Tras la temporada estival llega el primer fin de semana en la ciudad y el restaurante elegido es la Sidrería Navarra. Para ser sincero yo hubiese elegido otro. Muchos otros antes que este, pero no fui yo quien tomó la decisión. - ¿Por qué no lo hubiera elegido? - No soy partidario de los restaurantes de bancos. Si salgo a cenar fuera, aparte de cenar bien, no quiero estar incómodo. Y si voy a estar un par de horas sentado, el no tener respaldo puede hacerse muy duro. Como aún no hace frio, pedimos en la terraza que al menos las sillas son con respaldo.Cuando llegamos estaba diluviando y como no tenían muchas reservas, nos dieron la posibilidad de pasar dentro, cosa que rechazamos, el toldo nos protegía de la lluvia y era mejor que los bancos. Mis riñones lo agradecerían. Un camarero demasiado simpático vino a tomar nota. Dejó una carta en la mesa. Fue innecesario, pues venía dispuesto a ponernos lo que a él le apeteciera como, con algunos matices, consiguió hacer.Las bebidas fueron las que cualquiera pediría en una sidrería, una jarra de cerveza, algún refresco y sidra con el correspondiente escanciador. Lo cierto es que estuvimos muy entretenidos toda la noche con el botoncito del aparato.Entre unas cosas y otras, no me enteré mucho de lo que habían pedido. Yo estaba en una esquina de la mesa y el camarero ejerció de Juan Palomo. Sí conseguimos evitar que nos trajera dos platos muy parecidos y una cantidad de carne disparatada.
Tras la temporada estival llega el primer fin de semana en la ciudad y el restaurante elegido es la Sidrería Navarra. Para ser sincero yo hubiese elegido otro. Muchos otros antes que este, pero no fui yo quien tomó la decisión. - ¿Por qué no lo hubiera elegido? - No soy partidario de los restaurantes de bancos. Si salgo a cenar fuera, aparte de cenar bien, no quiero estar incómodo. Y si voy a estar un par de horas sentado, el no tener respaldo puede hacerse muy duro. Como aún no hace frio, pedimos en la terraza que al menos las sillas son con respaldo.Cuando llegamos estaba diluviando y como no tenían muchas reservas, nos dieron la posibilidad de pasar dentro, cosa que rechazamos, el toldo nos protegía de la lluvia y era mejor que los bancos. Mis riñones lo agradecerían. Un camarero demasiado simpático vino a tomar nota. Dejó una carta en la mesa. Fue innecesario, pues venía dispuesto a ponernos lo que a él le apeteciera como, con algunos matices, consiguió hacer.Las bebidas fueron las que cualquiera pediría en una sidrería, una jarra de cerveza, algún refresco y sidra con el correspondiente escanciador. Lo cierto es que estuvimos muy entretenidos toda la noche con el botoncito del aparato.Entre unas cosas y otras, no me enteré mucho de lo que habían pedido. Yo estaba en una esquina de la mesa y el camarero ejerció de Juan Palomo. Sí conseguimos evitar que nos trajera dos platos muy parecidos y una cantidad de carne disparatada.