Simbología animal

Por ArÍstides

SI SUFRES INJUSTÍCIAS , CONSUÉLATE, PORQUE LA VERDADERA DESGRACIA ES COMETERLAS. De Pitágoras

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En una sociedad marcada por el analfabetismo y las creencias religiosas, los tallistas y pintores del pasado tuvieron que hacer hablar a sus obras mediante los símbolos. Éstas, en muchas ocasiones, se convirtieron en verdaderos catecismos en los que el pueblo leía y reconocía lo que la transmisión oral narraba. Es difícil comprender una obra anterior al siglo XX sin unos conocimientos de lo que significan las cosas allí representadas.

Tiempo habrá para recoger simbología e iconografía de colores, vegetales, números o alegorías. A quien esto escribe le place, porque no le falta el capricho, recordar a esos animales simbólicos que los artistas plasmaron en sus obras. Y sin querer ser extenso, pero tampoco olvidadizo, justo es comenzar por el león con que se representa al evangelista Marcos y a San jerónimo. El águila para San Juan y el toro de San Lucas, tan representado en los pórticos de las iglésias del románico.

El perro es el animal que acompaña a Santo Domingo y a San Roque, así como a los insignes caballeros representados en los sarcófagos. El cordero es para Santa Inés y para el Buen Pastor, así como el caballo para San Pablo. La paloma representa a la Santísima Trinidad, a Santo Tomás de Aquino y a Santa Teresa. El cuervo para San Pablo el ermitaño, el gallo para la Pasión, la ballena para San Jonás, un pez para San Rafael, dragones para San Jorge y para que desde lo alto de las iglesias San Miguel nos proteja. El pollo para Santo Domingo de la Calzada y la perdiz para San Nicolás. La tortuga para San Hugo y el pelícano para la Eucarístia.

En el arte paleocristiano el pez simbolizaba a Jesús, la paloma al alma, el pavo real la inmotalidad y la serpiente el mal, para pasar posteriormente a representar a la Inmaculada Concepción, sin olvidar los animales domésticos para recordar el nacimiento del niño Jesús.

Las obras antiguas hablan y dicen cosas. Nos cuentan historias pasadas que, sin el oportuno conocimiento iconográfico, con los ojos de hoy, no podemos entender. Observar una talla o un cuadro es sobre todo leer e interpretar mensajes y poner en valor lo que allí nos dicen. Por eso, disfrutar de una obra de arte no es sólo hacerlo por su estética, sino también por cómo y qué nos transmite.