Simbología de los cuentos de hadas tradicionales

Por Martikka

Simbología de los cuentos de hadas tradicionales
Hermógenes Bastarrica
Antes de entrar en los relatos en concreto, conviene detenernos en algunas consideraciones de tipo psicológico-pedagógico. Es conocido el rechazo de cierta pedagogía —sobre todo la de raíz positivista— por los cuentos tradicionales, considerándolos factores perturbadores de la psiquis infantil (por su condición demasiado cruel, por la presencia de personajes algo siniestros, por la importancia de la muerte en ellos). Según esos pedagogos, el niño tendrá tiempo al crecer de conocer la vida con sus bemoles. Se llegó al extremo de acusar a estas sagas populares de ser causa del famoso "sentimiento de culpa" que ha caracterizado a parte de la filosofía europea.
Pero desde hace algunas décadas —mucho antes en círculos esotérico teosóficos— comenzó el proceso de revaloración de estos relatos, destacando su valor terapéutico. Bruno Bettelheim, el gran psicoanalista, se colocó a la vanguardia de tal rescate a través de su hoy clásica obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas. En esas páginas, apelando al rigor técnico prueba que aquellos relatos tan vituperados por décadas ayudan sicológicamente a los chicos desde el momento que les proporcionan "criterios de valor", y lo hacen en un lenguaje alegórico, mítico y mágico, que no es otro que el de la propia infancia. Además indica que la estructura de estos textos convoca arquetipos de la esencia humana, que penetran adecuadamente en la psiquis infantil alimentándola con algo que ni la escuela ni nadie podría darle. Más todavía: Bettelheim afirma que mediante los cuentos de hadas el niño va conociendo, con alegorías adecuadas a su modo de aprehender el mundo, la cruda realidad de la vida.
En definitiva: aquellas historias tradicionales —desde esta perspectiva, correspondiente con lo que siempre ha planteado el conocimiento esotérico— lejos de perjudicar al pequeño lector (u oidor) ayudan a su formación, le aportan esa "educación sentimental" tan necesaria para su equilibrado pasaje a la adolescencia.
Ahora bien, cabe aclarar qué entendemos por cuentos de hadas. Digamos que tales relatos —anónimos, orales, populares— no son privativos del ámbito europeo, sino que los encontramos ya en el mundo semítico, en Egipto, en la India, en el Extremo Oriente, y en la América Precolombina. Además, muchos de los relatos que filiamos a la tradición europea provienen del Oriente, ya que siempre ha sido un fenómeno comprobable la existencia de "vasos comunicantes" a nivel cultural. El "paralelismo simbólico" nos permite, además, descubrir cómo iguales estructuras surgen en mitos y leyendas de los cuatro confines y de todas las épocas.
El tema puede resultar vasto, inmenso, casi inabarcable. Por tal motivo hemos elegido circunscribirlo a una saga ejemplar: los cuentos que los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm recopilaron en la primera mitad del siglo XIX en apartadas regiones rurales de Alemania. Estos fueron, por así decirlo, antropólogos "avant la léttre", que sin contar con el hoy imprescindible grabador rescataron sin embargo con toda fidelidad y respeto esos cuentos que venían trasmitiéndose oralmente, de generación en generación, desde hacía tal vez miles de años. Y lo hicieron en forma casi providencial, en un momento en el cual —ante la inminencia de la industrialización— comenzaba a correr serio peligro de perderse su recuerdo. Los Grimm compartían el criterio del Romanticismo Alemán, movimiento al que indudablemente pertenecieron, que valoraba especialmente el rescate de las añejas tradiciones del pasado.
Los hermanos Grimm se complementaban armoniosamente. Jacob era el filólogo, el conocedor de la historia y la lingüística, así como de la vieja mitología germánica. Wilhelm era el artista, el que le daba forma poética a los relatos que ambos recogían valiéndose de los métodos científicos del primero. Su obra no se limita al rescate escrito de los cuentos de hadas tradicionales que les han dado tan justa fama, sino que además completaron juntos un valioso Diccionario alemán (que dejaron inconcluso y que otros culminaron), siendo Jacob aparte autor de una Gramática alemana y de una Mitología germánica, y Wilhelm de La leyenda heroica alemana.
Wilhelm declaró en su momento: "Nuestro primer cuidado ha sido el ser fieles a la verdad. Nos hemos esforzado en penetrar dentro de los salvajes bosques de nuestros antepasados, escuchando su noble lenguaje, observando sus puras costumbres, reconociendo su antigua libertad y sincera fe". Y esto no fue solamente una declaración de principios, pues ha quedado testimonio del respeto con que transcribieron los relatos orales que iban encontrando.
Acercándonos ahora a la interpretación concreta de estos cuentos, podemos tener claro algo que dice Rudolf Steiner en su libro titulado La interpretación de los cuentos de hadas. Allí plantea el sabio antroposófico lo siguiente: "Cuando recogemos cuentos de hadas, tal como son relatados por los antiguos, poseemos, ciertamente, los restos de un antiguo cuadro visto astralmente, pero ciertos detalles pueden haber sido alterados mientras tanto... En una verdadera explicación del cuento de hadas debe reconocerse siempre que debemos retroceder hasta el arquetipo, e identificarlo. Todo corresponde a tales acontecimientos astrales". Y más adelante prosigue, de este modo sugestivo: "En los tiempos remotos de la antigüedad los hombres tenían experiencias astrales. Un hombre las contaba a otro, el otro las recogía a su vez y así era llevado el cuento de lugar en lugar".
Un armonioso equipo
Cuando hablamos de "cuentos de hadas" se entiende que tales historias no se refieren exclusivamente a las hadas, aunque ellas suelen aparecer en ellos, lo mismo que los duendes, los gnomos, las ondinas, y otros tantos personajes sutiles que hacen referencia a realidades esotéricas. Con esa denominación abarcamos todas las sagas tradicionales que tienen de común denominador la amalgama entre lo que llamamos real y lo fantástico, el proponerse como "ejemplos" en sentido amplio, y el tener esa condición alegórica y claramente "arquetípica". En general son relatos lineales, de estilo coloquial y libre, planteados de tal manera que se facilita naturalmente su recordación oral. Ello queda claro cuando leemos por ejemplo los cuentos de los Grimm en una traducción fiel al original, no en las tantas que adulteradas abundan por ahí.
Un grave problema con el que se encuentra el estudioso de estos materiales tiene que ver con las malas o inexactas traducciones. Son adaptaciones pretendidamente "para niños", donde se ha intentado quitarle crueldades al texto con el lamentable resultado de tergiversarlo. Por ejemplo: hay una traducción inglesa de La Cenicienta, en la cual se eliminó la parte final del relato, aquella en la cual se describe el castigo sufrido por las dos hermanastras en manos de las palomas amigas de Cenicienta. Este fragmento, que es decisivo, tiene que ver ni más ni menos con las leyes cósmicas de Retribución y Castigo, eso que los hindúes llaman Karma.
Otro de los motivos que explican la tergiversación de estos cuentos es su adaptación a la pantomima en el siglo XVIII. Si a ello agregamos el toque Disney, tenemos ya un caso de adulteración proyectada a públicos masivos. Si tomamos como ejemplo nuevamente La Cenicienta: en la versión original no aparecen ni zapatitos de cristal, ni calabaza, ni ratón (elementos que se agregaron para darle más brillo). Otro detalle que se dejó de lado fue la escena en que las hermanastras aparecen cortándose los dedos de los pies para poderlos hacer entrar en los zapatitos.
Hay elementos que se reiteran, como la presencia del príncipe y la princesa; uno de ellos o ambos han sido encantados, y el amor los libera. El casamiento final alude a la "boda química" de los antiguos alquimistas, y a la unión del alma humana y el espíritu presente en todas las antiguas enseñanzas. Los cuentos comienzan en general con la expresión "Erase una vez..." lo que hace referencia a que se trata de algo que puede volver a suceder una y otra vez, en diferentes casos, lo que está vinculado a la ley de Recurrencia y también a la ley cósmica del Eterno Retorno. Y suelen culminar los relatos con una frase harto sugestiva: " y si no han muerto desde entonces, ellos están todavía vivos".
Podríamos seguir con la interpretación de elementos recurrentes en muchos de los relatos. Por ejemplo, el viejo rey que muchas veces aparece, es tal vez la Eterna Conciencia, el Anciano de los Días de los cabalistas. El número siete lo vemos reiterado: los siete enanos de Blancanieves, los siete cabritos con el lobo. Recordemos que entre los egipcios y los griegos, entre los pitagóricos y todos los cultores del profundo simbolismo de los números, el siete fue altamente significativo. No por casualidad se habla de siete planetas astrológicos, de siete metales alquímicos, de siete cuerpos de la anatomía oculta del ser humano, de siete cosmos en referencia al macrocosmos, y que sean siete los días de la semana.
Desentrañando claves
Adentrándonos en los relatos en concreto, si tomamos La bella durmiente, encontramos que en el reino del padre de esa niña recién nacida eran trece las hadas, y sin embargo se invita sólo a doce, y la treceava resulta el hada fatídica. En esto hay una profunda significación esotérica, que va mucho más allá de la popular superstición con el número 13, pues el 13 en numerología profunda es un número positivo vinculado al cambio espiritual. En cuanto a que se invite a doce a la fiesta: podemos asociar esto con los doce apóstoles, los doce dioses olímpicos en Grecia, los doce signos astrológicos, los doce pares de Francia que secundaban a Carlomagno, los doce caballeros que acompañaron al Rey Arturo en la mística aventura de la Tabla Redonda, las doce horas de Apolonio de Tyana. El 12 aparece en muy diferentes culturas como número clave. Las hadas de éste y otros cuentos tradicionales no son meramente personajes de fantasía, sino que se corresponden con criaturas de otras dimensiones a las que han hecho referencia muchos clarividentes. Estos seres vivirían en otro plano, más sutil, y tendrían justamente la misión de ayudar a los seres humanos. Once de las hadas le ofrecen a la niña diversos dones, como virtud, belleza, riquezas, etc.; la número 13 —ofendida por no haber sido invitada al bautismo— maldice a la recién nacida pronosticando su muerte a los quince años; a su vez, el hada número 12, que aún no se había manifestado, aminora esto diciendo que solo será un sueño de cien años. Vemos claramente, haciendo "otra" lectura distinta, el trabajo que los Señores del Destino realizan antes de cada nacimiento, balanceando los méritos o deméritos de quien va a nacer y marcando su suerte.
El sueño de la bella durmiente, y el sueño en que caen todos los habitantes del reino, es desde otro punto de vista ese "dormir" en vigilia que para Samael Aun Weor y otros autores esoteristas es la condición actual del ser humano. Una zarza enorme cubre el palacio y a los durmientes, lo que puede evocar la zarza ardiente que encontró Moisés en el desierto, y alude a la necesidad de ciertos conocimientos para lograr despertar realmente la conciencia.
Las hermanastras de La Cenicienta no eran, contra todo lo que se ha creído, feas —al menos no en el cuento de los Grimm— pero sí"de corazón duro y negro". A quienes se han acercado valiéndose de la lógica común a este relato, les ha sorprendido la frialdad del padre, favoreciendo siempre a las que en definitiva no eran sus hijas de sangre; aquí debemos recordar el sentido alegórico, e interpretar que ese padre equivale al Ser interior de cada uno, nuestra Conciencia más profunda en otros términos. Desde la perspectiva religiosa: ese Dios que en muchos casos resulta duro, pero que en definitiva actúa como el perro pastor que muerde a las ovejas para que no se desvíen de la buena ruta y se precipiten en un barranco.
Las palomas y otras aves ayudan a Cenicienta a separar el grano para poder ir al baile. Esto nos habla de otra realidad oculta: la relación que puede darse entre un alma pura y esas "ánimas" que son la parte espiritual de los animales.
