Los
egos sustituyen a la solidaridad y al compañerismo de un equipo cuando se dan
en demasía. Y también al sistema que lo cohesiona y dota de eso que muchos
llaman ser reconocible. Como consecuencia aparecen la imprevisibilidad, el funcionamiento irregular, las capillitas y
las inquinas permanentes producto de los roces que originan los irremediables
egoísmos que anidan en el narcisismo de los que se alimentan del yo
omnipresente. Ineficacia global, en definitiva, sobre todo en los momentos
cumbre, cuando cualquier organización humana se juega lo importante: su ser o
no ser en base al cumplimiento o no de sus objetivos fundamentales. Y en el
fútbol profesional no es diferente. La piedra angular para que un equipo
funcione bien es su dirección Y, también, la buena elección de sus componentes.
Después vendrán otros conceptos claves como el señalamiento razonable de
objetivos, el tratamiento adecuado de sus desviaciones, la motivación
permanente, etc.
Como
máximo exponente de la ineficacia tenemos en nuestra Liga el ejemplo del Real
Madrid de Mourinho que preside Florentino Pérez. Y lo es en un doble
sentido.
Empezando
por el final, ya hemos señalado,
expuesto y demostrado con números en la mano en estas páginas que es la
peor gestión deportiva en cuanto a resultados finales de la historia blanca. Y
eso sin contar los medios económicos gastados en el empeño ni la creciente
pérdida de imagen deportiva que acumula en sus diez años de presidencia. Tres
Ligas, una Copa del Rey y una Copa de Europa, como títulos relevantes, contando
con que los dos primeras ligas y la Champions las ganó con la base heredada de
su antecesor, incluido el equipo técnico de Del Bosque, más sus tres primeros fichajes: Figo, Zidane y Ronaldo, sucesivamente, son un bagaje
bastante magro. Cualquier otro presidente tiene mejores números desde Bernabéu acá. Sus únicos aciertos estuvieron en sus tres
primeros años, hasta que decidió hacer el club a su imagen y semejanza para
salir al exterior con sus intereses económicos como objetivo fundamental. Una
vez trillada España – en el año 2.000 no le conocía nadie fuera de su círculo
madrileño- había que posicionar sus empresas fuera, y para ello decidió que
tenía que prestigiarse en los países que más le podía interesar desde ese punto
de vista. Y empezó a perder el criterio deportivo decidiendo prescindir del
actual seleccionador nacional porque ‘ya estaba desfasado’. ¡Vaya ojo clínico
que demostró! El tiempo, los éxitos y los fracasos han dejado a cada cual en su
sitio, como suele ocurrir. Volviendo al principio, Pérez confundió entonces los
objetivos deportivos con su patrimonio y el del club, olvidando de paso los
fundamentos básicos de cómo funciona un equipo,
y tuvo que salir por la puerta falsa tres años después. En su vuelta
muchos tenían la esperanza de que hubiera aprendido, pero cuatro años más tarde
se encamina hacia su segunda espantada. Y esta vez lo ha hecho uniendo su
futuro al de un egocéntrico mayor que él. Decididamente, este hombre tiene tan mal fario para lo deportivo como
aparentemente bueno para los negocios. El tiempo, una vez más, dirá.
Lo
de Mourinho no es nuevo. Allá por donde pasa no crece la hierba. Se programa
para obtener resultados personales a corto plazo quemando todo lo quemable,
incluido el club que le paga, naturalmente, exigiendo en cuanto puede todo el
poder para que nadie pueda contestarle. Así funcionan estos personajes. Aves
mercenarias de paso que sólo viven para su mayor gloria personal.
La
prueba es evidente. En su tercer año en el Madrid nadie sabe todavía a qué
juega su equipo, más allá de balones largos para adelante y que Cristiano tenga su día. Si el gran
fichaje de Calderón no se le hubiese
lesionado dos meses a Pellegrini en
el momento clave probablemente hoy tendríamos a un Real Madrid señor y campeonísimo luciendo
un juego digno de su historia; su trayectoria le avala. Hoy, sin embargo,
tenemos a un equipo sin alma que se luce en algunos partidos menores, sobre
todo en casa y le ocurre como a los perros del tío Alegría: eran muy buenos
siguiendo el rastro pero cuando veían la pieza levantaban la patita y se ponían
a mear. La prueba ha estado en los
partidos clave, Barsa y Manchester; lamentable liga aparte.
Como
decíamos, es el producto de no hacer equipo sino narcisismo. Ni él podía llegar
a más ni el Madrid a menos. Ya queda poco, afortunadamente.