Por Bruno Echedo
Había una vez un silencio,
un silencio profundo,
vasto.
Un silencio limpio y fresco,
de cielos abiertos y praderas mansas.
Había una vez un silencio madre,
que engendraba susurros
y escondía gritos atroces.
Madre de la muerte,
de esa muerte que vale la pena morir,
para vivir su muerte.
Aunque mas no sea un instante,
un instante sin tiempo.
Muerte que reinicia la vida,
que calma tempestades
y anega vientos de furia.
Había una vez un silencio
que evocaba tiempos eternos.