Por tres veces Cenicienta baila con el príncipe, y al llegar la noche (no la medianoche, que es algo que agregaron versiones posteriores) se escapa para no ser reconocida. El número 3, la acción realizada por tres veces, es un elemento también constante en este tipo de historias tradicionales. Vale recordar el profundo sentido Cabalístico del 3.
Culminando con la peripecia de Cenicienta, la muchacha apela a su madre difunta; acude a su tumba a la hora de la imposibilidad, y es allí donde aparece la solución. Aquí percibimos dos elementos de inusitada hondura: el aspecto maternal-espiritual, simbolizado en el catolicismo por la Virgen María, que puede prestar ayuda a quien transita un camino de búsqueda trascendente; pero también está la tumba, o sea —herméticamente hablando— la "muerte que nos da vida".
Blancanieves es el cuento más conocido de los Grimm. Aquí también la heroína es huérfana y tiene madrastra. Reparemos en la frecuencia de tal circunstancia en este tipo de historias; la madrastra es una mala madre, y analógicamente la vida puede ser una dura madrastra cuando no logramos una adecuada relación con ella. Ese espejo en que se mira la reina nos remite al tema de la imagen, de la máscara y el rostro; los espejos estaban presentes siempre en las ceremonias de iniciación de la genuina Rosacruz, y el espejo tiene relación directa con las artes mágicas, con ciertas capacidades taumatúrgicas y con el comunicarse con otras dimensiones. La reina, al enterarse por el espejo que ya no es la más linda, le pide al cazador que mate a Blancanieves y que le traiga como prueba de ello el corazón, los pulmones y el hígado (harto significativa la relación de estos órganos con aspectos de la "anatomía oculta" del hombre). Los siete enanos son justamente los gnomos, contraparte espiritual de los minerales a los que aluden todas las añejas enseñanzas populares y esotéricas. Hay un aleccionante texto de Paracelso, relacionado con estos inocentes obreros subterráneos que toman la forma de diminutos ancianitos.
La reina no solamente es mala, es una hechicera de la "mano izquierda", y tiene el poder de las metamorfosis mágicas (por tal motivo puede volverse vieja). Por tres veces visita a Blancanieves y ésta no la reconoce; le ofrece primero un lazo que le quita la respiración, luego una peineta que casi la envenena, y por último una manzana emponzoñada. En los dos primeros casos los enanos llegan y la salvan, pero no sucede lo mismo en el tercero. Blancanieves permanece como si estuviera muerta, en estado de latencia, hasta que se presenta el príncipe y la revive. Aquí se reitera el tópico de la "salvación por el amor" —presente también en La bella durmiente — que tiene cierta relación con misterios como el Andrógino y el erotismo trascendente.
Es interesante reparar en el símbolo de la manzana. Este se remonta a Adán y Eva en el Génesis. Es equivalente a la tentación aquí también. Lo pecaminoso como prohibido.
Otros cuentos de los Grimm
Hansel y Gretel muestran por un lado la capacidad que da el estado de alerta, de conciencia, para superar las trabas y acechanzas que nos coloca la vida y sus avatares. Esto en el caso del primer abandono de los niños en el bosque, pues en el segundo las migas de pan que Hansel esparce en el camino son comidas por los pájaros. La casa de caramelo encierra otra enseñanza: por fuera dulce, amarga y siniestra por dentro. También aquí Hansel se salva con habilidad y astucia. De su peripecia por el bosque —el camino del buscador de la verdad— Hansel y Gretel vuelven con joyas y piedras preciosas, que son ni más ni menos que los "bienes espirituales" ganados con la experiencia.
Caperucita Roja por su parte, debe recorrer el bosque (que es la vida) donde encuentra al lobo (los múltiples peligros y acechanzas) para visitar a su abuelita (la sabiduría de los ancestros). Es devorada, junto a su posibilidad de sabiduría, por el lobo, por la vida. Sin embargo algo late en ella, al igual que en aquella Sofía de los gnósticos asediada por la oscuridad, y por ello recibe ayuda encarnada en el cazador (la fuerza Superior) que la salva a ella y a la abuelita.
