Símbolos de transformación en el torreón de bollingen de c. g. jung

Por Joseantonio

Jung en su Torre de Bollingen, en 1960. Imagen tomada de la web JungQuotes


En Bollingen estoy en el centro de mi propia vida, soy mucho más yo mismo. Por momentos siento que soy parte del paisaje y que estoy dentro de las cosas, que estoy viviendo en cada árbol, en el batir de las olas, en las nubes, en los animales que van y vienen, en la sucesión de las estaciones”.   C. G. Jung.

En mi último viaje por la vieja Europa visité el poblado de Bollingen, el lugar en que construyó Carl Gustav Jung su Turn. Se trata de un pequeño poblado, cerca de Rapperswil, en el Cantón de Saint Gall, al nordeste de Suiza. Su ubicación se sitúa sobre la orilla norte del Lago de Zúrich y es parte del municipio de Jona. Sobresale una bonita Iglesia, la Abadía de Wurmsbach que es un convento de monjas de la orden del Císter, fundada en 1261, hoy sede de una escuela secundaria para mozas. Actualmente, Bollingen dispone de un carril para bicis y peatones, que discurre paralelo a la vía del tren, y que pasa frente a la parcela de Jung. Desde aquí, realicé algunas fotos.

Torreón de Bollingen de Carl Gustav Jung, en Bollingen, Suiza.


Mientras me dirigía hacia la finca de Bollingen, venía pensando en la multitud de curiosos que habrán visitado este lugar. Me decía que, este lugar, parecía haberse convertido en una especie de centro de peregrinación de aquellos interesados en el psiquiatra suizo C. G. Jung. Al mismo tiempo, me preguntaba si, quienes lo visitan, no habrán convertido a esta figura en una suerte de “nuevo mesías”. Demasiado a menudo había comprobado yo, en algunos sectores junguianos, una atmósfera de tipo “sectario”, lo que se aleja por completo, desde mi punto de vista, del objetivo primordial de toda la obra de Jung: la de permitir que el individuo tome contacto con la fuente creativa de su propio mundo interior (su Alma, a la que Jung denomina lo Inconsciente Colectivo), un mundo del que brotan imágenes simbólicas colmadas de un significado y de un sentido esenciales para la salud psíquica e, incluso, para el destino, tanto del individuo, cuanto del colectivo.  De ese modo, si uno continúa el genuino legado de Jung, se dirigirá hacia su propio Inconsciente, tomará contacto con los espíritus de sus ancestros (arquetipos, los denomina Jung) y encontrará en ellos la guía que su conciencia precisa. Tomará consciencia, experimentará en sí mismo, lo que Jung realizó en vida en su Torre de Bollingen, esto es, el contacto de su conciencia con lo Inconsciente, tras el necesario descenso del nivel mental, practicando la Imaginación Activa y diferenciando, cada vez más, aquella función generadora de símbolos, a la que Jung denominó Función Trascendente.
Pensaba para mis adentros que, continuar el legado de Jung no es, como muchos opinan, aprenderse de memoria sus trabajos y, como monos listos, repetirlos hasta la saciedad, haciendo gala de lo bien que uno reproduce los contenidos de sus obras. Si bien, leer la obra de Jung es importante, en el sentido de ser una conditio sine qua non, lo verdaderamente importante estriba en la realización de la propia individuación, para lo cual se precisa disponer de  un “lugar” apropiado, donde dedicar la vida entera a realizar  (es decir, a convertir en realidad) el Libro Rojo de cada uno, en donde dar nacimiento a la divinidad en el seno del Alma. Allí, en la interioridad de nuestra Alma, Dios se hace fecundo.

José A. Delgado visitando el Torreón de Bollingen.


Ahora, inmerso en mis vastas pesquisas, rememoro aquel acontecimiento sublime, tremendamente horroroso, dolorosamente desgarrador, en el que, a través de sueños y visiones, lo Inconsciente, entre otras muchas imágenes simbólicas,  me mostró la imagen de un antiguo libro, semejante a un manuscrito medieval, aunque sin ilustraciones, cuyas hojas semejaban las de un vetusto pergamino. Y comprendo, mejor que nunca, que esa es, en verdad, una imagen de mi propio Libro Rojo.  Por eso, cada uno ha de descubrir cuál es su Camino (Tao), su proyecto vital, o el mito que vive en él. Y este mito es el suyo, único e intransferible. Aquél que no comprenda esto, según mi experiencia, tarde o temprano caerá de su desatinada e impracticable impostura.
Pero la experiencia con los arquetipos, con los espíritus de nuestros ancestros, resulta demasiado onerosa, tremendamente humillante para la conciencia moderna, que se ha erigido en dueña y señora del mundo y del alma. Y es que, lo que ellos nos “dicen”, nos “indican”, nos “muestran”, nos “revelan”, en multitud de ocasiones, rompe la imagen del mundo de nuestra consciencia. Y, las más de las veces, uno se enfrenta a situaciones que,  a nuestra ego, le resultarán terribles. Por ejemplo, un encuentro con el arquetipo de la sombra nos desvelará, o nos puede desvelar, al “asesino” o al “criminal” en potencia que uno podría llegar a ser, si las condiciones son propicias para que tal “asesino” emerja. Y esto, para nuestro ego, es humillante. De igual modo, el arquetipo del anima, por ejemplo, puede “mostrarnos” que nuestra actitud para con las mujeres, en particular, y, para con lo femenino, en general, es misógina, pre-juiciosa y harto angosta. Y esta experiencia es, para nuestro ego, muy humillante. O bien, una experiencia con lo Inconsciente puede enseñarnos que nuestro ego, apenas es una pequeña y diminuta luz, semejante a la llama de una vela, en la vasta inmensidad de nuestro mundo interior y/o exterior. Y esto, para una conciencia moderna, es tremendamente humillante.
Y, realizada esta digresión, regreso a mi visita a la Torre de Bollingen. Sobre la construcción del Torreón en Bollingen dice Jung, en Recuerdos, Sueños, Pensamientos, lo siguiente:
A través del trabajo científico fui asentando paulatinamente mis fantasías y los temas del inconsciente sobre terreno firme. Sin embargo, la palabra y el papel no me bastaron; necesitaba algo más. Tuve que reproducir en la piedra mis ideas más íntimas y mi propio saber, o hacer una confesión en piedra. Tal fue el principio del Torreón que me construí en Bollingen.” P. 230
A Jung le había fascinado desde siempre la orilla norte del lago de Zurich, así que, apenas hubo reunido el dinero suficiente para comprar el terreno en Bollingen, en 1922, se hizo con ello. Este terreno se encuentra en la región de San Meinrad, el solar perteneció al monasterio de Saint Gall y, según parece, antes de éste, ya fueron construidos otros templos en aquel lugar. Así que, por lo que vemos, la ubicación de la zona está relacionada con sus peculiares características.

Si bien, Jung, planeó, originalmente, la construcción de un edificio de un solo piso, con un hogar en el centro, los dormitorios a los lados, junto a los muros de la vivienda, sin electricidad, ni agua corriente, inspirándose en las cabañas africanas donde el fuego arde en el centro y la vida de toda la familia, los animales, etc., se desenvolvía alrededor de ese centro, pronto se dio cuenta de que aquella vivienda era demasiado primitiva para él. Así, construyó primero el Torreón circular en 1923. Este torreón significa, para Jung, una especie de Útero Materno de la Diosa, una modalidad labrada de Cueva o, también, el seno materno de una Virgen.
Sin embargo, con el paso del tiempo se percató de que, aquella construcción, el Torreón, no representaba la totalidad de su edificio psíquico, que aún había más que manifestar. Y, en 1927, tras cuatro años de trabajo, construyó una nueva edificación circular, un anexo en forma de torreón.

Poco tiempo después, Jung tuvo la sensación de que, aquellas construcciones, eran aún demasiado primitivas, y, en 1931, cuatro años después, el anexo se convirtió en un segundo Torreón. En este segundo torreón, reservó un espacio exclusivamente para él, de inspiración india, donde poder retirarse para meditar. En esta habitación aislada quedaba a solas consigo mismo y, allí, nadie podía acceder sin su autorización. Guardaba la llave celosamente siempre en su poder. Allí, en el transcurso de los años, Jung fue pintando las paredes en su afán de  expresar, de ese modo, las imágenes que le brotaban en su aislamiento (ejercitando una técnica de meditación que él denominó Imaginación Activa,que es una depuración de la “Imaginatio vera et no phantastica” del Opus alquimista). Por eso, aquella habitación,  como él mismo afirma “constituye un prisma de meditaciones  e imaginaciones –con frecuencia meditaciones muy desagradables y pensamientos asaz difíciles- un lugar de concentración espiritual”, donde entrar en contacto con la eternidad. Joseph Campbell explica el significado de esta construcción del siguiente modo: "El lugar en que ha nacido un héroe, donde ha realizado sus hazañas o donde ha regresado al vacío, es señalado y santificado. Allí se le erige un templo, con el cual se significa e inspira el milagro de la centralidad perfecta; porque éste es el lugar donde se inicia la abundancia. Porque alguien (en este caso, Carl G. Jung) en este lugar  descubrió la eternidad. Por lo tanto, este lugar puede servir como sostén para una meditación fructífera."

Cuatro años después, vuelve a sentir la necesidad de expresar la existencia de “algo más”, y construye una logia y un patio, junto al lago, lo que simbolizaba un espacio que se abría a la naturaleza y al cielo. Estas construcciones constituían la cuarta parte del conjunto arquitectónico y se hallaban separadas del triple complejo principal. El ala intermedia, oculta entre los dos Torreones, representaba para Jung su propio ego, por lo que levantó un segundo piso a esta edificación, representando así la supremacía de la conciencia, sobre el edificio completo, alcanzada en la vejez.

Fíjense que, de ese modo, el edificio entero está formado por cuatro diferentes alas, realizadas en el transcurso de doce años, lo que manifiesta una clara simbología solar. Por cierto que, la simbología que impregna mi última novela, titulada La Hermandad de los Iniciados, comparte con la construcción de la casa de Jung el simbolismo solar. Y, algo muy interesante, me serví, sin conocer en su momento estos datos, del mismo simbolismo para los capítulos y apartados de mi libro El retorno al Paraíso Perdido. La renovación de una cultura. Sendos libros constituyen, para mí, algo así como los dos torreones de mi edificio intelectual.

Ahora bien, la construcción del edificio de Bollingen surgió como si de un mándala se tratara. Es decir, no había una intención consciente de hacerlo así. Sino que surgió, en un acto creativo, tal cual le iba surgiendo a Jung. Del mismo modo que, cuando escribo un libro, no sé de antemano si será una novela, si un ensayo o si un híbrido. Simplemente surge como surge. Jung lo expresa del siguiente modo: “Construí la casa por partes aisladas y seguí siempre las respectivas necesidades concretas. Las conexiones íntimas no las medité nunca. Se podría decir que construí el torreón en una especie de sueño. Sólo posteriormente vi lo que había surgido y que ello poseía una forma razonable: un símbolo de la integridad psíquica. Se había desarrollado como si una vieja simiente hubiera germinado.” Y, como afirma J. Campbell "Ese tipo de templo se construye, por lo general, simulando las cuatro direcciones del horizonte del mundo y el santuario o altar en el centro (la Turnde Jung) es el símbolo del Punto Inagotable." Ese Punto Inagotable, Jung, sirviéndose de la terminología oriental, lo denominaríaSí-Mismo. Probablemente, Jung estaría de acuerdo con interpretar el significado de su casa-templo de Bollingen, tal y como lo expresa J. Campbell al referirse a los recintos sagrados, incluido su “Castillo-Templo” en el pueblo de Bollingen, rodeado de naturaleza y a la orilla del lago de Zurich.

De ahí que continúe diciendo:
 “En Bollingen estoy en mi propia esencia, en lo que a mí respecta. Aquí soy, por así decirlo, el “hijo primitivo de la madre”. Así se dice sabiamente en la alquimia, pues el “viejo”, el “primitivo” a quien experimenté ya de niño, es la personalidad número 2 que siempre ha vivido y vivirá (el espíritu de las profundidades, lo llama en otro lugar). Está al margen del tiempo y es  hijo de lo inconsciente maternal. En mis fantasías el “primitivo” adoptó la figura de Filemón y en Bollingen está vivo.”

Filemón es, para Jung, la imagen simbólica del arquetipo del Viejo Sabio, cuyo paralelo en las leyendas artúricas sería Merlín. La sabiduría proviene de este arquetipo, del Self, que representa el centro y, al tiempo, la totalidad de la psique, y nunca del Ego, de la conciencia, quien, para no incurrir en inflación, ha de adoptar para con el Viejo Sabio, el “primitivo”,  la actitud del puer aeternus, siempre dispuesto a aprender. Aquél que considera a este primitivo Viejo Anciano como egocéntrico, proyecta la situación en la que se encuentra su conciencia o su ego en la figura del Anciano Sabio, incurriendo de ese modo en una grave inflación. La caída desde lo alto del Torreón (algo que viene muy bien representado en el arcano mayor número 16 del Tarot de Marsella, que lleva por nombre La Torre) es el destino que le espera a un ego en dicho estado. Una situación, por cierto, que ha conducido a nuestra cara civilización occidental-occidentalizada a la grave crisis de valores en la que está sumido el mundo.



