La desesperación del crío llega al límite ante este panorama de conflictos y desprecios y decide desaparecer, pues a sus doce años ya sabe que su futuro es muy negro y que es una carga para su familia: esta será la trama principal de una película que aprovecha esta tesitura para ofrecernos un panorama tan desolador de la Rusia actual como esos paisajes invernales en los que parece que el calor no llegará nunca. La principal preocupación de Boris es mantener su puesto de trabajo en una oficina desangelada, cuyo jefe es un hombre tan tradicionalista que jamás toleraría que uno de sus empleados se separara de su mujer. Zenhya, que ya tiene nuevo amante, pasa los días enganchada a su móvil, a las redes sociales, haciéndose selfies, como si fuera una eterna adolescente que merece una segunda oportunidad en su vida sin tener que rendir cuentas con el fruto de sus años precedentes, incluido su hijo. De la búsqueda de Alyosha, por cierto, no se ocupa el Estado, sino una especie de asociación especializada en estos casos, cuyo encargado del caso, con toda la frialdad profesional que le otorga su dilatada experiencia, resulta el personaje más humano, puesto que es el único que parece verdaderamente esforzarse en encontrar vivo al niño.
Todavía no he podido ver otras obras de este prodigioso director que es Andrey Zvyagintsev, pero lo haré en breve. Es difícil ser más preciso a la hora de diseccionar el momento actual de una sociedad a través de una historia más bien pequeña. Sin amor no hace concesiones. No es un cuento de hadas, sino una terrible película que extrae sus recursos de la más cruda realidad, por lo que cualquier espectador va a quedar conmocionado después de verla. No hace falta que anden enmedio de las trifulcas factores como el alcohol o las drogas: basta con la falta de empatía de los adultos y la ausencia absoluta de un Estado capaz de intervenir en situaciones de injusticia manifiesta, sobre todo cuando la víctima es un ser absolutamente inocente.