Pero hace tiempo que todo eso pasó. Ahora el silencio es mi único compañero, y no parece estar dispuesto a marcharse. La publicidad se acumula en los buzones hasta que, movido por algún tipo de piedad mal entendida, me encargo de arrojar toneladas de folletos impresos en papel de baja calidad a la papelera, que desbordada ve cómo el suelo se cubre a su alrededor. El ascensor taciturno parece observarme con cierto ansia, deseoso de que acuda a él para darle algún tipo de uso que vuelva a hacerle sentir útil; totalmente absurdo, dado que vivo en el primero.
En los tendederos de la azotea aún es posible contemplar la ropa que alguien jamás acudió a recoger, y que a estas alturas se ha transformado en trozos de tela hechos jirones que el viento mueve a su antojo.De acuerdo, confieso que en ocasiones echo de menos algo de ruido, un murmullo aunque sea, pues esta calma sempiterna puede llegar a volverle a uno loco, caso de que no lo esté ya. Imagino que debe existir un punto de equilibrio entre el todo y la nada, pero creo que, después de todo, tenían razón quienes desde muy niño me acusaban de extremista.Creo que la culpa es mía, por llevarme el trabajo a casa. Debí hacer caso de las indicaciones de aquel manual básico para asesinos en serie.Texto: Juan José Tapia Urbano