Intercambié unos mensajes, a través del chat de Facebook, con Jorge Salvador Galindo, el editor de Pez de Plata, y quedé en que me iba a enviar dos libros de su editorial para poder reseñarlos: 2222 de P.L. Salvador y Silencio tras el telón del sueño de Mariano Antolín Rato (Gijón, 1943). Tenía curiosidad por conocer algo más a fondo (hasta ahora sólo había leído un libro de Pez de Plata) la labor editorial de Jorge Salvador.
A Mariano Antolín Rato le conocía, principalmente, por su labor de traductor. De él, por ejemplo, he leído algunos libros publicados en la editorial Visor con la poesía traducida de Raymond Carver, y ha sido un habitual de la traducción de libros para Anagrama. También en la cuesta de Moyano, en Madrid, me he encontrado más de una vez con alguna de las novelas que Antolín Rato publicó en Anagrama, con unas atractivas portadas pop, pero al final no me decidí a llevármelas conmigo. Me apeteció ahora, sin embargo, acercarme a este nuevo libro publicado por Pez de Plata.
Silencio tras el telón del sueño es una historia de amor. También tiene, por supuesto, otras lecturas, pero principalmente es una historia de amor, entre Pedro Velasco, pintor originario de Gijón, y Kay Quirós, niña bien madrileña, que acabará siendo directiva de una empresa de marketing. Se conocerán en el Madrid de 1966, en la fiesta de un exclusivo chalet del Viso; «aunque ellos eran ya mayores –o eso consideraba Kay Quirós a sus diecinueve años y a los veintitrés de Pedro Velasco–» (pág. 61). Pedro Velasco, por tanto, ha nacido en 1943, el mismo año que el autor, y sus inquietudes políticas y culturales, en gran parte, pueden coincidir con las de Antolín Rato, aunque éste juegue con la máscara del pintor, lo que le evita tener que declararse como escritor, y así no se establece un paralelismo con su vida demasiado obvio.
La historia de amor (y también de desamor) entre Pedro y Kay se extiende durante unas cuantas décadas. A finales de los sesenta viajarán a Londres, donde vivirán unos años. Kay será una mujer demasiado libre como para convivir siempre con Pedro y le dejará y volverá a él de forma intermitente. Pedro tratará siempre de hacerse un nombre en el complicado mundo del arte, pasará por etapas de improductividad artística y pobreza, para acabar conociendo, también, el éxito. Pero el éxito artístico y económico no parecerá darle tampoco la calma que busca. En este sentido, destacan las páginas en las que se habla del gran mural que Velasco tiene que realizar para el aeropuerto de Archorage en Alaska, donde la gelidez del entorno parece trasladarse hasta su interior, hasta su retiro (acompañado por un gato) en su estudio de Villalba en Madrid.
Silencio tras el telón del sueño, además de ser una historia de amor, es una novela sobre las ambiciones artísticas. Las reflexiones sobre el arte pictórico están muy bien retratadas. Se nota que Antolín Rato conoce el tema sobre el que habla. Como escenario de fondo, esta novela también pretende ser el reflejo de una época. Uno de los temas más atractivos del libro, para mí, ha sido el retrato de la España franquista, un periodo histórico que Antolín Rato no ha tenido que investigar puesto que su personaje, Pedro, es, igual que él, contemporáneo a los hechos narrados. En la novela aparece más de una referencia real. En la página 20 podemos leer sobre el momento en el que Pedro Velasco y Juan Gálvez, quien será su amigo y compañero de piso, se conocen en una manifestación, y aquí se dice también: «Ignoraban todavía que a García Calvo, Aranguren y otros los habían expulsado de sus cátedras por participar en aquella manifestación». Sobre el telón de fondo del franquismo más rancio (se habla, por ejemplo, de la reprimenda que Pedro y Kay reciben de un taxista por besarse en su vehículo), se describen aquí los deseos de una parte de la juventud por ser moderna, con muchas referencias culturales, sobre todo del mundo de la música, por el interés hacia las drogas (hachís, marihuana, cocaína y psicotrópicos) y por evitar cumplir con obligaciones como la del servicio militar.
