Al sur de Kazajistán, entre los dispositivos de seguridad del cosmódromo Baikonur, se esconde una nave espacial que nunca despegó en un hangar que parece abandonado. Se llama Burán 1.02. Su gemelo, el primer transbordador Burán, hizo historia cuando en 1988 dio dos vueltas a la Tierra volando sin tripulación. Los Burán eran parte del programa espacial soviético, una respuesta a los transbordadores STS de la NASA. Pero la caída de la Unión Soviética sepultó la mayoría de estos proyectos.
El primer Burán quedó destruido por accidente en 2002 y el segundo, que ni siquiera terminó de construirse por falta de fondos, cayó en el olvido… Hasta que Dmitri Rogozin, el director de la corporación espacial rusa, Roscosmos, anunció en 2020 su intención de traerlo de vuelta a Rusia. Aunque, advirtió Rogozin en su cuenta de Twitter, el dueño del segundo Burán era imposible de localizar.
Sin embargo, esa persona respondió al tuit de Rogozin. Era el empresario kazajo Dauren Mussa. Aunque el Burán 1.02 pertenece a su empresa, Mussa estaría dispuesto a cederlo a Roscosmos. Solo pide una cosa a cambio: la cabeza del último kan kazajo, el héroe nacional Kenesary Kasimov, ejecutado en 1847 por rebelarse contra el zar. El paradero de su calavera se desconoce, aunque algunos apuntan que estaría en algún museo de San Petersburgo. Otros dicen que la decapitación es una leyenda. En todo caso, ni es probable que se encuentre, ni Roscosmos se tomó en serio la propuesta de Mussa.
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Fue así como se colocaron un transbordador soviético y la cabeza perdida de un kan kazajo en los dos extremos de una balanza imposible. En otros tiempos recuperar el viejo transbordador podría haber sabido a poco, pero hoy sería uno de los mayores logros para Roscosmos, que no está pasando por su mejor momento. Con menos lanzamientos, innovaciones y fondos que China o Estados Unidos, Rusia está cada vez más atrás en la carrera espacial.
La caída de la URSS vista desde un transbordador
El primer satélite artificial en 1957, el primer vuelo tripulado al espacio en 1961 o el primer alunizaje suave en 1966… La Unión Soviética no ganó la Guerra Fría, pero mostró avances tecnológicos gigantescos en la carrera espacial. Los transbordadores Burán son uno de los muchos frutos de esta competición con Estados Unidos, pero también ilustran cómo la caída de la URSS afectó a la industria astronáutica rusa.
Un transbordador espacial es una nave que puede ser lanzada al espacio más de una vez, por lo que es mucho más rentable que las naves de un solo uso. El transbordador estadounidense Columbia salió al espacio en 1981, y los soviéticos respondieron con el Burán en 1988. Su desarrollo y lanzamiento se llevó a cabo desde el cosmódromo Baikonur, el más antiguo del mundo y el más importante de la URSS. Pero aunque Baikonur se construyó en Kazajistán, las decisiones se tomaban en Moscú, por lo que cuando la URSS se desintegró en 1991, su industria espacial quedó dividida por una frontera.
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Con los países ya divididos, la titularidad se resolvió mediante la recién llegada economía de mercado: desde 1994, Kazajistán le alquila a Rusia el cosmódromo y una ciudad colindante. El contrato actual, de 115 millones de dólares al año, expira en 2050. Kazajistán ya ha recibido más de 3.000 millones, pero esa no es la única consecuencia económica para Rusia. Por una parte, muchos proyectos se suspendieron por falta de fondos, incluido el Burán en 1993. El primer transbordador soviético nunca regresó al espacio, terminó en un hangar y no sobrevivió al desplome de un techo en 2002. Por otra, el fin del comunismo abrió la puerta a la privatización, que terminó con la compañía del empresario kazajo Dauren Mussa como propietaria del segundo Burán. Aunque Kazajistán disputa la legalidad de esta adquisición en tribunales, Mussa ha ganado dos juicios hasta la fecha.
