Sin destino

Publicado el 24 mayo 2021 por Jcromero

Existen libros que una vez leídos y devueltos a la estantería correspondiente continúan muy presentes en quienes los han leído. Éste es uno de ellos, uno de esos que sorprenden, que hacen pensar y rompen esquemas. Un libro necesario sobre uno de los acontecimientos más espeluznantes de la historia de la humanidad. Y es interesante, entre otros motivos, porque su autor, siendo víctima de aquel horror, rehúye el ajuste de cuentas, lo que no le impide narrar la capacidad que tiene nuestra especie para su degradación.

La ignominia de lo que representó el poder nazi está presente en todo el relato, pero al ser escrita 30 años después de los hechos permite a su autor no incidir, más allá de lo necesario, en las atrocidades ya conocidas. Por convicción, porque para entonces ya se había publicado bastante sobre aquella barbarie o porque se tuviera acceso a información suficiente sobre aquel régimen, el caso es que Imre Kertész elude lo macabro recurriendo a un protagonista que vive aquella situación como algo inevitable.

Sin ser un texto autobiográfico, el relato guarda paralelismo con la experiencia vivida por Kertész, ofreciendo una ficción de escritura sosegada y reflexiva. El protagonista es un joven empeñado en comprender la naturaleza de las cosas y que vive todo aquel espanto con cierta normalidad. Pero esa aceptación de la realidad, en el fondo, denota un pesimismo absoluto en el ser humano. Cuanto le sucede, lo sufre y contempla como algo natural; como si no pudiera esperar nada mejor de la humanidad. Hay en él cierta resignación al ser consciente de que aquel régimen contó con el apoyo de parte de la población.

György Köves, adolescente judío protagonista narrador de esta ficción, cuenta cómo vivió su paso por Auschwitz, Buchenwald y Zeitz. A resaltar la capacidad del autor para escribir desde la mentalidad de un adolescente que recurre a la evasión como antídoto ante la tragedia, a la entereza ante las necesidades y al optimismo frente a la adversidad.

El relato tiene distintos escenarios: el Budapest ocupado por los nazis, la refinería de petróleo Shell en la isla de Csepel -en las proximidades de la ciudad húngara- y diferentes campos. Comienza cuando al padre le asignan "trabajos obligatorios". Familiares y vecinos acuden a despedirse. Y, como si ése hecho le convirtiera en un adulto, alguien le habla de política, religión o de la persecución del pueblo judío: "Tú también serás partícipe del destino común de los judíos", le dicen. György no se siente concernido; se limita a escuchar, observar o repetir unos rezos en un idioma que desconoce.

El protagonista valora lo hermoso, la limpieza, el orden. Cuando le comunican su traslado a Alemania lo considera como una oportunidad. De Auschwitz, por ejemplo: "todo lo que vi en el trayecto resultó de mi agrado. Sobre todo, un campo de fútbol que estaba en un claro, a la derecha, y que parecía estar en perfecto estado: con su prado verde todo bien cuidado y ordenado. Enseguida nos pusimos a hacer planes: después del trabajo iríamos allí a jugar fútbol". Es un chico que no percibe la gravedad de su situación hasta que se viste con un traje "de rayas blancas y azules, igual que los presos". Hasta que le rasuran el cuerpo: "Me cortó el cabello hasta el último pelo, dejándome la cabeza totalmente afeitada. Después cogió la navaja, me indicó que levantara los brazos y me afeitó los sobacos. A continuación se sentó delante de mí, en un taburete bajito. Sin decir palabra, me agarró el órgano más delicado y me quitó todo el vello con su navaja, toda aquella pelambrera que apenas había empezado a crecer y que constituía mi orgullo como hombre".

Imre Kertész afirmó que "el campo de concentración solo es imaginable como literatura, no como realidad" y que en absoluto resulta ajeno a la naturaleza humana. En el último de los capítulos de este relato incide en ello ofreciendo distintas consideraciones sobre la vida después de aquella experiencia. En su regreso a Budapest, de aquel joven optimista que había vivido experiencias tan duras ya no queda nada. Cuando le pregunta qué siente, la respuesta es: "Odio". Y añade: "A todo el mundo". Lamenta las dificultades para transmitir lo que significaban los campos, entiende que "había cosas de las que no se podía hablar con desconocidos, con gente que no sabía nada de nada". Unos vecinos le aconsejan olvidar y empezar de cero: "No entendía cómo me podían pedir cosas imposibles, y les hice saber que mi experiencia había sido real y que yo no podía mandar sobre mis recuerdos". Le aconsejan pasar página pero "nunca empezamos una nueva vida sino que seguimos viviendo la misma de siempre". Un reflexión final sobre la libertad y el destino: "Si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino".