Es ya bien sabido, documentado, estudiado y sobre todo vivido que la violencia genera violencia, que el fin no justifica los medios, que sobre los abusos, la sangre derramada, el sonido de la metralleta, el estallido de las bombas, la injusticia, la exclusión y la discriminación no podemos construir de la noche a la mañana y sin procesos de reconciliación y reparación un mundo en paz.
Se necesita tiempo, tiempo y amor para que las víctimas dejen de serlo más allá del cese de la violencia, para que dejen de mirarse así mismas como oprimidas y vencidas y sobre todo para que puedan re-significar su historia, sus vivencias y sobre todo su presente; el miedo, las heridas, el rencor calan hondo, muy hondo y tienen raíces muy profundas e implicaciones insospechadas.
Creo que a esta altura vamos entendiendo individualmente y un poco más lentamente como sociedad que no es posible asesinar en nombre de la paz y el amor, que nada justifica la violencia ni siquiera el mundo rosa y maravilloso que construiremos una vez vencedores. Porque la violencia, no importa su razón, ni meta alimenta la lógica víctima-victimario donde todos perdemos!
La pregunta es, si esto lo entendemos a nivel macro ¿cómo es que seguimos esperando que de un niño maltratado, violentado, abusado, ignorado y abandonado surja un ser humano amoroso, creativo, autónomo, responsable, generoso… de eso solo puede surgir un “hombre de bien” o lo que es igual un autómata de esta sociedad violenta y consumista. Cómo es posible que sigamos defendiendo prácticas tan absurdas como dejarlos llorar para que no nos tomen el tiempo, hacerles saber quien manda desde chicos para que de adolescentes no se te escapen de las manos, negarles nuestro amor, calor y atención para que no se vuelvan egoístas y demandantes, dejarlos a merced de sus pesadillas y terrores nocturnos para que desde chicos aprendan el don de no importunar a los “importantes”, partir de la base que son manipuladores y agresivos? Eso sin contar los castigos, golpes, gritos, abusos, manipulaciones y maltratos de todo tipo, que ya son el no va más de la incoherencia (“es por tu bien”, “más tarde me lo agradecerás”, “a mi me duele más que a ti”).
Sin entrar en el terreno de la moral y la ética, imaginemos por un momento que llevamos a cabo un “revolución” donde eliminamos a todos aquellos que ejercen la violencia, a todos los injustos, malvados, egoístas... Una vez hecho esto instauramos un mundo de amor, paz y respeto… suena al imperio del miedo no? Donde acatamos y obedecemos por miedo a desaparecer.
Traslademos esto a nuestros niños, a fuerza de voluntad y violencia desterramos de ellos todo lo que nos parece no deseable y apropiado, ¿qué queda? Un ser humano violento y violentado, victima y victimario.
Realmente me canso de escuchar la gente (y de verme a mi diciendo) que quiere un mundo mejor y ver como luego maltratan a un niño, porque no es coherente, no es consecuente, es sólo bla, bla, bla.
Obvio, no somos perfectos, somos hijos de formas de crianza y educación que propician la violencia, la exclusión, el miedo, el autoritarismo… pero si somos capaces en nuestra infinita “bondad” de dedicarle pensamientos y acciones de amor y respeto al resto de la humanidad, por que no empezar por casa, por que no cuestionarnos las prácticas de crianza y las creencias que las sustentan… hasta cuando vamos a seguir pensando que un bebé es malo, egoísta y caprichoso por naturaleza y somos nosotros los adultos “buenos” quienes estamos en la obligación de reconducir y adiestrar su siniestra naturaleza.
Aprendemos lo que es el mundo y lo que podemos esperar de él en función de las vivencias de nuestra infancia, en brazos del amor o el abandono decidimos quienes somos y que merecemos. La pregunta es entonces ¿qué mundo y que visión sobre si mismos queremos legarle a nuestros hijos?
No creo que estemos irremediablemente condenados, siempre es posible tomar conciencia y virar el rumbo, aunque también creo que la fuerza necesaria para hacer esos cambios, para desafiar a nuestro personaje y cuestionar aquello que hicieron de nosotros surge del amor, el respeto y la contención que hemos recibido de niños, por pequeño que este parezca. Porque para creerte merecedor de amor haz tenido que vivirlo aunque sea por un instante
Llenémoslos de besos, juegos, risas, de amor solo por el hecho de ser, de contacto y piel, de alegría por su existencia. Y sobre todo, dejemos de justificar nuestra violencia, nuestros crímenes cotidianos hacia ellos desde el supuesto amor y la necesidad de límites y normas, hagámonos cargo de lo que ese maltrato realmente significa son nuestras limitaciones, impaciencias, carencias y miedos las que ejercen el golpe, el grito, el abuso, la manipulación. Ellos ni lo necesitan, ni lo están pidiendo es nuestro dolor infantil y su necesidad de venganza, nuestro miedo a pensar, cuestionar y salirnos del caminito estipulado lo que nos lleva a repetir la historia.
Queremos paz, criemos desde la paz, no para la paz.
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