Simplifiquemos la vida

Publicado el 09 octubre 2014 por Jamedina @medinaloera

Constancio C. Vigil.

Los seres humanos tenemos la costumbre de complicarnos la vida. Así lo enseña la Historia de todos los pueblos y de todos los tiempos. Pequeños problemas que en su origen se resolverían en forma práctica y sencilla, no se atienden y crecen desmesuradamente hasta provocar graves conflictos, incluso internacionales.

Aparte del desorden que cada uno de nosotros causamos al asumir conductas equivocadas –nadie es perfecto–, casi a diario encontramos además gente dispuesta a complicarnos de una u otra manera la existencia.

Por ejemplo, en muchas oficinas públicas donde la burocracia debiera estar al servicio de los demás, porque para eso se le paga, puede uno encontrar a los principales especialistas en enredar las cosas más simples. Estos enredos son necesarios para que florezca la corrupción, de la que están agarrados firmemente no pocos políticos y gobernantes.

Pero no sólo en el gobierno, sino también en el sector privado se cuecen habas de distintos tamaños y variedades. El ciudadano común, desde que se levanta hasta que se acuesta, tiene que mantenerse siempre alerta para que no lo roben los unos ni los otros. Claro está que dondequiera hay todavía gente honrada, pero no tanta como se quisiera.

Lo ideal sería que todos, jóvenes y viejos, pobres y ricos, opusiéramos al desarrollo mercantilista y consumista la conciencia de simplificar la vida, eliminando lo innecesario, lo superfluo, lo que nada aporta a la calidad de la existencia humana.

En una de sus obras el escritor uruguayo Constancio Cecilio Vigil habla de un viejecito que tenía fama de buen consejero y en secreto le consultaban sobre sus dificultades hombres y mujeres de toda condición.

El hombre aquél aparentaba escuchar las dudas y aspiraciones del consultante, y permanecía un momento como abstraído en la meditación. Luego, sintetizaba su parecer en estas pocas palabras:

–¡Simplifica, hijo, simplifica!

El consejo, siempre el mismo, maravillaba por su eficacia. Y ninguno sabía que el propio viejecito, mucho más sordo de lo que se suponía, simplificaba igualmente su tarea, pues opinaba y acertaba sin escuchar una palabra de la disertación del consultante.

Artículo publicado por el diario La Crónica de Hoy Jalisco en su edición del viernes 3 de octubre de 2014.