Hace mucho tiempo, una compañera de universidad me dijo que a las mujeres nos habían estafado con el mercado laboral, que nos habían vendido que la incorporación al trabajo era una reivindicación feminista, pero que ahora, en realidad, trabajábamos dentro y fuera de casa. Es un melón que no quiero abrir exactamente de esta forma, porque tiene muchos matices y las cosas, a paso más lento del que deseamos, van cambiando. Bastantes años después, una conocida decidió dejar su trabajo, tras haber celebrado una cumbre familiar con su marido. El motivo era que les salía más caro, incluso con dos sueldos, que ella fuera a trabajar, que quedarse en casa. El planteamiento era el siguiente, los gastos de la guardería de la niña, del transporte y de las comidas que requería el que ella trabajara fuera de casa, eran superiores a su sueldo (el del marido, por lo que sea, era mayor), y encima veía poco a su hija. Podríamos aquí escribir una larga lista de pros y contras de su decisión, que no hay ninguna necesidad de hacer porque cada cual hace con su vida lo que siente que es mejor.
La cuestión es que María Álvarez, de El Diario.es, me ha puesto en estos días sobre la pista de este tema, a raíz de un artículo que ha escrito sobre esta materia, en relación a un libro no publicado en español, titulado algo así como La trampa de los dos salarios, de Elizabeth Warren (hoy senadora demócrata en Estados Unidos) y su hija, Amelia Warren, en el que reflexionan sobre por qué las familias con dos sueldos están atrapadas en una serie de gastos que los sitúan en la precariedad. La respuesta para las Warren gira en torno a los trabajos que, durante siglos, la mujer ha realizado gratis. Y es muy fácil de entender. ¿Quién se encargaba del cuidado de los niños no escolarizados en las casas? Las mujeres. ¿Quién cuidaba (y todavía lo hace) de los ancianos en los hogares? Las mujeres. ¿Quién iba a la compra, arreglaba papeles domésticos, hacía recados, acompaña al médico? Las mujeres. Ahora piensen en cuánto hay que pagar para que otra persona haga todas esas labores, imprescindibles en cualquier familia. Desde el punto de vista puramente económico, podríamos decir que el trabajo que, de forma gratuita y no valorada, han realizado durante siglos las mujeres, es el que ha llevado al estado del bienestar a muchas sociedades. Quizás aprendamos así a valorar todo lo que hicieron nuestras madres y abuelas, sin recibir ni un "gracias" ni un "ánimo". Y los Estados harían bien en entender que hay que reforzar los servicios públicos, para llevar a cabo lo que hacían las mujeres (y siguen haciéndolo en muchos países), para que las familias no tengan que plantearse dejar a uno de sus miembros sin carrera profesional, por no poder afrontar gastos con unos sueldos precarios, que, ni siendo dos, evitan el terrible estado de ser pobres aún teniendo trabajo.