El caso de Pulgarcito es el de todo aquel que siente el llamado de la aventura del espíritu. Es pequeño, como pequeños somos todos enfrentados al misterio de la existencia. Con audacia, valentía y entereza va dando sus primeros pasos, aplicando también la inteligencia (por ejemplo: en el episodio de los ladrones en la casa del cura). Es devorado primero por una vaca y luego por un lobo (animales emblemáticos). Se salva en el primer caso apelando a sus propios recursos, o sea haciendo creer que la vaca hablaba, lo que hace que la maten, la abran y él pueda salir. Del vientre del lobo lo rescata su propio padre. Aquí la sugerencia es notable: nuestro Padre trascendente —ese "Padre nuestro que estás en los Cielos" de la plegaria por excelencia enseñada por Jesucristo— salva al peregrino del Camino de la Verdad de los riesgos e incluso de las caídas y despistes.
Si reparamos en otros cuentos de los Grimm vamos a encontrar más referencias a criaturas de carácter fantástico. En La ondina del lago el molinero realiza un pacto con una criatura sutil de las aguas, en el cual desaprensivamente cambia a su futuro hijo por riquezas. Aquí —como enfatizamos antes con relación a las hadas y gnomos— debemos aclarar que no se trata de mera imaginería sino que el argumento da carnadura a "reales" fuerzas síquicas presentes en la naturaleza, que son neutras en realidad y que utilizadas sin precaución y sin el conocimiento debido nos llevan tarde o temprano a la desgracia. Pero este relato posee otros elementos de rica significación: cuando ese niño, destinado por su inconsciente padre a la ondina del lago, cae —ya mayor— en poder de esa fuerza que habita las aguas, su mujer —a través del sueño— logra obtener los recursos para salvarlo. Esto es puro y auténtico "esoterismo"; todos los maestros y escuelas genuinas han considerado que es en el llamado Mundo Astral, la dimensión de los sueños ni más ni menos, donde realmente podemos tomar contacto con las verdaderas claves de la Sabiduría profunda. En el final del relato, el hombre salvado de la ondina del lago y su mujer, son separados mucho tiempo por el Destino; esto trae, en cierta manera, el antiguo arquetipo de las "almas gemelas", que se buscan —a través de muchas existencias— hasta encontrarse plenamente un día.
Podemos todavía recordar más referencias a los misterios esotéricos en los Hermanos Grimm. En La casita del bosque, donde las tres hermanas se pierden al ir a llevarle la comida al padre siguiendo los granos que él había dejado esparcidos por el camino (y que las aves se comen en cada ocasión), estamos ante un "encantamiento" —pues el viejo que encuentran es un príncipe, y los animales sus servidores—que nos remite a realidades concretas de la magia como el fenómeno de la "licantropía". Las tres hermanas sufren la misma "prueba", pero solamente la salva —atendiendo a la alimentación de todos los personajes y dejando de lado el egoísmo— la menor. Ella es premiada y las otras castigadas con el encierro en una oscura cueva (esto se puede interpretar como la Ley del Destino operando).
Andersen, Barrie y Carroll
Hans Christian Andersen, el escritor danés, del igual modo que los Grimm realizó un trabajo de rescate de leyendas populares escandinavas la pasada centuria.
Tal vez más sentimentales y románticos que los cuentos de los hermanos alemanes, los de Andersen son algo menos el resultado de una fidelidad a los relatos tradicionales, que una creación personal, en la cual la impronta del autor está mucho más presente. Si nos detenemos en La hija del mar, más conocida como La Sirenita, encontramos por un lado la evocación de criaturas en apariencia fantástica pero que personalizan a fuerzas sutiles que habitan en realidad las aguas marinas (las legendarias "nereidas"; la presencia de tales criaturas es permanente en nuestra cultura desde hace milenios). Desde otro ángulo, la historia de "la sirenita" es simbólicamente la peripecia de cualquier ser humano atraído por algo más que el presentismo materialista y fenoménico, que busca con ahínco "otras" realidades intangibles. Todos somos de alguna manera esa sirenita que tenía una inexplicable nostalgia por el mundo de la superficie que no conocía, y que luego de poder contemplarlo al conjuro del amor ya no va a poder olvidarlo. La sirenita muestra luego un posible camino de mayor trascendencia, que se abre para quien esté dispuesto a transitarlo: a través del renunciamiento, y de un amor generoso y desinteresado, ella logra por fin —superando pruebas y zozobras— elevarse a una dimensión incomparablemente mejor que aquella en la cual habitaba.
