"El mito en una sociedad primitiva, es decir, en su forma viviente original, no es simplemente la narración de un cuento, sino una realidad que vive. No pertenece al género de sucesos inventados que tenemos en nuestras novelas, sino que es una realidad viva que se cree acaecida en los tiempos primordiales e influyentes desde entonces sin cesar sobre el mundo y sobre el destino de los hombres (...). Tales relatos no se mantienen vivos por alguna curiosidad vana; no son considerados como historias inventadas, ni tampoco como crónicas verdaderas. Son, más bien, para los indígenas manifestaciones de una original realidad superior y mucho más importante, la que determina su existencia, el destino y las actuales actividades de la humanidad, mientras que los hombres derivan de esos relatos, bien motivos para los actos rituales y morales o bien advertencias sobre cómo ponerlos en práctica." (Pág. 19, Nota a pie número 5).
En ese mismo libro, García Bazán dice muy certeramente:
"Decir mito es igual que decir símbolo mítico. El mito es un símbolo desplegado por la lengua que relata una cadena o serie de hechos que tuvieron lugar en el marco del origen, una instancia que es extraña al desplazamiento interno o externo de la sucesión y el movimiento temporal. Fueron protagonistas de estos hechos seres sobrenaturales, los autores directos de unas acciones extraordinarias que dieron nacimiento al cosmos o a algún aspecto nuevo de él."
El mito es un fenómeno, un hecho cultural que se presenta, y se presenta como una palabra reveladora que comunica un mensaje. Por lo tanto, no es una mera fabulación fantástica, como lo entiende el pensamiento moderno, del que el mismo Ken Wilber está impregnado cuando habla de "mito" y de "mítico" en su libro "Sexo, Ecología y Espiritualidad. El alma de la evolución". Esa palabra que transmite el mito, ese mensaje que revela, es además tradicional, o sea, un bien que se transmite de generación en generación, y lo que interesa es que la entrega de lo que se trasmite se cumpla honrosamente y que se conserve en las mismas condiciones en que se recibió. Así, se hace especial énfasis en la transferencia o transmisión del legado que el mito encierra, de pasa de sujeto a sujeto de un modo anónimo, y no tanto en el origen personal (en quién lo hizo) o histórico (en el cuándo lo hizo).
Por símbolo debemos entender aquí una entidad sensible, es decir, un soporte psíquico, que puede ser material, verbal, imaginal, gestual o mental y que manifiesta un sentido oculto, o sea, se refiere a algo que está más allá del propio símbolo. Así, el símbolo expresa una realidad que no es accesible a la consciencia sino como símbolo, por lo que el símbolo es siempre la mejor expresión posible de una realidad que trasciende a la consciencia. Por lo tanto, un símbolo siempre contiene dos niveles de significación: uno explícito o literal, aquel que es posible descubrir conscientemente; y un nivel encubierto. El símbolo sugiere y aproxima a aquello que no dice, de ahí que no deba confundirse con lo que es un signo, pues este último puede sustituirse por una palabra o por una frase, sin que se pierda el sentido.
De acuerdo con Bazán (véase páginas 5-22 del mentado libro) la estructura comunicativa del símbolo es la siguiente:
1. El símbolo es imagen. Realidad auxiliar y reflejo de lo insondable, de un misterio escondido que pone de manifiesto.
2. El símbolo es una realidad más débil que aquello de lo que es revelación y, en cierto sentido, un espejo en el que se refleja aquello que expresa.
3. Aún siendo una imagen refleja, endeble e invertida es inseparable y necesaria en relación con lo que manifiesta. Así, su origen no es ni convencional, consecuencia de un acuerdo, ni algo arbitrario, sino superior al dominio humano individual y colectivo, al que se le impone.
4. Su carácter de imagen hace del símbolo una analogía, siendo diferente e idéntico a lo que revela, puesto que, como imagen especular se torna visible, comparte y participa de aquello que refleja. Cuando la naturaleza analógica del símbolo se pone en movimiento se cumple su función develadora, que es ascendente, anafórica o anagógica, ya que lo participado como don se otorga gratuitamente (Gracia) como experiencia participante de una experiencia originante (es decir, el Misterio es el que hace que todo sea originado en todo momento). Lo oculto se hace humanamente patente. No obstante, añado que el Misterio es lo absolutamente trascendente).
Hecha esta breve introducción al significado del mito como símbolo nos aventuramos a sintentizar las características comunes de la experiencia de la fe, a la que aludía al comienzo de este ensayo. Todos los místicos afirman que les ha sucedido algo que les ha cambiado la vida por completo. Es decir, tras la experiencia de la fe, se produce un antes y un después (algunos términos para esta experiencia son metanoia o conversión). Y es habitual que quieran dejar constancia escrita de dicha experiencia, que anotan con la fecha precisa del suceso extraordinario.
Algunos de los rasgos comunes al fenómeno místico son:
1. La experiencia tiene un carácter totalizador. Involucra toda la vida de la persona. Surge y se extiende desde el fondo de Sí-Mismo, desde la raíz más profunda. Así, la vida toda es coloreada por dicha experiencia, que toma posesión del ser entero, toda el alma se hace el medio de la recepción de esa Realidad. Se percibe de manera inmediata en el alma misma. Se trata de una inmediatez mediada por el alma.
2. Pasividad de la experiencia. Dios, o el Misterio, se nos da a conocer. La persona responde a la presencia que se le impone. Y dicha presencia se hace cada vez más palpable. De ahí que de la primacía ontológica se pase a una primacía psicológica (de arriba hacia abajo). Es decir, el individuo toma consciencia de la prioridad de Dios. El Misterio es el agente, el que actúa, y el alma es el recipiente. El proceso se hace en lo más íntimo del ser humano, es decir, en el alma que es donde el Otro se presenta. De modo que comenzamos buscándole y acabamos encontrándonos en Él.
3. Experiencia por contacto. Los ojos del alma acaban siendo aquellos que le miran a él. La experiencia subjetiva inmediata de la Presencia de Dios. Se producen toques sustanciales de Dios en el alma, como dicen los místicos, y se puede llegar a sentir un Amor que se experimenta en todo el cuerpo.
4. Experiencia fruitiva (de gozo): Se produce una experiencia de gozo, de ternura, en la que la persona puede romper a llorar, con lágrimas de alegría y de consuelo. Depende de la intensidad y de la calidad de los sentimientos. R. Otto afirmaba que la experiencia del Misterio sobrecogía (fascinosum) y cautivaba (tremendum).
5. Simplicidad y sencillez de la experiencia. Se produce de un modo muy simple y en personas cuya vida es sencilla, despojándose de lo más superficial y banal.
6. Inefabilidad de la experiencia. La experiencia de la fe le hace llegar a la persona al extremo de su capacidad de expresión. A veces se necesita tiempo para poder poner en palabras dicha experiencia. Y, pese a todos los esfuerzos posibles, no se puede expresar lo que ha experimentado. El lenguaje se queda corto.
7. Experiencia cierta y oscura. La persona tiene la certeza de que se ha puesto en contacto con lo Real. Queda imprimido, esculpido o grabado a fuego en el alma.
8. Noche como elemento estructural. Parte del tránsito a la unión con el Misterio es noche. El camino es la fe y Dios es noche para el hombre. Se tiene una certeza inamovible pero no claridad. Se trata de un no entender entendiendo, o sea, de una claridad oscura, o de una tiniebla cegadora.