Siete casas vacías - Samanta Schweblin

Publicado el 03 mayo 2019 por Rusta @RustaDevoradora

Edición: Páginas de Espuma, 2015Páginas: 128ISBN: 9788483931851Precio: 14,00 € (e-book: 5,99 €)
Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) ha sido, para mí, uno de los grandes hallazgos de los últimos años. Su concepción del hecho literario se mueve en la frontera entre la realidad y, no exactamente la fantasía, sino una «desviación» del orden establecido. En ocasiones se desvía hacia la sordidez, en ocasiones adopta aires de ficción especulativa; siempre, en cualquier caso, se respira una atmósfera lúgubre, que inquieta más por la incertidumbre ante lo desconocido que por un riesgo evidente. Escribe con un estilo despojado y preciso, sin florituras, una parquedad que hace más contundentes sus historias, por cuanto no suaviza, no embellece. Tanto Pájaros en la boca (2009) como Siete casas vacías (2015; Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero), sus dos libros de cuentos publicados hasta la fecha, son una excelente puerta de entrada a su obra. No, Schweblin no es de las que se toman el relato como un entrenamiento para la novela: he aquí unas piezas narrativas magistrales.Los siete cuentos que componen este libro se desarrollan en una casa. Con lo de dentro: las familias. Con lo de fuera: los vecinos. Y con tránsito: la mudanza, el vaivén de un lado a otro. Estas ideas nutren las narraciones, que abordan lo doméstico pero sin costumbrismo, con ese instinto para la extrañeza característico de la autora. «Nada de todo esto», protagonizado por madre e hija, narra la curiosa afición de la primera por inspeccionar viviendas ajenas. Esta excentricidad se ha instalado en la rutina de las dos mujeres y, aunque la hija intenta apaciguar sus consecuencias, en el fondo ha asumido ya esa conducta. En «Mis padres y mis hijos», de nuevo los progenitores, esta vez ancianos, se comportan de manera estrambótica: corretean desnudos por el jardín, quién sabe si por la senilidad, quién sabe si por una lucidez de me-da-igual de quien está de vuelta de todo. Este es uno de los relatos más pícaros y corrosivos de Schweblin (que, por supuesto, tiene su sentido del humor).En los cuentos importa tanto la complicidad entre quienes comparten el hogar, que se han adaptado a la «rareza» de sus compañeros hasta convertirla en «normal», como la intromisión del otro, que, en cambio, percibe el componente grotesco de la intimidad ajena. Por ejemplo, «Para siempre en esta casa» relata cómo los vecinos se deshacen de la ropa de un hijo muerto, una imagen que no necesita elementos ilusorios para resultar angustiosa. Por su parte, «La respiración cavernaria», el más extenso, recuerda (o anticipa: no sé cuál escribió antes) a Distancia de rescate (2014): una mujer hace una lista de cosas que preparar antes de su muerte. Entonces llegan unos nuevos vecinos. La narración hace unos saltos en apariencia inconexos, que dan forma a las intermitencias de la mente enferma. Este delirio, este fluir de la locura, del narrador no confiable, tiene mucho en común con Distancia de rescate. Y es tan o más perturbador que este. Sin duda, un relato brillante, el mejor de la compilación.

Samanta Schweblin

Hay tres más: «Cuarenta centímetros cuadrados», una anécdota bien armada, la conciencia de lo que se tiene, la pérdida, un texto breve y contundente; «Un hombre sin suerte», una exploración del contraste entre apariencia y realidad en un encuentro, en la línea de Cara de pan(2018), de Sara Mesa, menos weird que el resto (es un cuento de 2012 que no formaba parte del manuscrito original, y se nota en que no tiende tanto a lo inquietante-paranoico, lo que no le quita su ración de mala leche); y, para terminar, «Salir», sobre una mujer que sale de casa de noche, se cruza con un hombre en el ascensor y más detalles que indagan en esas conductas extravagantes en una persona que se considera «normal», no-trastornada. Como leitmotiv, identificaría la «asimilación de lo anómalo». Personajes que integran una desviación en sus vidas, y esta a su vez choca con la desviación de los otros; una imaginería tétrica para incidir en ese abismo oscuro que todos tenemos dentro. En conjunto, quizá no sea tan extraordinario como Pájaros en la boca–hay que apuntar, de todas formas, que Siete casas vacías tiene bastantes menos cuentos, y el volumen está un poco descompensado porque La respiración cavernaria ocupa la mitad de páginas–; aun así, mantiene un muy buen nivel, como todo lo de la autora, que está construyendo un proyecto fascinante.