El estilo de la novela –escrita en tercera persona, principalmente, pero no todas sus páginas– es rápido y apegado a la voz narrativa de los personajes. Es decir, los calificativos que usa Antolín Rato para sus descripciones están elegidos según el personaje del que esté hablando en ese momento. Sobre detalles como éste, el propio narrador informa al lector. Así en la página 191, por ejemplo, podemos leer: «Luego, ya en casa, echaron un buen polvo –expresión perteneciente, sin duda, a Velasco–». Además el narrador también adelantará para el lector hechos que tendrán lugar en el futuro de los personajes, añadiendo en el texto comentarios irónicos sobre su propia intervención narrativa: «Y como carecía de capacidad para adivinar lo que le deparaba el futuro –algo que no pasa en esta dimensión literaria– estuvo a punto de echarse a llorar.» (pág. 93)
La novela es prolija en saltos temporales, que suelen abarcar, normalmente, un periodo de tiempo comprendido entre 1966 y 1993. Antolín Rato muestra mucho oficio en el control temporal del material narrativa y en la dosificación de los detalles expuestos en las páginas de la novela, detalles sobre los que se volverá, con mayor o menor desarrollo, en más de un momento del libro. Así, por ejemplo, al capítulo en el que se describe la pobreza de Pedro y el abandono por parte de Kay en el Londres de 1970, le sigue otro en el que se habla de la presentación de Pedro a los padres de Kay en el Madrid de 1967.
Además de Pedro Velasco y Kay Quirós, en la novela aparecen otros personajes secundarios, entre los que destacaría Juan Gálvez. Además, en las primeras páginas de Silencio tras el telón del sueño se dedican unas páginas a describir las impresiones que sobre los personajes del libro tiene otro personaje llamado «Chino», de carácter más marginal y periférico en la narración, un personaje secundario que aparecerá de nuevo cuando el lector casi se haya olvidado de él.
Me han sorprendido las 60 últimas páginas que aparecen en la novela separadas del resto, y con el nombre de Coda. Unas páginas narradas en primera persona por uno de los personajes del libro (no quiero revelar cuál) y situadas en 2011. Aquí, de forma muy cervantina, los personajes de la novela que el lector ha tenido en sus manos podrán enfrentarse al mismo texto que se ha estado leyendo y que cuenta sus vidas, una novela titulada Silencio tras el telón del sueño y escrita por un tal ***. «El estilo seco y contenido con que se inicia lleva a un amplio movimiento de barrido sobre unos personajes y ambientes que, aunque literaturizados, me resultan próximos.» (pág. 363). De forma más irónica, el personaje que narra la Coda se permite criticar el estilo narrativo del autor: «La prosa plana y prolija –quizás voluntariamente– suele dispersarse en acontecimientos banales que distraen la atención. Y los diálogos suenan a los de personas que están hablando y, además, tienen tiempo para pensar lo que quieren decir.» (pág. 381)
En algún momento he tenido la sensación de que a Silencio tras el telón del sueño le faltaba algún núcleo dramático contundente. Es decir, la novela salta de escenas, lugares y tiempos narrativos de forma muy ágil, pero al acercarme a su primer final (el que acabaría en la página 334, antes de la Coda), tenía la impresión de que los últimos capítulos no terminaban de descubrir algún elemento nuevo en la novela y que ésta, por tanto, no finalizaba en un alto narrativo, sino en un aleteo sobre temas ya planteados en otras páginas. En algún momento la búsqueda de un posible núcleo dramático (elaboración de un secreto que el lector quiera conocer, por ejemplo) queda insinuada: se habla del pasado antifranquista del padre de Velasco, pero este tema no llega a cuajar en el texto con una fuerza definitoria. Al acercarme a este primer final (repito: el de la página 334) he pensando en la forma de construir ficción de una novela norteamericana (o más bien, de una gran novela norteamericana, al estilo de las de Philip Roth): además de tener unos personajes atractivos y una historia de fondo interesante, has de plantear un núcleo dramático con la suficiente fuerza como para que el lector sienta verdadera emoción al acabar la lectura. En Silencio tras el telón del sueño nos encontramos con los «personajes atractivos y una historia de fondo interesante», pero, como apuntaba, quizás he echado en falta en su composición este núcleo dramático fuerte del que hablo. También considero que ahora mismo estoy tratando yo de aprender (reflexionando sobre la novela de Antolín Rato) en qué consiste la creación de una gran novela frente a la de una buena novela. Porque Silencio tras el telón del sueño me ha parecido una buena novela, y me he quedado con ganas de que su culminación la hubiera llevado a ser una gran novela. Recapitulando, he leído este libro con interés. Salvo ese altibajo final que comentaba, y que, en parte, remonta en la Coda, que me ha parecido atractiva y no poco emocionante. El estilo de Silencio tras el telón del sueño me ha resultado ágil y he disfrutado con el hecho de que un testigo directo me hable de los últimos años del franquismo (me ha apetecido leer más libros sobre esta época). El mundo referencial de un joven de su tiempo, las reflexiones sobre el arte y el paso de los años están también logrados, y pese a la ligera dispersión temática, que el propio narrador insinuaba en su Coda, el fresco de la época y los personajes hacen de Silencio tras el telón del sueño una novedad narrativa perfectamente disfrutable.