La celebración del Día de la Constitución sólo sirve para la representación teatral de una clase política que en este día le rinde un culto hipócrita, tras mantenerla arrinconada el resto del año con el incumpliendo de sus preceptos y valores. El Estado que define la Constitución de 1978, en su Título preliminar, como Social y Democrático de Derecho es continuamente, máxime en la actualidad, negado en la realidad al limitarse o eliminarse desde el Gobierno el contenido social de unos derechos reconocidos a los nacionales en relación al trabajo, la vivienda, la salud, la educación y la justicia, entre otros, imprescindibles para garantizar la igualdad y la libertad de los españoles.
Las “reformas” de todo tipo, en nombre de la sacrosanta economía, han venido a “reducir” estos derechos por parte de los mismos que, serios y circunspectos, declaran inmutable y llena de vitalidad una Constitución a la que desprecian con sus decisiones e iniciativas. Las prestaciones públicas que son la base de un Estado social son cuestionadas como gasto por esos políticos, “constitucionalistas” de boquilla, al objeto de liquidarlas por insostenibles, según parámetros mercantilistas. Es al mercado y no a los ciudadanos, en última instancia, lo que la Constitución protege y lo que mueve a emprender la única actualización del texto legal en los últimos años, al introducir la prioridad de atender la deuda del Estado antes que cualquier derecho garantizado por ella.
Si la Carta Magna de un país se convierte en un listado de buenos propósitos que no obligan a los poderes públicos más que cuando afectan a los intereses del capital, no es de extrañar que lo único que aprecian de ella los ciudadanos sea la posibilidad de descansar y enlazar días de asueto. Su contenido se ha vaciado de significaciones que comprometan ni al Gobiernos ni, por extensión, a la población. Se ha convertido en un símbolo hueco.
Por ello, los ciudadanos disfrutan de estas fiestas porque representan días de descanso, sin cuestionarse ni por un segundo la oquedad de unos cascarones tan presuntuosos. El aire que contienen deja, al menos, momentos de respiro ante tantas tribulaciones e incertidumbres con que nos castigan estos tiempos de crisis y relativismo.