Hace unas semanas, cuando preparaba la entrada titulada Lipograma, volví a meditar mucho sobre esa interesante cuestión que son los sinónimos. Como en dicha entrada me propuse evitar toda palabra que contuviera la letra a, tuve que buscar otras que, además de no contenerla, no alteraran el sentido de lo que pretendía decir. Así, por ejemplo, para evitar la palabra palabra recurrí a término, que de las opciones de que disponía me parecía la más adecuada.
Si consultamos un diccionario de sinónimos, veremos que como equivalentes de palabra, aparecen también vocablo -que no me hubiera servido para mi lipograma, porque contiene la a-, voz y verbo, que tienen unos usos muy determinados y que por eso mismo tampoco me habrían servido como equivalentes a palabra en mi texto.
Por otro lado, término y palabra son sinónimos sólo en contextos lingüísticos. Si decimos “al término de la reunión” o “los términos del acuerdo”, es obvio que no podríamos utilizar palabra como sinónimo de término. Dicen los expertos que los sinónimos auténticos escasean e incluso que no existen, y que toda palabra que consideramos sinónima de otra tiene matices y connotaciones que la distinguen de esa otra, como acabamos de ver. Es decir, los considerados sinónimos no son siempre intercambiables.Además, ¿para qué querríamos unas palabras estrictamente idénticas a otras? Eso iría en contra del principio de economía del lenguaje, que además de práctico, es un mecanismo esencial para el correcto funcionamiento de los idiomas.
Y los que no somos expertos también nos damos cuenta, aunque sea de manera intuitiva, de que cada palabra significa lo que sólo ella significa, y sabemos que no es lo mismo padre que papá o que progenitor.Sin duda, las tres se refieren al mismo concepto, y nuestro padre, nuestro papá y nuestro progenitor son la misma persona, pero cada una de estas palabras tiene un sentido, un tono y unas connotaciones especificas, y su inclusión indistinta en un texto, oral o escrito, alteraría el sentido de éste. Por otra parte, con frecuencia una palabra determinada exige la compañía de un preposición, de una conjunción, etc., que su sinónimo no requiere, lo cual nos obligaría a hacer modificaciones adicionales en la forma del texto.
Así pues, los términos que consideramos sinónimos, con significados equivalentes, tienen en realidad sólo una equivalencia parcial, una similitud de significados que los hacen intercambiables sólo en determinadas circunstancias.
Para asegurarme definitivamente de que esto de la sinonimia es un concepto más ideal que real, más teórico que efectivo, he probado a reescribir un texto cualquiera mediante sinónimos. El texto es un fragmento de una historia breve que ya vimos aquí, y he elegido la primera equivalencia que un buen diccionario de sinónimos nos da para cada palabra consultada. Versión original: “Una vez conocí a un hombre que vivía a medias. Nunca dejaba que las cosas llegaran a su conclusión natural, sino que las interrumpía cuando le parecía conveniente.Nunca se casó, pues a cada novia que tuvo la dejó cuando la relación empezaba a definirse. Del mismo modo, abandonaba a sus amigos cada cierto tiempo y entablaba nuevas amistades con personas diferentes.Cada dos o tres años cambiaba de trabajo,de coche, de casa y de dentista. -¿Por qué en tu vida todo es temporal? –le pregunté una vez.-Porque no me gustan los finales -me respondió-. Normalmente las cosas que acaban por sí mismas no acaban bien. Es mejor ponerles fin cuando todavía son agradables.”Versión sinónima: “Una vez traté a una criatura que subsistía a medias. Jamás permitía que las cosas arribaran a su terminación lógica, sino que las detenía cuando le parecía eficaz.Jamás se matrimonió, pues a cada prometida que tuvo la abandonó cuando el noviazgo empezaba a determinarse.También desatendía a sus compañeros cada cierto tiempo y comenzaba nuevos compañerismos con seres desemejantes.Cada dos o tres años canjeaba su ocupación, su vehículo, su domicilio y su estomatólogo.–¿Por qué en tu existencia todo es eventual? –le interrogué en una ocasión.–Porque no me agradan los fines –me contestó–. Habitualmente las cosas que terminan por sí mismas no terminan perfectamente. Es preferible ponerles término cuando aún son gratas.”Es casi lo mismo, sí, pero no da lo mismo. Ese casi es el que nos dice que cada palabra es única e inimitable, porque en cuanto las probamos, en cuanto las saboreamos un poco, vemos que cada una es distinta de todas las demás, que cada una tiene su color propio y su propio sabor.Prácticamente como las gominolas.