Sin esperanza...
Advertencia:
Esta no es una entrada al uso. Es una historia real, cruel, vomitiva
Es la cruda realidad.
Le he puesto letra a la memoria de un médico. Un gran profesional y mejor persona.
Creo que el también necesitaba contarlo, desprenderse de ello.
Como hombre, como médico y como una víctima también de maltrato infantil.
En el ocaso de su carrera, aún lleva cicatrices sin cerrar.
Su historia quiere ser homenaje a cualquier niño o niña maltratado en el mundo.
Dice que lleva escrito en el alma:
"Cada ladrillo hace pared" y el mundo debe saber que mas allá de la ficción existen zonas oscuras que son llevadas a la luz en los servicios de urgencias de todos los hospitales del mundo.
Hacer visible el horror, un horror que llevaba años guardado dentro, un horror que le envenenaba, de esos que ennegrecen el alma simplemente con saberlo existente.
No hay poesía en esta historia, no hay esperanza, no hay luz.
Esta es la cara más negra, amarga y cruel de la humanidad.
No se si servirá de algo darle voz. A mi me ha servido para escupir el acerbo amargor que me dejó el escucharlo.
Tal vez sirva para que jamás se repita.
En un hospital de una gran ciudad, urgencias, una guardia cualquiera.
Era de día, un rato tranquilo tras la noche.
El amanecer suele traer calma, la luz espanta la muerte, y es analgésico para el dolor.
Es la hora difícil de una guardia larga en la que el sueño derrumba, el café pierde el efecto y necesitas respirar fresco para mantener abiertos los ojos.
-Preparaos. Entra una urgencia, vienen de camino. - La policía había avisado, sin seguir el protocolo, sin saber a que atenernos, aunque a esas horas nadie se extrañó, producto del sueño.
Cuando llegaron salimos.
Uno de los agentes llevaba una criatura en brazos, una niña de 7 u 8 años.
Un primer vistazo, lloraba y gritaba desconsoladamente. Una de las piernecitas tenía una posición muy extraña, doblaba el muslo sobre la pelvis y no podía extenderla.
Sangraba profusamente, parecía que debía tener una herida abierta en la pierna, así que comenzamos con mucho cuidado.
El agente que la había sacado del coche seguía a nuestro lado, tras cogerle a la niña de entre los brazos, manchado su sangre, el uniforme inservible, la cara descompuesta con una mueca de horror.
Se echó a un lado y empezó a vomitar sin parar.
La escena era dantesca porque quienes habíamos acudido a recoger el llamamiento nos encontrábamos perdidos, pasmados...
No pude posarla en la camilla, se aferro a mí, sentía sus brazos apretándome fuerte como si temiese caerse, los dedos crispados, aprisionándome obstinadamente, una ATS intentaba limpiar la sangre de sus piernas que ya había oscurecido mi chaquetilla, mientras nos dirigíamos al box, en una caótica escena, unos ayudando al agente, y otros limpiando el estropicio.
Intentando mantener la calma y calmar los gritos.
Su vocecita aterrorizada: - No me dejes, no dejes que me haga más daño, me duele.-
Yo la abrazaba como si me fuese la vida en ello, perdida toda mi elocuencia en aquel doloroso trance, perdida mi lógica en pos de mi humanidad.
Seguía sin entender nada. Sólo era capaz de percibir su dolor, su miedo. Profundo, espeso, hondo...
- Llamad al anestesista, es una luxación o una fractura... Que baje rápido.
Entramos en el box, todos nos volcamos, intentando tranquilizarla, no queríamos intentar tocar hasta que no llegase el anestesista y pudiese calmar el dolor.
Estaba completamente fuera de sí, aterrada.
-No dejes que me haga más daño!-
En mitad de la ya recobrada calma de urgencias ruido de gente corriendo para todos lados, golpes, gritos, una pelea, más golpes.
No entendíamos nada, pero con lógica al comenzar el nuevo escándalo un celador cerró la puerta del box.
-Qué ocurre?
Cuando parecía que se aplacaron los gritos fuera le pedí a una de las enfermeras que abriese con cuidado la puerta para mirar.
En el suelo un hombre, sujeto por varios policías, esposado y encañonado con un arma en la cabeza.
En mi vida había asistido a una imagen así fuera del cine.
En aquel momento me pareció tan inconcebible, que creo que no fui capaz de asimilar la escena.
