No creo que sea exagerado hablar de la llegada a la escena española de «La omisión de la familia Coleman» como un punto de inflexión en nuestros escenarios. Aquella función -y lo que suponía- resultó una auténtica sacudida y abrió los ojos y la mente a muchos. En ella descubrimos a un actor, verdaderamente sorprendente; él es el autor y director de «Siempre me resistí a que terminara el verano», que acaba de estrenarse en el teatro Marquina.
Pocos estrenos ha habido esta temporada con tanta expectación dentro de la propia profesión. A ello contribuía, también, la producción de Factoría Madre Constriktor, con Asier Etxeandía a la cabeza, y el notable reparto: Pablo Rivero,
Andrés Gertrúdix, Estefanía de los Santos, Unax Ugalde y Santi Marín.Cuanto mayores son las expectativas, mayores suelen ser las decepciones. Y lamentablemente, la función no ha respondido, en mi caso a las esperanzas. En ningún caso puede hablarse de una mala función; todo lo contrario. Hay un buen planteamiento, personajes interesantes, magníficas interpretaciones... Disfruté de ella. Pero sentí cierta endeblez en el desarrollo de la historia, que no termina de redondearse. Quizás sus responsables la hayan sacado demasiado pronto del horno y falte todavía perfilar algunos detalles de dirección y la interpretación. El paso de las funciones la hará crecer sin duda.
«Siempre me resistí a que terminara el verano» cuenta la historia de un grupo de tres amigos rondando los cuarenta -Raúl, Andrés y José Antonio-, que se reúnen con motivo de la muerte de la madre del primero
tras un largo tiempo sin verse. Solo José Antonio ha seguido viviendo en el pueblo; los otros dos se marcharon y no han vuelto. Se reúnen en «El caimán», local en el que sigue la prostituta que les desvirgó y que fue para ellos algo más que la mujer que les despertó sexualmente. El quinto personaje, Diego, es el chico de la funeraria, joven, descarado y ajeno a la historia de los tres amigos.Nostalgia, melancolía, reproches, ilusiones rotas, frustraciones... Todo ello está en el sensible y poético texto de Perotti, que refleja muy bien las inseguridades y los miedos cuando llegamos a esa edad, los cuarenta, y los muchos lastres, visibles u ocultos, que llevamos en la mochila. Es un texto escrito con sinceros pero cansados latidos. De los intérpretes me gustaría destacar el trabajo de Santi Marín, que compone con mucha gracia a Diego, contrapunto colorista a la grisura de la historia; y Estefanía de los Santos, poderosa como Isabel, la prostituta.