Situado al norte de la provincia de Huelva, este enclave posee una de las dehesas más extensas y mejor cuidadas de la Península Ibérica.
Por ellas corretea el cerdo ibérico y a su sombra han encontrado descanso algunos de los pueblos más encantadores de Andalucía.
Declarada Parque Natural, la Sierra de Aracena está tapizada por miles de encinas, alcornoques, castaños y nogales que marcan, por un lado, los límites entre el sur y Extremadura, y por otro, entre España y Portugal. Aracena, además, forma parte de la cadena montañosa de Sierra Morena, que extiende su espinazo desde Jaén hasta las tierras del Algarve portugués.
La sierra onubense la forma el paisaje y sus pueblos. La naturaleza y el hombre han modelado un lugar único, verde y frondoso por las últimas lluvias y blanco y luminoso por la cal de las casas, las calles y las plazas.
Aracena es una sierra y una ciudad. Desde lo alto de su castillo, al lado de la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, se advierte una vista prodigiosa. A un paso parecen quedar los pueblos de la comarca, los montes y los cerros, las dehesas y las praderas. De la atalaya una calle desciende con violencia. Las casas del barrio alto se acomodan como pueden a una peña dura y hostil que niega los apacibles paseos de los que sí disfrutan los vecinos de abajo. En la Plaza Alta, a la vuelta de la antigua casa consistorial, se erige un templo que hace siglos dejaron a medio construir. Denota, eso sí, un aire de portento y orgullo: La Asunción fue renacentista cuando a mediados del XVI la quisieron levantar, pero nadie recuerda por qué la dejaron así, con ese aire huidizo y deslavazado.
En Aracena tienen a gala enseñar una cueva milenaria de caprichosas y sorprendentes formas. La llamaron de las Maravillas y no se quedaron cortos. Se entra a ella como a una casa con zaguán y patio de arriates y naranjos. Por dentro hay colores fantasmagóricos que reflejan las lagunas sinuosas y calladas, plazas geológicas, calles prehistóricas y huellas de antepasados perdidos e irreconocibles. La gruta tiene más de un kilómetro de recorrido y un museo geológico a la entrada de la cueva.