La cartita a Santa Claus
Ya no sé si se trata de una cualidad o de un gran defecto mío, pero la realidad es que soy una persona sumamente organizada y planificadora. Amo las listas. Hago listas de todo. Creo que inclusive debería hacer una lista de las listas que tengo. Es ridículo, pero me estresa dejar las cosas a la suerte o para el último minuto. Por lo mismo, decidí que éste era el fin de semana indicado para hacer las compras navideñas de mis hijos. Sí, con un mes de anticipación.
Desde hace algunas semanas hemos hecho varias visitas a las jugueterías para que se pudieran ir dando una idea de qué era lo que querían, lo cual resultó un ejercicio completamente inútil. Abrumados por tantas cosas que veían, querían todo y nada a la vez. Lo mismo sucede cuando ven televisión. Cada vez que anuncian algún juguete, el comercial concluye con el grito de alguno de mis hijos: “¡Yo quiero ese!”
Antes era más fácil. Yo decidía qué les iba a comprar y luego se los repetía múltiples veces hasta que ellos terminaban por adoptarlo como una idea propia (¡Ah, ya sé de dónde salió todo el concepto para la película de Inception! Creo que tendré que pelear por mis derechos de autor). Esto funcionaba de la siguiente manera:
― ¡Mira Pablo, un triciclo como el que le quieres pedir a Santa!
O bien:
―Abu, ¿qué crees? ¡Pía le quiere pedir a Santa una carriola para su muñeca! (…te lo digo, Juan, pa´ que entiendas, Pedro).
Así de fácil. Días después, sentado en las piernas de Santa, escuchaba a Pablo decir:
―Sí, nos hemos portado bien. Yo quiero un triciclo y mi hermana quiere una carriola para su muñeca.
¡Funcionaba como magia! Pero obviamente, esto ya no funciona. Por lo tanto, resulta un poco arriesgado comprar el regalo de Santa Claus con tanta anticipación. Para lo cual, tomé mis precauciones.
El martes pasado los senté en la mesa con hojas y crayolas. Con la escusa de que Santa Claus necesita tiempo suficiente para hacer los regalos (sí, seguro que Santa es tan precavido y tan planificador como la loca de su madre), les pedí que de una vez hicieran su cartita. ¡Misión cumplida! Obtuve la información que necesitaba. Pablo quiere una estación de bomberos que se convierte en mochila y Pía, una cocinita. Una vez sobre papel, ya no hay cambios ni reclamaciones.
Para hacer este asunto aún más oficial, llevamos dichos documentos frente al notario ―o lo que es lo mismo― los llevamos a casa de Abu para que hubiera testigos de lo que estaban pidiendo. De ahí, cerramos las cartas y las echamos al buzón (el pobre cartero seguramente no sabrá qué hacer con ellas. Ni modo. Se divertirá un rato).
Finalmente pude ir a comprar los regalos. Con mucha anticipación. Así es como pude satisfacer mi neurosis controladora.
Ahora, en cuanto a mí, creo que este año le estaré pidiendo a Santa algún remedio para que me aliviane (y seguramente coincidirá con lo que mi marido le estará pidiendo para mí).