Desde el Hotel María Ortigia nos dirigimos hacia el Parque Arqueológico Neópolis. Caminamos unos veinte minutos y salimos de la ciudad vieja de Ortigia, un barrio de Siracusa que es mucho más tranquilo que el centro pues la mayoría de sus calles son peatonales.
Como apenas había gente en la entrada, compramos los billetes en un santiamén y para dentro. Lo primero que visitábamos era la Grotta dei Cordari. Durante siglos, gracias a su longitud y a la presencia de agua, ha acogido el arte de los cordeleros..
La bóveda todavía está sostenida por pilones dejados por los canteros de piedra, y se puede ver en su interior enormes bloques bien cuadrados que cuelgan del techo como estalactitas colosales.
Nos adentramos en la Oreja de Dionisios, una enorme cueva artificial de caliza traída de una vieja cantera y que mide 23 metros de alto por 65 metros de largo y tenía una forma curva.
Debido a la forma de oreja tenía una sensacional acústica que pudimos comprobar emitiendo sonidos que el eco nos devolvía con claridad.
Cuenta la leyenda, que Dionisios utilizó esta cueva como prisión para sus esclavos y así podía oír los gritos cuando los torturaban.
Otra de las leyendas es que Dionisios se escondía para escuchar los planes y secretos que hacían los disidentes que permanecían en la cueva por medio de la acústica. Terrible, no?
Nos fuimos hacia el Teatro Griego, uno de los más grandes del mundo y con vistas hacia el mar. Fue construido en su primera fase en el siglo III A.C. y forma parte del Patrimonio Mundial de la Unesco.
También pudimos apreciar el anfiteatro romano, de forma oval, precioso aunque un poco descuidado. Las arcadas que había en la zona norte y sur servían para dar paso a los gladiadores y las fieras.
Volvimos al principio del parque para poder admirar el Ari de Hierón, un enorme altar donde se podían sacrificar a más de quinientas personas a la vez.
Siracusa, en aquellos tiempos, tras de los griegos, fue la ciudad más grande después de Atenas y Corinto.