Sietes

Por Asturiasparadisfrutar @paraisoasturias
Mucho antes de que un conocido futbolista nacido en el lugar paseara el topónimo por los campos de fútbol de Primera División; mucho antes de que una multinacional estadounidense de la informática decidiera que aquí tuviera lugar el lanzamiento en España de un conocido sistema operativo; mucho antes, en fin, de que la tertulia cultural El Garrapiellu señalizara la ruta Gijón-Covadonga; mucho antes de todo eso, Sietes, una pequeña localidad de la parroquia maliayesa de Vallés, ya estaba al pie del camino. Del camino a Covadonga  o, mejor dicho, de uno de los caminos utilizados desde tiempo inmemorial para llegar hasta el emblemático lugar. Y debió de tener su importancia como lugar de parada y descanso a tenor del patrimonio arquitectónico que conserva.
Lo primero que llama la atención de quien hasta aquí se acerca es su iglesia, y lo hace por su monumentalidad y belleza. Toda una sorpresa. Además, el edificio es  de estilo renacentista, no muy abundante en la región, lo cual acrecienta el interés de los sorprendidos visitantes.
Si nos fijamos con cierto detenimiento en la portada meridional encontraremos algunos elementos significativos. En primer lugar, el bajorrelieve del frontón, donde se representa una escena del Nacimiento. En su base, un friso con cabezas de ángeles. Un poco más abajo, al lado de cada uno de los dos capiteles corintios que rematan las dos columnas de la portada, aparece una inscripción que nos ilumina un poco más acerca de su historia.

La iglesia de San Emeterio fue construida en el año 1555 por iniciativa de un bachiller de nombre Fernando, al que algunos apellidan Juárez [del Canto] y otros Suárez [de los Corrales]. Lo que sí parece claro es que su función era la de servir de capilla funeraria para albergar los restos del fundador. Fue años más tarde cuando, a petición de los vecinos, se convirtió en iglesia, hijuela o subordinada de la parroquial  de Vallés. 
Acostumbrada la retina a los verdes ondulados, a las pomaradas y praderías, se rinde, sorprendida, a la altura y suntuosidad de la capilla.  Si lo que pretendía el tal bachiller era hacer patente su poder y su riqueza, queda claro que lo consiguió. Y los caminantes, los de entonces y de los de ahora, han de reconocer la belleza de la obra.
Con todo, no es la iglesia de San Emeterio el único atractivo de esta localidad, pues Sietes, que no cuenta con palacios ni con casonas blasonadas, conserva una buena muestra de hórreos y paneras.

Esos hórreos y paneras, algunos de ellos centenarios, que los hay de los siglos XVI y XVII, son una muestra de un pasado con mucha más actividad, con muchos más vecinos. Si actualmente son menos de cien los vecinos de Sietes, hace apenas unas décadas eran bastantes más. Y en la localidad hubo un casino, con consultorio y vivienda para el médico, así como un salón de bailes, y escuelas, y cementerio. La emigración, primero a América, y luego a Oviedo y Gijón, se fue llevando a la gente. Ahora queda la capilla del bachiller, convertida en iglesia, y los hórreos centenarios que siguen ahí, al pie del camino.
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