Seguía mirando incrédulo cuando llegó el anestesista y con cuidado le colocaron la vía, le inyectaron algo para relajar y quitar el dolor.
La puerta se cerró. Volvía a ser el lugar ordenado que conocía.
Por fin comenzó a serenarse, sus manos perdieron la rigidez y al fin pude posarla en la camilla.
Se durmió abrazada a mi y aún completamente sedada seguía hipando. Y sus manos buscándome. Recuerdo sus manos, calientes, no las solté hasta que llegamos a rayos acompañados del celador.
Al hacer las radiografías pertinentes pudimos comprobar que el fémur de la pierna que no podía estirar estaba fuera de su posición natural en el acetábulo de la pelvis.
Se la habían sacado literalmente.
Al completar el estudio vimos fracturas por aplastamiento de varias costillas.
No había heridas externas...
La sangre procedía de un desgarro vaginal. Silencio.
La explicación estaba clara al violarla le habían luxado la pierna y roto las costillas.
Nadie dijo nada.
Nunca he podido sentir tanto silencio como aquel día.
Se organizó inmediatamente el equipo y se preparó el quirófano..
Ginecólogos, urólogos, traumatólogos y yo mismo tuvimos que emplearnos a fondo en la intervención.
Pocas veces ha estado tan lleno de respeto un quirófano, pocas veces un cuerpo tan diminuto ha estado rodeado de tantas manos dispuestas a devolver la inocencia, la dulzura y la alegría robada.
Aunque todos éramos conscientes que tenía heridas de las que difícilmente podrían sanar.
Que jamás volvería a tener inocencia, que su dulzura poseería para siempre un toque amargo y que su alegría solo sería posible engañando a su memoria.
Heridas...
Esas que no se veían en la sala de operaciones, esas que sin embargo todos podíamos sentir.
Profundas, oscuras, sin vida, de las que huelen a podredumbre e impregnan las almas de quienes las rodean, de quienes aquel día anochecimos sin fe, creyendo que la humanidad estaba extinta, que no habría futuro para nadie.
Sin esperanza...
Fueron muchas horas de operación.
Recuerdo salir y ducharme, ya no estaba en mi turno, pero daba igual.
Cómo marcharme a casa sintiendo ese peso?
Cómo? Con el corazón roto, y parado, como un reloj sin cuerda.
Cómo volver sabiendo que algo monstruoso habitaba el mundo.
Ese mundo en el que me sentía incapaz de seguir habitando yo, compartiendo aire... Compartiendo con ese tipo de humanidad, esa a la que había consagrado mi vida, y que ahora no podía ni quería respetar.
Lo peor aún no había llegado
La sala de médicos de urgencias, y la única cafetera decente de todo el hospital.
-Dan su permiso?
El agente que había traído a la niña, sin uniforme.
Estaba nervioso, sudaba a chorros
-Claro, pase.- Sin mucha fe.
-Venía a informarme por la muchachilla que trajimos por la mañana. Ya se que no es muy ortodoxo, pero...
- Tranquilo, está en la UVI pediátrica, hemos tenido que intervenir quirúrgicamente, tiene lesiones graves, sanarán, pero el trauma sufrido...
-Qué horror! No me lo puedo quitar de la cabeza.
-Que pasó, dónde la encontraron?- Sentía curiosidad.
-Nos dieron un aviso, que se escuchaban gritos en un domicilio y mucho alboroto.
Al llegar vimos la puerta abierta y entramos con cuidado, estaba en la primera habitación, sobre la cama, sobre un charco de sangre.
Yo no puedo con la sangre, pero era tan pequeña, buscaba la herida, pensando en hacerle un torniquete, de esos que nos enseñaron, cuando me di cuenta de donde provenía.
La trajimos inmediatamente, no quisimos esperar a la ambulancia, la cogí en brazos sin pensar y vinimos.
Yo tengo una hija de su edad sabe?
Cuando llegamos no pude mas, lo siento, lo puse todo perdido, aún no he podido comer.
-Tranquilo
-Estaba intentando calmarme cuando entro corriendo ese tipo.
Dos compañeros detrás, cógele, ese cabrón es el que estaba en el domicilio de la niña!
Se defendió con uñas y dientes, le juro que tuve que hacer un gran esfuerzo para no darle un tiro.
A la mierda pensé en ese momento. Esto es justicia...
-Quién era ese tipo?-Pregunté
-Era su padre...