LA LÁPIDA DEL TORREÓN
En 1950, mientras construía el muro de separación del Jardín, para lo cual necesitaba piedras, encargó éstas a una cantera cercana. El constructor dictó las medidas exactas al cantero y este las anotó en una libreta, por lo que no había ningún atisbo de confusión. Pero cuando le llegaron las piedras en un barco y las hubo descargado en tierra, el constructor se indignó, porque se habían equivocado. Así que,  ordenó que se llevaran la piedra de inmediato y que trajeran la que él había solicitado. Pero Jung, al ver la piedra, les dijo que  la quería, que era su piedra angular. En lugar de tener tres cantos, como la que habían pedido, esta piedra “rechazada” poseía cuatro. Se trataba de un hexaedro de dimensiones muy superiores a las que el constructor había pedido al cantero.

Esa anécdota le hizo recordar a Jung un apotegma del alquimista Arnau Vilanova, que figura en su obra titulada El Rosario de los Filósofos y que dice lo siguiente:Hic lapis exilis extat, pretio quoque vilis. Spernitur a stultis, amatur plus ab edoctis.(Aquí está la piedra, la insignificante. Ciertamente vale poco en cuanto a precio. Será desdeñada por los ignorantes, pero tanto más amada por los sabios. O, también: Esta insignificante piedra apenas tiene valor. Los necios la desprecian mientras los sabios la codician.)Estas palabras de Arnaldo Vilanova se refieren al Lapis, a la piedra filosofal, que rechazan y desprecian los ignorantes. Un texto que nos recuerda al que figura en Mateo 21:42 y en el Salmo 118.22, presagiando esta anécdota de Jung, y que dice así: “La piedra que los constructores rechazaron llegó a ser la cabeza y esquina del edificio: la piedra angular. Esa es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos.”En la superficie anterior de la piedra, Jung esculpió un pequeño círculo que simulaba un ojo que miraba y, en el centro, a modo de pupila, colocó un pequeño hombrecillo,  un cabir o Telesforo, hijo de Asclepio-Esculapio, cubierto por un abrigo y una capucha, portando una lámpara. En el centro de este homúnculo aparece un símbolo, el del mercurio alquímico-astrológico, lo que nos indica el lugar central de Hermes-Mercurio en la Obra alquimista de la unión de los opuestos, del Sol y de la Luna, siendo  una especie de guía o de psicopompo, en lo que Jung denominó proceso de Individuación. Un proceso que, como la Obra alquimista, conduce a la más completa realización del Individuo. De ahí que, en la piedra, estén cincelados los símbolos de los siete planetas: el Sol y Júpiter, en conjunción, a la derecha; Venus y la Luna a la izquierda; Saturno, sobre el hombrecillo y Marte, justo debajo. A esta figura mercurial, Jung le dedicó varias palabras, que le brotaron a la mente mientras la esculpía:“El tiempo es un niño- juguetón como un niño- jugando al ajedrez- el reino del niño- Este es Telesforo, que recorre las oscuras regiones de este cosmos y brilla como una estrella procedente de las profundidades. Indica el camino hacia las puertas del sol y al país de los sueños.” La primera frase pertenece a Heráclito; la segunda, alude a la liturgia de Mitra y la última es del canto 24, verso 12, de la Odisea de Homero.De acuerdo con el proceso simbólico representado en la alquimia por la transformación del plomo en oro, que es a lo que parece aludir el grabado que hizo Jung en su lápida, como símbolo de la iluminación o de la salvación del individuo, la Opera alquimista acontece en cuatro fases esenciales, representadas por cuatro colores: nigredo o ennegrecimiento, cuyo color es el negro, y está relacionado con Saturno (bilis negra), que es la etapa de purgación de los deseos de la carne, los sentimientos de culpa, el origen o materia prima, en la que están contenidas las energías inmanifestadas; albedo, emblanquecimiento o bautismo, que es el primer magisterio o pequeño misterio, donde se produce la primera transformación; rubedo, enrojecimiento representado por el azufre o azogue y dominado por la pasión o el amor; por último, la aparición del oro. La primera operación que acontece en el proceso alquímico, tal y como afirma Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de Símbolos, es la llamada calcinatio o calcinación de la materia, lo que representa simbólicamente la muerte del profano, del individuo identificado con el mundo manifiesto y sumido en un estado de ignorancia y estulticia; la segunda operación, o putrefactio, se corresponde con la separación de los elementos destruidos, la purgación de los instintos y deseos por los bienes de este mundo; la solutio, o solución, expresa la purificación de la materia prima; la destilatio, es la destilación de la materia