Simone de Beauvoir.
Aquella mujer que acompañaba y se separaba, y volvía a la vida de Sartre, Beauvoir, fue la mujer más exquisita en las letras francesas. Ahora Daniele Sallenave realiza una magna biografía. Lo comentan en El País:
No es fácil adentrarse en una vida como la de Simone de Beauvoir tan regida, como la de Sartre, por la idea de destino. Simone de Beauvoir se prometió a sí misma, ya en la adolescencia, crearse una poderosa coraza y al mismo tiempo se prometió una cierta desnudez, un cierto despojamiento moral y emocional, a la manera en que lo proponía Michel Leiris en La literatura considerada como una tauromaquia, reflexión que la incitaría a escribir sus memorias.Pero ¿las corazas pueden ser compatibles con la desnudez? En cierto modo sí. Para poder vivir, y para poder triunfar (y Simone se vio desde muy niña como triunfadora) en un mundo de hombres se exigía mucha fortaleza, circunstancia que no le iba a impedir explorar todas las formas de la mentira y la verdad, con generosidad, con obcecación, con rebeldía, con odio, con amor, con rabia y a veces también con desesperación.
A lo largo de seiscientas apretadas páginas, Danièle Sallenave va indagando en los vacíos que dejan todas las obras de Simone de Beauvoir, desde los Cuadernos de juventud a La ceremonia del adiós, atendiendo a lo que dice, pero también y sobre todo a lo que no dice, porque no pudo o porque no quiso. "No pienso contarlo todo", avisó en su momento Simone de Beauvoir, pero, como asegura Danièle Sallenave, a veces puede ser difícil creer que la autora de Los mandarines no lo contó todo, pues la escritura de la Beauvoir tiende a ser un tejido sin fisuras, claro y contundente, sin demasiados rodeos y a la vez apoyada en una sólida construcción, sometida a un objetivo constante que ella misma definió precozmente de la siguiente manera: "A los quince años deseaba que algún día la gente leyera mi biografía con emotiva curiosidad; si quería convertirme en una autora conocida era con esa esperanza. Después pensé, a menudo, escribir yo misma mi vida". Ese mismo año vuelve a insistir en su deseo de ser una "escritora célebre". Simone codicia ese futuro "por encima de cualquier otro", y desea una gloria "tan íntima como universal". Más tarde, cuando decida al fin escribir sus memorias, volverá a la concepción original, anclada en su adolescencia, y a su decisión de "hacer de su vida una experiencia ejemplar en la que se refleje el mundo en su totalidad". Como vemos, nunca le faltó ambición.
Ya en los Cuadernos de juventud, escritos hacia los dieciocho años, Simone de Beauvoir se juzgaba a sí misma con rabia, con crudeza, con distancia, con proximidad..., y ya entonces hacía balances, examinaba sus posibles progresos, iba construyendo, voluntaria y ardientemente, su propio destino, con un rigor tan constante como inimaginable en nuestros días.
A través de las exploraciones oblicuas y exhaustivas de Danièle Sallenave, de sus idas y venidas, de su mirada incisiva sobre los momentos en que la vida de la Beauvoir hace ángulo consigo misma, vamos conociendo sus amistades, sus amores, sus fobias, sus iras, su anhelo de conquistar la más alta coherencia y la más clara articulación de la vida y de la obra, su ironía, su sarcasmo, sus mentiras, sus verdades, su lucha incesante por una nueva definición de la mujer y por un nuevo universo pasional: todo un mundo individual y colectivo desplegándose ante nosotros y permitiéndonos acceder, no sin asombro, a una época, hoy abolida, en la que los intelectuales representaban la conciencia de la sociedad; estatus que mantuvieron aún en el periodo estructuralista, y que se desmoronó con la llegada de la posmodernidad, la descomposición del criterio, y la corrosión de todo un sistema de valores y jerarquías profundamente tributarias del humanismo (incluso del humanismo existencialista), al que nunca fueron ajenos ni los intelectuales de posguerra ni los de más tarde. Entre ellos hubo auténticos mandarines: Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir lo fueron, y ni les faltó relevancia ni les faltó autoridad. El excelente libro de Danièle Sallenave da buena prueba de ello, a la vez que nos muestra los pliegues de una mujer que ya en su juventud se dio a sí misma la siguiente orden: "Construiré una fuerza en la que me refugiaré para siempre". Hay algo de aterrador en estas palabras que nos muestran una voluntad férrea y decidida a determinar la propia vida, "tallándola" con placer y con ira sobre la intransigente "roca de los días". Las mentiras que pudo perpetrar respecto a su relación con Sartre estaban guiadas por ese empeño de hacer de su existencia, y de la de Sartre, una experiencia demasiado ejemplar, olvidando que la realidad nunca es tan simbólica como el deseo.