Sigue caminando

Publicado el 05 diciembre 2015 por Debarbasyboinas @DeBarbasYBoinas

Solo, con algo muy pesado en brazos. No sabía muy bien que era lo que llevaba, solo sabía que cada vez pesaba más y más. Pensó en dejarlo, pero solamente la idea le horrorizo, no sabía por que.

Estaba abocado a mover los pies, uno tras otro, arrastrándolos por el suelo de tierra. Tenía los ojos abiertos y aun así, de puro agotamiento, no podía ver.

Pensó en parar, derrumbarse un par de minutos en el suelo, pero sabía que si dejaba de mover los pies no volvería a empezar. Lo único que podía oír, era el rítmico sonido de su corazón. Bum bum, bum bum, una y otra ver. Con cada bum daba un paso, no voluntariamente, se sentía como si hubiera sido programado para mover un pie cada vez que escuchaba ese sonido. Tenía sed, y hambre, también le dolía todo el cuerpo, pero todo eso conformaba un sonido de fondo, algo que estaba en segundo plano. Lo peor era el sabor.

Tenía la lengua entumecida, y el sabor, una mezcla de saliva concentrada y polvo. Cada vez que apretaba las mandíbulas, un millar de arenillas chirriaban entre sus dientes. Ese sabor le estaba matando. Empezó a divagar, y pensó que si los sabores se pudiesen patentar, a este le llamaría “Hombre agotado”. Se preguntó si todos sentirían lo mismo al llegar al punto en el que él se encontraba. Aunque bien pensado, sentir no era la palabra adecuada, era más bien una atenuación de los sentidos. Solo escuchaba su corazón, veía, pero solo aparecían ante el imágenes borrosas e incomprensibles, le dolía todo, pero como un eco lejano. Su teoría se fue al traste en cuanto pensó en el sabor. Nunca había experimentado un sabor tan intenso en su vida. No sabía por que ese sabor le torturaba tanto, en realidad no era tan malo, sabía a trufa mezclada con regaliz fresco.

El hombre se preguntó cuando había probado el la trufa y el regaliz fresco. No eran ingredientes habituales, ni mucho menos. En realidad, no recordaba a que se dedicaba, así que probablemente fuera chef. Esa idea lo reconfortó. Siempre había querido ser chef. Recordó como de pequeño hacía ensaladas de barro piedras y hierba. El hombre sonrió. Mala idea, al hacerlo le dolieron todos los músculos de la cara. Hizo una mueca y continuó pensando ¿Podía recordar algo más de si mismo?

Su nombre desde luego no. Empezó a pensar en él como el chef. ¿Porqué estaba tan cansado? ¿Qué era el bulto que llevaba en brazos? Se hizo todas estas preguntas sin dejar de caminar, un paso con cada bum. Comenzó a imaginarse que lo que llevaba en brazos eran los ingredientes para una receta secreta, ingredientes como la trufa y la regaliz, pero además muchos otros como la nuez moscada, el jengibre, azafrán y agar. Ingredientes caros y exóticos, propios de la alta cocina.

Se preguntó entonces por que estaba corriendo, y llegó a la conclusión de que quizá un chef rival quisiera robarle la receta, así que él había cogido los ingredientes necesarios para elaborarla y había huido de su cocina. Le alegró mucho esta versión de la historia, aunque esta vez no sonrió para evitar el ramalazo de dolor en la cara.

Continuó caminando, paso bum, paso bum, con la mente más o menos en blanco, pero una vocecilla en su interior comenzó a susurrarle que quizá no era él el bueno, quizá había sido él el que había irrumpido en la cocina de otro chef y le había robado los ingredientes de su receta secreta.

Se dio cuenta de que no había manera de demostrar una u otra hipótesis, solo sabía, que en cualquiera de los casos, tenía que seguir caminando.

Empezó a pensar en el bulto, en la caja de ingredientes y se preguntó que sorprendentes y exóticas especias contenía. No podía dejar de caminar, pero nada le impedía echarle un vistacillo.

Se armó de valor y bajó la mirada. Entre sus brazos llevaba un bulto de mantas. Sujetándolo contra su pecho con una sola mano, con la otra retiró las mantas para vez lo que contenía.

Entre sus brazos llevaba un bebe muerto. Estaba frío, tenía los ojos abiertos y las extremidades rígidas.

Con una mano temblorosa volvió a taparlo, lo sujetó con las dos manos y miró al frente para continuar caminando. Paso bum, paso bum.

Silvestre Santé