Roscosmos: corrupción, falta de fondos y proyectos fallidos
Desde sus inicios, la falta de fondos y una estructura innecesariamente compleja han lastrado el programa espacial ruso. El presupuesto anual de Roscosmos es seis veces inferior al de la NASA y tres veces menor que el de la CSNA china. También se queda atrás en el número de vuelos espaciales: en 2020, solo supuso el 14% a nivel global. Y, en el exterior, Roscosmos no puede escapar de la política internacional. La cooperación con la NASA que caracterizó el comienzo del milenio se está agrietando como síntoma del nuevo recrudecimiento de las relaciones entre Washington y Moscú.
Rusia y Estados Unidos habían superado sus diferencias en los años noventa al colaborar en la creación de la Estación Espacial Internacional (EEI). Desde 2011, cuando Estados Unidos dejó de emplear transbordadores, el envío de tripulantes quedó a cargo de las naves rusas Soyuz. Con ello, el cosmódromo Baikonur pasó a ser el único sitio de lanzamiento del mundo para ir a la EEI, recobrando importancia a nivel internacional.
La convivencia, sin embargo, está peligrando ante un cruce de acusaciones cada vez más intenso. Rusia declaró en 2018 que una astronauta estadounidense había agujereado su nave espacial. Tres años más tarde, a finales de 2021, Estados Unidos tachó de irresponsable a Moscú por un ensayo armamentístico que destruyó un satélite obsoleto, cuyos pedazos dispersados pusieron en peligro la EEI.
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Por si fuera poco, la brecha tecnológica no hace sino aumentar las tensiones: desde 2020, Estados Unidos tiene a su disposición las nuevas naves Dragon 2 de la empresa SpaceX, de Elon Musk, que permiten enviar tripulantes a la EEI por un precio menor que las Soyuz rusas. Así, la NASA reduce su dependencia de Roscosmos y del Baikonur. Por su parte, Rusia se plantea abandonar la EEI para 2025 y ya empezó a construir una estación propia.
Este proyecto se suma a otros planes de Roscosmos, tales como volver a la Luna, llegar a Marte o estrenar la primera película grabada en el espacio, adelantándose a otro proyecto de Tom Cruise. Sin embargo, el principal problema del programa espacial ruso no es la falta de proyectos, sino su implementación. Por ejemplo, aunque el lanzamiento del módulo Naúka estaba previsto para 2007, no llegó a producirse hasta 2021 por problemas técnicos, burocracia y falta de fondos.
Los problemas relacionados con la financiación ralentizan el desarrollo de otros proyectos clave para Roscosmos, como el sistema de satélites Sfera o el vehículo de lanzamiento de carga superpesada Yeniséi. En principio el lanzamiento del Yeniséi se realizará desde el cosmódromo Vostochni, que lleva diez años en construcción en el extremo oriental de Rusia, para reducir su dependencia del Baikonur kazajo. Sin embargo, Vostochni sigue incompleto debido a la corrupción y la malversación de fondos. Mientras, los proyectos que sí se ejecutan son de importancia residual. En 2021, por ejemplo, una nave Soyuz fue decorada con patrones tradicionales rusos.
Putin no está contento
La búsqueda de nuevos méritos se ha convertido en el mayor rompecabezas para Dmitri Rogozin, el director de Roscosmos. Las críticas se han llegado a convertir en un tópico habitual en medios de comunicación y hasta programas de humor. Pero en 2020 el propio presidente ruso, Vladímir Putin, denunció las deficiencias de la corporación y la lenta ejecución de proyectos. Por eso Roscosmos necesita más que nunca mostrar que sigue a la altura de la potencia que fue.
El espacio tiene una gran importancia simbólica para Rusia, heredera de la URSS. Pero cuando los medios fallan, las construcciones se eternizan o los fondos se evaporan, solo quedan los símbolos. Y si el gemelo perdido del célebre transbordador Burán regresa a Rusia, ya sea por decisión judicial, por un acuerdo amistoso o porque se haya encontrado la cabeza perdida del kan Kenesary, Roscosmos podrá apuntarse otra pequeña victoria en esta nueva carrera espacial a la Rusia que no se termina de adaptar.
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Sin dinero ni proyectos: la industria espacial rusa ya solo vive de sus viejas glorias fue publicado en El Orden Mundial - EOM.