purificada, esto es, la separación de los factores que llevarán a la iluminación o salvación; la conjuctio o coincidentia oppositorum, como unión interna de los principios contrarios, masculino y femenino, o conciencia e inconsciente; la sublimatio simboliza la fase de sufrimiento derivada de la entrega a la obra y de la vivencia de la escisión mística del mundo, simbolizado por el mito de Prometeo y por la lucha del dragón alado (Cielo) y del dragón sin alas (Tierra). La última operación es la coagulatio, coagulación o reunión en una unidad inseparable de ambos principios contrarios, lo fijo y lo volátil, lo masculino y lo femenino, lo efímero y lo sempiterno. Esta evolución alquímica viene resumida en la máxima solve et coagula, dando a entender la importancia de analizar, separar, escindir o disolver todo lo inferior que hay en el alma humana, aunque uno tenga que “romperse”, en parte, al hacerlo; posteriormente, tiene lugar la coagulación o unión de lo separado, y previamente purificado, en la operación anterior. De ello se sigue que, el ser que uno es al inicio del proceso, se transforma en otro completamente distinto. Así, el hombre corporal que uno fue se transforma en el hombre espiritual, es más, se transforma en el ser dúplex, andrógino, un ser que es, a la par, material y espiritual. El individuo así concebido espiritualiza la materia y materializa el espíritu, observa lo que sucede en el mundo material, como si de una representación simbólica del mundo arquetipal se tratara, y corporiza o manifiesta los mensajes espirituales que recibe de lo Inconsciente. Este proceso de individuación, como instinto espiritual en el ser humano, parece buscar la realización de la totalidad del individuo. De ahí que, Javier Melloni, en su libro El Cristo interior, afirme lo siguiente: “El conocimiento de la verdad se revela como una aventura que implica a la totalidad de la persona. Por eso, la verdad transforma: porque llega la raíz donde se forma nuestra percepción de la realidad. Pero esa verdad está apenas comenzada. Vivir en verdad nos libera de las diferentes dependencias que bloquean nuestro potencial.”En la tercera cara, que mira hacia el lago, Jung dejó que se expresara el Lapis dentro de él, es decir, el centro, el Sí-Mismo, y esculpió lo siguiente:Soy huérfano, estoy solo; sin embargo, se me encuentra en todas partes. Soy una unidad pero contrapuesto a mí mismo. Soy joven y anciano a la vez. No he conocido padre ni madre, porque se me tuvo que extraer de las profundidades como a un pez. O porque caí del cielo como una piedra blanca. Voy vagando por bosques y montañas, pero estoy oculto en lo más íntimo del hombre. Soy mortal como todos, sin embargo, no me afecta el curso de los tiempos.Como colofón, colocó, bajo el versículo de Arnaldo de Vilanova de la primera cara que labró, las siguientes palabras (véase la primera imagen): IN MEMORIAM NAT[ivitati]S DIEI LXXV C G JUNG EX GRAT[itudine] FEC[it] ET POS[uit] A[nn]O MCML.“En memoria de su 75 aniversario C. G. Jung lo ha hecho y colocado en 1950 en acción de gracias.”Esta lápida de piedra se encuentra colocada fuera del torreón y Jung la consideró una especie de manifestación de lo que aquél significaba para él: Una manifestación de su morador, que permanece, sin embargo, incomprendido por los hombres.”Esta lápida de piedra, encarnación del Lapis philosophorum, es una manifestación del Cristo interior, una expresión de lo que Jung denominó Self, el arquetipo de la Unidad “totipotencial”, del Tao como arquetipo del Sentido último de la existencia. Para finalizar este ensayo, me gustaría mencionar aquí que, para comprender lo que son los arquetipos, y sus efectos sobre la materia y el espíritu, el Alma y el Mundo, el ámbito de la abstracción, que le es tan caro a la función del pensamiento, nunca llegará a captar su escurridiza esencia. Tan escurridiza como lo es uno de sus símbolos más conspicuos, el pez. Para tener un atisbo de lo que es un arquetipo, entendido en sentido junguiano, se precisa la experiencia y la función de la intuición. El pensamiento, una vez experimentado el arquetipo y captada su esencia por intermediación de la intuición, puede comenzar a describir y a analizar lo que ha experimentado. Sin esos pasos previos, la experiencia (hechos psíquicos) y la intuición (que ve más allá del objeto), jamás se logrará comprender lo que es un arquetipo. De ahí que, toda reflexión filosófica no alcance nunca a comprender lo que es un arquetipo. Es como describir y analizar un territorio sin haber estado nunca en él.

© 2009 Ensayo escrito por José Antonio Delgado González. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.