Se acuerdan cómo eran los teléfonos, los coches, los electrodomésticos,las carreteras… hace 50 años? ¿Y cómo son ahora? Buena noticia. ¿Se acuerdan cómo se daba clase en la escuela hace 50 años? ¿Y cómo se da ahora? Prácticamente igual. Muy poca evolución. Mala noticia. Si queremos cambiar las cosas que no funcionan para mejor, tendremos que evolucionar de manera diferente a como lo estamos haciendo ahora mismo.
La evolución, a mi parecer, es un cambio para mejor, y para lograr ese objetivo lo debemos llevar a cabo con eficiencia y eficacia, entendiendo como eficiencia hacer bien las cosas y como eficacia hacer las cosas correctas. De nada nos sirve hacer mucho si no es lo correcto; lo único que conseguimos es perder tiempo y dinero. ¿Y cómo lograremos evolucionar correctamente? Pues empezando por el principio, invirtiendo en personas que saben lo que tienen que hacer. ¡Qué cosas tengo, perdón que se me va el texto, bueno por dónde íbamos, ¡ah! en invertir en personas que sepan lo que hay que hacer, que estén preparadas, que tengan conocimientos, experiencia, que estén dispuestas a reciclarse, personas resolutivas y eficientes...
El sistema educativo debe evolucionar con la aportación y apoyo a estas personas, porque sus alumnos somos el futuro. Es curioso que la educación sea el sector más reacio a evolucionar y a innovar.
El eje de la nueva educación está en comprender que los nuevos estudiantes somos más impacientes, tenemos otras inquietudes, e incluso ideas de negocio a edades muy tempranas, que pueden hacer cambiar el mundo y hasta el futuro de una generación.
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