El patito feo o El más feo (como se lo conoce también) delinea una historia moral con raigambre esoterista: la conclusión es que las apariencias resultan engañosas, y que la fealdad relativa de pronto encierra en su interior una riqueza y una belleza insospechadas. Nos habla de la necedad de nuestros conceptos subjetivos, relacionados con nuestra estrecha experiencia, que nada tienen que ver con la verdadera realidad de las cosas.
Como culminación de este acercamiento a la simbología esotérica de los cuentos de hadas, podríamos evocar a dos autores considerados clásicos del relato para niños, que sin haber abrevado —como los anteriores— en fuentes tradicionales, por vía indirecta sí fueron impregnados por ciertos arquetipos inequívocos de una perspectiva esotérica. Se trata de J. M. Barrie, el autor de Peter Pan, y de Lewis Carroll, el padre de Alicia en el país de las maravillas.
Las aventuras de Peter Pan, Wendy y el resto de los niños en el país del Nunca Más, podríamos interpretarlas desde la óptica esotérica como esa conexión o capacidad de comunicación con lo maravilloso, con lo misterioso, con lo sutil, que poseen naturalmente los niños. Para el gnosticismo, la primera infancia es un período donde la Esencia de cada uno de nosotros se manifiesta todavía libre de condicionamientos del Ego y la Personalidad. No cabe duda que Peter Pan es habitante de una dimensión donde el tiempo no existe, el ámbito de la Eternidad correspondiente al Plano Astral. Todo lo que acontece en el divertido libro se desarrolla directamente en esa "dimensión" de la Gran Realidad. Si procurásemos recordar retazos de nuestra primera infancia, ¿acaso no nos asombraría tomar conciencia de la naturalidad con que entonces armonizábamos lo lúdico, lo onírico, y lo que ahora llamamos "real"? Es claro que la obra de Barrie tiene ya una impronta moderna, pues el autor se preocupa al final por enfatizar el implacable pasaje del tiempo —reflexión contemporánea como pocas, reflejada en la filosofía y el arte— al mostrarnos el crecimiento de Wendy hasta hacerse mujer, y cómo es suplantada en el cariño y la magia de Peter Pan por su propia hija Juanita.
Para culminar, tenemos a Lewis Carroll y sus dos obras: Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo. Aparte de sus innegables valores literarios reconocidos por la mejor crítica, en estos libros se descubre una riqueza en paradojas lingüísticas, numéricas y lógicas, que han llamado la atención a muchos estudiosos. Este último rasgo los hace adelantarse al Surrealismo por un lado, y además los constituye es una suerte de "zen" occidental, algo que es evidente por ejemplo en el diálogo que mantienen Alicia y la Liebre de Marzo.
Pero aquí nos interesa simplemente destacar que estos relatos poseen además su costado "esotérico". Los viajes que emprende Alicia no son otra cosa que pasajes a dimensiones que están en otra vibración energética que la de este mundo tridimensional; por eso es que las leyes de la lógica formal se violentan allí, y por eso pueden ser las cosas "al revés". El espejo —profundo y rico símbolo— también está presente, y no faltan las cartas de baraja con reminiscencias y evocaciones a la antigua sabiduría del Tarot.
Hermógenes Bastarrica
Este trabajo fue dado a conocer en la revista Graffiti, en el año 1998.
Para saber más:
CUENTOS DE HADAS PARA LOS NIÑOS DE HOY