Si vives en el pueblo que linda con la propiedad de los Blackwood no querrás ir más allá de la roca negra cercana al ayuntamiento que marca el inicio del sendero que conduce hasta la casa de los Blackwood. No querrás adentrarte por Blackwood Road, escudriñar con la mirada los terrenos de los Blackwood al otro lado de la alambrada que los separa del camino. No querrás cruzar el bosque; menos aún cruzar el umbral de la casa de los Blackwood.
"Pobres forasteros [...] Tiene tantas cosas que temer".
O sí, sí querrás. Tal vez la curiosidad, o la notoriedad que te otorgará el contar la anécdota después, te anime a llevar tus pasos a través de Blackwood Road. Pocos serán, sin embargo, los que se atrevan a franquear la puerta de los Blackwood, tan solo un número reducido de personas que quizá escondan sus verdaderas intenciones tras una bienintencionada visita de cortesía. Muchas serán los que maldigan la alambrada colocada hace años que impide utilizar los terrenos de los Blackwood como atajo, pero nadie en su sano juicio maldeciría a un Blackwood directamente, al menos sin la protección que otorga mimetizarse dentro de un grupo. El odio hacia ellos se inocula con miradas. El miedo, con un comportamiento esquivo. El rechazo con la burla, con coplillas infantiles que son repetidas a modo de letanía.
"Merricat, dijo Connie, ¿una taza de té querrás?
Oh, no, dijo Merricat, me envenenarás.
Merricat, dijo Connie, ¿quieres ir a dormir?
¡Bajo tierra te vas a pudrir!"
Ganas me daban de empezar esta reseña con un Érase una vez, como si me dispusiera a contaros un cuento, porque la novela de la que os vengo hoy a hablar casi lo es. Un cuento de hadas macabro, o más bien un cuento de brujas... y casi añadiría triste si no fuera porque me ha resultado exquisita y perversamente divertido.
La novela arranca con Mary Katherine (en adelante Merricat), la más joven de los Blackwood que siguen con vida, volviendo a la casa familiar desde el pueblo. Hace el mismo camino de ida y vuelta dos veces a la semana para hacer la compra y traer y llevar libros de la biblioteca. Dos veces cada semana concentrada paso a paso hasta cumplir su tarea, inventando juegos que le allanen el camino y le hagan más llevadero el tránsito entre la animadversión de los vecinos. Dos veces cada semana fabricando pensamientos siniestros que solo yo escucho (leo) y siento tan rotundos que temo tengan suficiente fuerza para hacerse realidad, de igual manera que la propia Merricat está convencida del poder de sus juegos y hechizos. Y así, semana a semana, porque la repetición es importante para Merricat y los Blackwood, las rutinas son casi sagradas y cuando se rompen hay que crear enseguida otras nuevas.
Dos veces se rompen esas rutinas en esta historia. La segunda vez con la llegada de alguien a la casa de los Blackwood, alguien que no se limita a una simple visita de cortesía. La primera, aconteció hace ya seis años, y con ella se sesgó la vida de cuatro miembros del clan familiar.
"Sucedió en esta misma casa.
[...]
En el comedor. Estábamos cenando.
[...]
La familia se reunió para cenar [...] Nunca hubiéramos imaginado que iba a ser la última vez".
Merricat vive con su hermana Constance (la Connie de la taza de té) y con el tío Julian (también con el gato Jonas, no nos olvidemos de Jonas). El tío Julian está delicado de salud y vive absorto en sus papeles en los que documenta todo lo sucedido respecto a ese gran acontecimiento familiar sucedido años atrás. Constance es una encantadora joven temerosa de aventurarse más allá del territorio de los Blackwood que vive volcada en el bienestar del tío Julian, en cultivar su jardín y cocinar con sus vituallas exquisitos platos, y en mimar y consentir a su hermana Merricat. Y Merricat... ¡ay, adorable y terrible Merricat! ¡ay, mi 'lunática' y "tontuela" favorita! Nuestra Merricat es una mezcla maravillosa entre niña salvaje y mujer fatal, aunque no explícitamente en los términos en los que se suele entender esta expresión.
Poco a poco seremos conocedores de lo que ocurrió hace seis años. Sin embargo, cuanto más sepamos más nos quedaremos con la sensación de que nada fue como parece, de que están jugando con nosotros como juegan con todo aquel que quiere saber. Y es que gran parte de lo que iremos descubriendo será por boca de los Blackwood vivos, y estos, precisamente por tomarse la muerte de sus familiares muy en serio, se la toman muy a broma y destilan un humor deliciosamente cruel.
"-Me pregunto si sería capaz de comerme un niño.
-Yo no sé si sabría cocinarlo".
Terminaremos por desenterrar la verdad (con hilos sueltos a la imaginación de quien quiera fantasear con la genealogía de los Blackwood), una verdad escondida tras múltiples capas. Y es que estamos ante una historia con varios niveles de lecturas. Una lectura más lúdica y otras, cuanto más profundas más oscuras. Escarbo y me golpean las preguntas: ¿quién protege a quién (si es que en última instancia uno no se protege a sí mismo)? ¿se puede vallar la felicidad? Todo esto y más a medida que voy desentrañando la intricada relación entre Constance y Merricat.
"Era la persona más importante en mi mundo, siempre lo había sido".
Todo esto y más que no se puede contar. Mil detalles y sutilezas de las que no se puede hablar sino con quien ya haya leído este libro. Afortunadamente he descubierto que existe una comunidad oculta de adoradores de Merricat, un ejército de adeptos del que ya soy miembro declarado. No me ha sorprendido su existencia pues he terminado esta lectura absolutamente rendida al embrujo de Merricat y a la genialidad de Shirley Jackson, y con muchas frases y expresiones que se repiten en mi recuerdo como un mantra.
"Inclinaros ante nuestra adorada Mary Katherine [...] o moriréis".
Yo me inclino aunque ya he muerto de placer al conocerla. Y de vosotros, profanos, ¿quién se atreve a adentrarse más allá de la roca negra y cruzar el umbral de las Blackwood?