se pasean indolentemente por sus páginas”, nos dice el autor en el prólogo que ha escrito para la edición de Siameses. El imaginario cuentístico de Calcedo es, por tanto, más norteamericano que español; y en estos primeros libros prefiere jugar a la desubicación geográfica antes que situar sus historias directamente en la Norteamérica que todos hemos conocido a través de los libros y el cine. Los nombres de los personajes ahondan en esta idea: los nombres y apellidos españoles se mezclan con otros puramente extranjeros: Julia, Lucas, Hazel, Luisa Larsen, Los Fígaro (estos dos últimos apellidos se repiten, a su vez, en más de un relato), Wanda, Los Korda, Basil, Los Olsen, Elke, Víctor Lepke, Kósiev, Ventura...
Las profesiones de los personajes de estos relatos suelen ser bastante anodinas: vendedor de productos de limpieza o abonos de puerta en puerta, contable en una fábrica de rodamientos, guía turístico, vendedor de coches usados, vendedor de puertas y ventanas de aluminio... y casi todos pertenecen a la clase media, o están pasando por algún apuro financiero. No encontrará el lector en estas páginas asesinos, soldados en guerra, o sucesos extraordinarios o muy emocionantes. La emoción va a asaltar al lector, pero de forma más sutil: lo extraordinario nos rodea, parece decirnos Calcedo; en cualquier vida hay momentos de cambio o de extrañeza y su mirada va a posarse sobre ellos para iluminar los momentos de transformación del ser humano.
En los cuentos de Otras geografías nos encontramos con muchas relaciones familiares: hijos que miran a sus padres y empiezan a comprender algo de ellos que antes desconocían, gracias a un hecho ocurrido en el tiempo del relato, y que va a cambiar el punto de vista de unos personajes sobre otros. Es decir, Calcedo construye sus relatos siguiendo el modelo epifánico de la narrativa breve norteamericana: gracias a algo que está ocurriendo en el primer plano del relato, un personaje descubre algo más profundo sobre otro o sobre sí mismo, y el escritor enfrenta al lector justo a ese momento de cambio que sufre el personaje. No son los grandes sucesos los que marcan la acción aquí, sino precisamente el valor simbólico de los pequeños, y gracias a este efecto consigue crear momentos de gran belleza.
Así, en Proyecto de amor, una hija va a conocer más a su madre, después de que entre las dos decidan alquilar uno de los cuartos de su casa. En Adiós otra vez, un hijo va a tener la oportunidad de reencontrarse con su padre después de diez años sin verse, y el reencuentro tendrá alguna sorpresa. En Por motivos sentimentales (uno de los mejores cuentos del primer libro) una mujer joven que hace de guía turística va a descubrir algo desasosegante de una de sus clientes, algo que puede que le dé alguna pista de lo que conlleva la soledad a la que parece sentirse abocada. En Caballos salvajes (un cuento que parece un claro homenaje al Raymond Carver de Caballos en la niebla) se consigue un momento de gran belleza; igual que en la siguiente composición, titulada Otras geografías, sobre una mujer que enloquece.
Si bien Otras geografías se lee con agrado, y contiene unos cuantos relatos notables, también podemos apuntar que en estas páginas se siente aún el titubeo del escritor que está buscando su voz mientras asimila la de sus maestros. Los ocho cuentos de Liturgia de los ahogados me han parecido más redondos; más cercanos a la madurez que Gonzalo Calcedo ha conseguido conquistar en un libro como El prisionero de la avenida Lexington. En Liturgia de los ahogados (como ocurre en el cuento que da título al libro y que es uno de los mejores de Siameses; o en otro titulado El rincón secreto) también nos encontramos con relaciones de padres e hijos, pero diría que son más frecuentes en los conflictos planteados las relaciones de pareja. Parejas que descubren alguna verdad incómoda sobre sí mismas (“Llevábamos diez años casados y algunos comportamientos provocaban un rencor recíproco al principio y luego, sin otra trascendencia, aburrimiento”, leemos en la página 135), sobre todo al entrar en contacto con algunos desconocidos que irrumpen en su casa; principalmente vendedores ambulantes, como ocurre en los cuentos Toda esa sangre, El hombre que hablaba a las plantas o en Parejas.
Ya dije hace tres años que El prisionero de la avenida Lexington es un gran libro de relatos; y me ha gustado reencontrarme de nuevo con Gonzalo Calcedo. Quizá no todos los cuentos de Siameses estén a la altura de los de El prisionero de la avenida Lexington, porque están escritos más de una década antes, cuando el autor aún buscaba su voz narrativa, pero desde luego hay ya cuentos aquí (Vado permanente, Caballos salvajes, Otras geografías, Liturgia de los ahogados, El hombre que hablaba a las plantas o Parejas) muy maduros y de gran belleza, que me confirman que Gonzalo Calcedo (dentro de lo que yo conozco) es uno de los maestros de la narrativa breve actual en España.