Competiciones de velocidad en tuc-tuc con nuestros amigos americanos y australianos
Se va muy cómodo y no apetece bajarse, pero la promesa de una fría y rica cerveza camboyana...
Nosotros, por lo pronto, nos acomodamos en unas tumbonas de unos de los chiringuitos playeros, y fui a pedir unos cócteles a la barra. Cuando me dí la vuelta, Ceci estaba rodeada de vendedoras de todo tipo. Una la ofrecían pulseras, otra collares, las más estaban diplomadas en toda clase servicios. Tan pronto te daban un masaje como te pintaban las uñas, o te hacían la pedicura, o bien te depilaban diestramente de raíz con unos fino hilos. Aunque al principio eran muy insistentes, la verdad es que también eran muy educadas y pasamos un buen rato, sobre todo con una de ellas que era la más expresiva de todas. No se acababa de creer que que yo fuera el marido de Ceci, porque como no llevaba anillo de casada entonces yo no era su "married", como decía ella. Muy simpática la chiquilla. Cuantas veces hemos vuelto a pensar en ella cuando recordamos este maravilloso viaje. El hecho de que te ofrecieran sus servicios o sus artesanías, y que no pidieran limosnas, es algo que nosotros valoramos muy positivamente. Al cabo de un rato que ya habíamos dejado de ser la novedad, nos abandonaron en busca de nuevos posibles clientes, y pudimos darnos un chapuzón en las azules aguas de Camboya. Aunque refrescarnos, nos refrescamos bien poco, porque el agua debía estar a más de 30 grados de temperatura y casi se estaba mejor fuera del agua que dentro de ella.
A lo largo de la playa vendían todo tipo de comida....
....y esta especie de santiaguiños asados que tenían una pinta estupenda
Poco a poco la tarde fue avanzando y, tras una ardua y dura negociación con un listillo de un tuc-tuc, había llegado el momento de regresar de nuevo al mercado central de Sihanoukville, para después de darnos otra vuelta por el centro de la ciudad, y de hacer unas compras, tomar el pequeño autocar que nos llevó de regreso al barco. Nos llevábamos un grato recuerdo de la gente de Camboya, y eso que para una gran parte de ellos, la vida es verdaderamente dura, como la de unos niños de apenas cuatro años que pasaban por las tumbonas recogiendo las latas de bebida vacías para venderlas. Al llegar al puerto la diferencia de tamaño de nuestro Zaandam con el pequeño Seabourn Pride, que también se encontraba atracado en Sihanoukville era más que notable. Y, quizás porque en Asia no es muy habitual coincidir con otros cruceros, los dos barcos se enzarzaron en una emocionante batalla de bocinas mientras zarpábamos rumbo a Ho Chi Minh y al Mar de China Meridional.
preparándonos para embarcar
una pagoda levantada en una isla frente a Sihanoukville
Otro maravilloso atardecer en el golfo de Tailandia....
....y las cubiertas del Zaandam el mejor balcón para contemplarlo